ENFOQUE PORTADA

Breve historia de la desigualdad

Por Sergio Dellepiane – Docente ///

A partir del Principio de Escasez, “No hay de todo para todos todo el tiempo y menos gratis”, la ciencia economía construye su andamiaje estructural y despliega su sabiduría. En base al mismo principio es posible afirmar que la desigualdad es una característica intrínseca en la evolución y desarrollo de la humanidad.

Hace aproximadamente 10.000 años, durante el período neolítico se produjo quizás, la principal revolución económica y social del género humano. En distintos puntos de la geografía planetaria, los valles del norte de India, la medialuna fértil entre el Éufrates y el Tigris en el Asia Menor, el sur de China; hombre y mujeres lograron domesticar algunos animales y obtener el fruto de la siembra de trigo, cebada, lino y algunas leguminosas. Esta revolución produjo cambios muy profundos en las comunidades de entonces y, aún hoy, definen a las sociedades modernas.

El hombre pasó de nómade a sedentario, de cazador-recolector a productor. Se estableció en lugares fijos y comenzó la acumulación de bienes. El vocablo ahorro proviene de la raíz árabe “Uhrr” que significa “libre, que no es esclavo”. Porque acumula, no depende de otro.

No confundir con codicia. Deben transcurrir al menos 5000 años más para que pueda encontrarse referencia alguna al deseo vehemente y egoísta de poseer muchas cosas.

Atávico.

En la visión más extendida entre los historiadores, los orígenes de la desigualdad económica se remontan al surgimiento de la agricultura, al sedentarismo y a los excedentes producidos. A partir de este cambio de hábitos, en mayor o en menor grado, casi todas las sociedades del mundo han adoptado el modelo descripto y se han vuelto profundamente desiguales.

Con el desarrollo de las economías agrícolas pronto surgieron estructuras sociales jerárquicas, cada vez más complejas que evolucionaron en dominios territoriales hereditarios y, mutaron finalmente, en reinos e imperios. Los monarcas desarrollaron diferentes formas de apropiación, algunas excesivamente cruentas, que les permitieron concentrar el poder, expoliar a sus súbditos y amasar fortunas inimaginables. El pillaje, las guerras, los tributos, la dominación y la esclavitud o servidumbre colaboraron para profundizar la desigualdad entre semejantes.

En las sociedades premodernas, las grandes fortunas se debieron más al poder de la fuerza dominante, las posibilidades de coacción y vasallaje, que a estrictas razones económicas. La aparición de la moneda como elemento intermediario y facilitador de las transacciones cotidianas, el desarrollo de herramientas avanzadas y el comercio de los excedentes, multiplicaron las posibilidades de progreso, incrementaron las riquezas de la nobleza y permitieron el surgimiento de la burguesía, aunque manteniendo la desigualdad entre las personas según las diferentes labores en las que se fue dividiendo la creación de riqueza. La relación entre esfuerzo y paga aparece registrada, en los anales de la historia, como inversamente proporcional.

Según estudios recientes, en el S.II D.C. el 1,5% de las familias romanas nobles controlaban el 20% del ingreso del Imperio. En los años previos a la Revolución Francesa el 10% más rico de la población parisina, acumulaba el 80% de la riqueza genera en todo el país (“Desiguales” – L. Gasparini).

Comparaciones.

Resulta harto difícil y complejo comparar el grado de desigualdad entre los tiempos antiguos y las disparidades actuales, en virtud de la escasez de datos y las innumerables limitaciones metodológicas. Sin embargo, es posible rescatar una evidencia inevitable: Las desigualdades extremas, entre seres humanos de una misma época, es una constante a lo largo de la historia de la humanidad; en particular, mucho antes del surgimiento del capitalismo y de las formas de producción y de organización política modernas.

No existe evidencia suficiente para sostener que las desigualdades económicas se redujeran sustancialmente y de modo prolongado, en algún momento de la historia conocida. Más bien fueron periodos breves y casi, invariablemente, con motivo de alguna acción violenta y cruenta: guerras, revoluciones, disoluciones de estados y/o pestes. Los casos más paradigmáticos incluyen a la Grecia de la Edad de Bronce, el Japón de la segunda gran guerra del siglo pasado, la Inglaterra de la peste negra, el México del S.XVI y la República Popular de Mao en China. (El Gran Nivelador – W. Scheidel)

Pasado el tiempo, siempre menor a 50 años, las desigualdades retornaron a niveles semejantes a los iniciales, profundizándose en muchos de los casos estudiados.

Una mirada optimista del futuro habilita a sostener que las sociedades modernas, más democráticas y políticamente inclusivas, junto a la creciente relevancia del capital humano como activo productivo en lugar de la tierra o el capital físico, dejan vislumbrar alguna chance donde las mejoras distributivas puedan ser alcanzadas de forma gradual, sustentable y pacífica.

A la luz de los acontecimientos globales recientes que, en muchos casos repiten las causas de la degradación humana, y de lo que vivimos en nuestro país a diario, permítaseme ser moderadamente pesimista.

Al menos por ahora.

“La obra maestra de la injusticia es parecer justa sin serlo” – Platón.