ENFOQUE PORTADA

Incentivos y expectativas

Por Sergio Dellepiane – Docente //

Uno de los supuestos primigenios de la Ciencia Económica (no siempre explicitado adecuadamente) incluye los dos elementos del título. Incentivos y Expectativas sustentan la base de reflexiones sobre el acontecer económico cotidiano.

La conjunción de ambos genera las motivaciones necesarias para impulsar a los seres humanos a ejecutar diferentes acciones, con un mayor o menor nivel de racionalidad, pero con el claro objetivo de intentar mejorar su condición presente.

Los incentivos económicos son aquellos instrumentos que se utilizan con frecuencia para estimular un comportamiento deseado en las personas que los reciben. La ley elemental, indica que cuanto mayor sea el incentivo ofrecido, mayor será el esfuerzo de quien lo recibe y mejor el resultado que obtenga.

Las expectativas económicas, en cambio, refieren a un conjunto de opiniones que, de un modo u otro, manifiestan los diferentes agentes (empresas, economías domésticas y estado), sobre el comportamiento de la economía en un futuro próximo.

Decisiones.

Consciente o inconscientemente todos los individuos tomamos nuestras decisiones económicas influenciados por incentivos y expectativas. Cada determinación, individual o colectiva, provoca un impacto en la vida diaria, incluso antes que el evento cuyo influjo se revela en las resoluciones adoptadas, haya tenido lugar. El comportamiento asociado (preferencia revelada), a veces colabora y en otras ocasiones perjudica; todo depende de la dirección que tomen tanto incentivos como expectativas, pero de hecho, serán relevantes para direccionar el destino de la actividad económica en su conjunto, es decir, de los niveles de empleo, de la inflación, del ahorro y/o del consumo.

Incentivos y expectativas funcionan como la clave ordenadora de cualquier organización, pública y/o privada. Sin embargo, resulta imposible realizar estimaciones y desarrollar modelos de análisis tanto micro como macroeconómicos, sin algunos supuestos previos.

Todo emprendimiento, individual o colectivo, está motivado para producir y vender el máximo posible y alcanzar su rendimiento más elevado. Ningún consumidor elegirá adquirir bienes y/o servicios que le desagradan. Nadie, en su sano juicio, elegirá vivir de una peor manera, pudiendo optar por otra cosa.

Por esto, cuando incentivos y expectativas se muestran desalineados con la propia naturaleza humana, aparecen distorsiones que atentan contra el bienestar general de las personas, por lo que éstas buscan, entre las alternativas disponibles, aquello que les permita modificar el desfasaje que las perjudica.

Resulta una quimera estimular un clima de inversión, ninguneando a los protagonistas esenciales de la producción nacional, adicionando desincentivos uno tras otro, y sometiéndolos a múltiples trabas burocráticas que se modifican permanentemente.

Desinversión.

Otro desincentivo, abrumadoramente instalado en nuestro país es la falta de confianza, no en uno mismo, sino en las posibilidades futuras de desarrollo, al comprobar que una minoría ventajera le impone, condiciones de trabajo y de vida, a una mayoría silenciosa; pues con ello, se termina sacrificando la capacidad de progreso de la nación toda.

Un desincentivo profundamente arraigado se percibe cuando las urgencias diarias; bien sea por la subsistencia, por las obligaciones para con los dependientes o hasta por la misma rectitud de vida que impone el cumplimiento de los compromisos con un estado abusivo; nos inhiben la posibilidad de pensar el largo plazo. En el corto plazo, siempre será posible obtener algo de liquidez para el día a día, pero no podrá adquirirse la solvencia que se exige para apuntalar la ilusión emprendedora de los más entusiastas. Al no facilitarse las condiciones para generar un flujo continuo de ingresos, cualquier liquidez ocasional termina escurriéndose antes de poder ser valorada. Así, toda expectativa se reduce a la inmediatez del instante. Ya no es la deuda contraída lo que preocupa sino la escasa provisión de recursos genuinos, lo que desalienta cualquier expectativa de mejora que pueda prolongarse en el tiempo.

El factor común, que atraviesa la vida de los países más pobres del mundo conocido, es la desinversión en infraestructura productiva y en la educación de su gente. En nuestro caso, los datos duros de la realidad que padecemos, magnifican su relación con los elementos enunciados, y muestran su correlato con los índices de pobreza, ignorancia y marginalidad que conviven, arraigados y crecientes, a lo largo y a lo ancho del territorio nacional.

Confianza.

Hasta aquí llego. Cada uno de nosotros puede confeccionar una lista propia de incentivos y expectativas y de su grupo de afinidad y pertenencia. A renglón seguido puede contrastarlo con su presente cotidiano y obtener las conclusiones que mejor se adecuen a sus posibilidades actuales y anhelos futuros.

La ciencia económica nos muestra que, si carecemos de los incentivos y expectativas adecuadas, por acción o por omisión, el destino que proyectemos estará directamente relacionado con la confianza que tengamos en nosotros mismos y al coraje con el que enfrentemos los desafíos del porvenir.

La historia del desarrollo de la humanidad muestra que podemos sufrir fuertes impactos cuando no vemos venir una amenaza; o cuando la detectamos pero no hacemos nada, o cuando la advertimos pero hacemos lo equivocado. Esperemos ser parte del cuarto grupo, aquél que hace lo que corresponde.

“Ignorante es aquél que toma medidas sin conocer la evidencia; pero tonto es quién toma medidas ignorando la evidencia” – Conrado Estol – 2021