ENFOQUE PORTADA

¿Y qué hacemos con los pesos?

Por Nahuel Amore, editor de Dos Florines

Una misma pregunta encierra múltiples respuestas y, sin dudas, la pandemia alteró significativamente la línea de puntos sucesivos que la mayoría pensaba completar cuando inició el año con un brindis y anhelos que alcanzar. Lo que proyectábamos para nuestras vidas este año cobró un giro inesperado y, en el mismo sentido, también están mutando las prioridades de nuestras inversiones y gastos. Eso, claramente, lo nota el mercado.

La respuesta a qué hacemos con los pesos encuentra respuestas según la situación de cada familia, pero también contempla otros factores que tienen que ver con el acervo cultural y las metas personales y colectivas que sirven de estímulo para encarar/justificar el trabajo diario. Es, en definitiva, una pregunta respecto de qué hacemos y hacia dónde vamos, entendidos todos como sujetos que tomamos decisiones económicas y financieras a cada momento respecto de los ingresos, sea de la estratificación social que fuere.

Del mismo modo, la insistente pregunta sobre qué hacer con nuestros pesos expone un problema de fondo de desconfianza por lo que tenemos y lo que valdrá a medida pasen los días y los meses. Justamente, el eterno problema estructural del país por la inflación no es otra cosa que la pérdida de valor de la moneda nacional y eso nos lleva a tener que desprendernos a distinta velocidad y hacia diferentes lados, según cada realidad.

Indudablemente, para aquellos grupos familiares que tenían la capacidad mensual de ahorro para comprar dólares -cada vez menos por el aumento de la brecha por debajo de la línea de pobreza-, se siguen encontrando con mayores restricciones para canalizar por ese lado el resguardo de su dinero. En el mismo sentido, el desaliento de las distintas inversiones financieras, con instrumentos en pesos que no rinden frente a la inflación, obliga a reconsiderar el camino.

En parte, estos mismos dilemas, potenciados por el volumen y flujo de dinero de una cantidad considerable de personas que se los plantean al mismo tiempo en Argentina, terminan impactando en el mercado, y Paraná no es la excepción. Sólo basta con recorrer determinados comercios de distintos rubros que no sean los de alimentos y bebidas para observar una dinámica que pareciera atípica si se analiza el contexto recesivo que trae la Nación desde el año pasado.

Sectores

¿Qué está pasando con los pesos que se pensaban gastar para realizar el viaje de cada año? ¿Quiénes captan y captarán esos ingresos que este 2020 y el comienzo de 2021 no se conducirán hacia el turismo? Sin dudas, los interrogantes respecto de si se podrá viajar -dentro y fuera del país-, y en qué condiciones se podría realizar, también está reconduciendo ese cúmulo de expectativas personales y familiares hacia distintos sectores que traccionan producción y mano de obra local.

Corralones, ferreterías, madereras, negocios que venden de acero, aberturas, muebles, pinturas y todo lo necesario para hacer refacciones, son algunos de los rubros que registran por estos meses un movimiento importante que permitió revertir el derrumbe de facturación que significó la cuarentena dura. El confinamiento alteró de este modo todo el mercado y lo reorientó en cuestión de pocos meses, independientemente del poder adquisitivo.

En el mismo sentido, hay otros nichos como la venta de bicicletas que cobró un protagonismo inédito. También se comenzó a movilizar un mercado inmobiliario orientado a terrenos en las afueras de Paraná, al igual que otras oportunidades en ladrillos que quedaron a valores dolarizados muy bajos si se compara con los históricos. Del mismo modo, se disparó la venta de piletas para instalar en las viviendas o en casas quinta que, de a poco, comienzan a equiparse como alternativa para pasar el verano.

Así las cosas, la reflexión obligada que se impone entre especialistas, empresarios y hasta el propio Gobierno es si estamos frente a un proceso de reactivación económica sostenido sobre base sólidas o si, en todo caso, se trata de un rebote temporal, cuya base comparativa es sensiblemente baja e, incluso, signada por factores que parecieran extemporáneos para la dinámica económica y productiva del país, la provincia y la ciudad. En la misma línea, quienes viven de estos rubros que ven una mejora en sus ventas no quieren ni pensar hasta cuándo durará el “veranito” o si este boom llegó para quedarse.

En definitiva, “¿qué hacemos con los pesos?” pareciera ser una pregunta existencial en medio de un año que nadie imaginó. ¿Qué hacemos ahora, sin posibilidades de ahorro en moneda fuerte y sin el descanso necesario de cada año? ¿En qué canalizamos el esfuerzo y la energía diaria que se enciende toda vez que elaboramos un proyecto que nos moviliza a seguir? Insisto, es cierto que las respuestas dependen de las posibilidades adquisitivas de cada familia y que a muchas la dificultad para llegar a fin de mes impide pensar; pero no dejan de ser, en mayor o menos medida, las mismas que se hacen todos aquellos que son o fueron de clase media por imposición cultural.

Desde esta perspectiva, la pregunta se constituye en un desafío individual y colectivo porque obliga a encontrar respuestas en lugares en los que en otro momento no hubiera buscado y porque, peor aún, deja afuera a muchas personas. Como todo, el cambio trae ganadores y perdedores. Por ello, será tarea de los gobiernos generar las políticas necesarias para garantizar que el reordenamiento de las variables también recree un horizonte de expectativas en quienes se quedaron sin ellas y en achicar la incertidumbre para que deje de ser la primera regla de juego que se lee en el manual. Porque qué hacer con los pesos es, por consiguiente, preguntarnos qué hacemos como argentinos.

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