ENFOQUE PORTADA

Dólares, errores no forzados y demanda infinita

Por Sergio Dellepiane – Docente

Después de más de 250 años de análisis económico sistemático efectuado sobre la realidad cotidiana, en diferentes latitudes del globo, existen temas que la humanidad ha superado definitivamente: en especial aquellos que, para la nueva modernidad en la que nos movemos y existimos, no revisten ninguna relevancia estratégica.

Uno de ellos es el que establece que los países deben concretar intercambios comerciales entre sí para beneficiarse mutuamente con lo que unos producen y otros necesitan. Lo de “vivir con y de lo nuestro”, cerrándose obcecadamente al mundo, pertenece a un pasado obsoleto y perimido.

Que lo mantengamos en vigencia entre nosotros, no es más que una falacia puramente criolla, más aún, en pleno S. XXI, caracterizado por las interconexiones multidimensionales y sin barreras ni límites de ningún tipo.

Este principio económico elemental, que la mayoría de las naciones dan por supuesto, no se aplica en toda su dimensión en la nuestra. El intercambio comercial externo no ha logrado convertirse en una auténtica política de estado. Pero Argentina, ¿Lo ha intentado alguna vez? Una mirada retrospectiva, basada en estadísticas confiables nos mostrará una línea errática y ambivalente, dependiendo del momento histórico al que hagamos referencia.

Noventa años atrás nuestro país era el responsable del 1,9% de las exportaciones totales del planeta. Hoy no superan el 0,20% del total transado. 1945 fue el año de mayor volumen exportado de nuestra historia con el 2,7% del total global. A partir de ese momento, el deterioro de la participación nacional en el comercio internacional puede calificarse de descomunal.

En 1955 se había reducido al 1% del volumen que intercambiaba el mundo de la época. La cuenta es simple, desde 1930 a la actualidad, la participación de Argentina en el mercado global de exportaciones cayó un 85% (Fundación ExportAR – 2021).

Del otrora “granero del mundo” a las restricciones, cupos, cepos, retenciones y proteccionismos varios, que irremediablemente se vuelven temporariamente permanentes y que resaltan en nuestra cotidianeidad; subyace un único elemento común: la escasez de divisas (dólares).

Fuentes.

La ciencia económica tiene identificadas cinco fuentes proveedoras de la moneda de intercambio internacional para naciones que no son emisoras de esta. Las exportaciones, la inversión extranjera, la captación de deuda soberana y, en menor medida, el turismo y la recepción de remesas dinerarias que provienen de otras geografías enviadas por connacionales a su país de origen.

Cepo y brecha cambiaria oficial atentan contra el envío fluido de remesas; el turismo presenta actualmente una contribución marginal que comienza a incentivarse, aunque con su contraparte asociada a quienes dejan el territorio nacional, para hacer turismo en otras latitudes; la inversión extranjera, no ya en la Argentina sino en toda América Latina, se desplomó abruptamente “alentada” por nuestros propios errores y cambios en la orientación ideológica de los gobiernos.

Tipo de cambio, presión impositiva y restricción a la libre circulación de capitales aparecen como un escudo repelente de toda inversión foránea que pudiera intentar arriesgarse, al menos por ahora.

Nadie nos presta nada, salvo buitres a tasas impagables y con cierto recelo. Nuestra arraigada costumbre de modificar, sin previo aviso, las reglas del juego, la falta de seguridad jurídica asociada y el incumplimiento serial de los compromisos asumidos, eyectan toda alternativa razonable.

Únicamente nos queda la oferta exportable nacional como herramienta real y concreta para incorporar divisas internacionales que permitan adquirir todo aquello que no producimos pero que precisamos.

Un elemento adicional que tergiversa el verdadero valor que intrínsecamente tienen los intercambios comerciales, se esconde en la afirmación dogmáticamente perversa y económicamente equivocada, por la que sólo deben venderse los excedentes de todo aquello que se produzca localmente. La aberración se evidencia al afirmar que, si producimos calzado que el mundo demanda, los nativos deberemos caminar descalzos.

Modelo.

Lo razonable y beneficioso seguirá siendo que, el productor de lo que sea, venda lo suyo con el mayor margen posible a quien lo pague más y en mejores condiciones. Único modelo económico a seguir, para mejorar primero y potenciar después, el dinamismo que el progreso reclama. Si quién paga más y mejor se encuentra fronteras afuera, el productor se beneficia, pero el estado nacional también lo hace.

Incentivar este mecanismo virtuoso exige recrear primero las condiciones básicas necesarias para agilizar su funcionamiento. La previsibilidad es condición esencial pues se compite con otras naciones que no presentan la inestabilidad macroeconómica tan propiamente nuestra. Incluir aquí los niveles desmadrados de inflación y de presión impositiva. Por otra parte, ninguna nación que necesita dólares impone retenciones a su oferta exportable ni aranceles exorbitantes a su producción nacional para enviarla al mundo. Debemos adosarle ahora, el denominado “entorno regulatorio” que, para nosotros, incluye los ámbitos laboral, financiero, burocrático y legal, en dónde, para la mayoría de los casos, “todo está prohibido”, que desalienta al más entusiasta. Por último, los cepos de cualquier tipo, cuotifican las exportaciones, acentúan la pérdida de mercados y no cumplen el objetivo de “reducir los precios internos” con el que fueron impuestos. Nunca han verificado ni su necesidad ni su urgencia. Tampoco su efectividad.

El mundo de los negocios globales se rige y potencia por medio de acciones repetitivos que generan confianza y otorgan beneficios a todos los que intervienen y cumplen sus condiciones.

Nuestra propia debilidad institucional hace que hayamos perdido la capacidad de proyectar y de dar continuidad a lo comprometido. Seguir por este derrotero no es más que ilusión vana para pretender obtener los dólares que nos faltan, pero sin hacer lo que debemos, para conseguirlos.

“El comercio exterior de la nación debe orientarse hacia el abastecimiento interno y la consolidación y diversificación de los mercados de importación y exportación, a fin de obtener términos de intercambio justos y equitativos” – J.D. Perón