ENFOQUE PORTADA

¿Quo Vadis, capitalismo?

Por Sergio Dellepiane – Docente //

El capitalismo como sistema económico social tiene una condición de existencia: genera prosperidad y, sólo por eso, le ha permitido constituirse en el método de organización predominante en el mundo.

Allí donde no ha habido capitalismo; donde ha proliferado la corrupción, se multiplicaron las prebendas, se encorsetó a la justicia y se restringieron las libertades individuales y de asociación; intentando imponer un “estado presente”; se instaló, estructuralmente, la pobreza.

Es verdad que no puede dejarse la totalidad de la actividad económica humana librada al mercado, la ciencia económica se ha dedicado a mostrar y demostrar dónde, cómo y de qué modo se manifiestan sus fallos. Por ello es que, como alternativa a los extremos, propone la denominada economía mixta. Simbiosis armónica entre lo público y lo privado. Sin antagonismos, rivalidades ni competencias. Primacía por origen, de lo privado sobre lo público.

El estado es uno de los componentes básicos para regular la actividad entre privados, pero, en el capitalismo proactivo, no interviene directamente, no compite, sólo potencia, fomenta, brinda las bases para el desarrollo competitivo, abre fronteras, establece relaciones comerciales y, sobre todo, custodia lo que es de todos, el bien común. Demasiado tiene con brindar adecuada y eficazmente la salud pública, la educación pública, la seguridad interior y exterior y la seguridad social, como para asumir responsabilidades que no le son propias y, lo peor, como no es lo suyo, asumir riesgos innecesarios y afrontar pérdidas con recursos de todos los contribuyentes, cuyo derroche y/o faltante perjudica, invariablemente, la condición general del conjunto.

Economía social.

La economía social, hija del capitalismo, aparece como una alternativa a explorar, necesaria, pero nunca suficiente. Si bien, desconocemos sus orígenes, es posible reconocer en ella, un esfuerzo válido y un camino a recorrer, evitando que los inquilinos del poder se adueñen de sus fundamentos. Hasta ahora, lo único que han hecho, ha sido multiplicar pobres por doquier, dependientes de dádivas, siempre insuficientes, a expensas de quienes se esfuerzan y trabajan, para producir, lo que los “adalides de la justicia social” pretenden repartir entre los poseedores del “hambre más urgente”.

Está harto comprobado que para generar más empleo de calidad; registrado, productivo y, sobre todo, decente (combinación adecuada de horarios, esfuerzo, retribución) debe haber mayor volumen de actividad, empresarial y emprendedora, privada. Más capitalismo, no menos. Para que esto suceda se precisa mayor estabilidad, a más largo plazo; que ofrezca mejores posibilidades de previsibilidad, reglas claras y permanentes, justicia “¿justa?” que brinde confianza a quienes hundan su capital en el país y, sobre todo, esperanza. Todas verdades de Perogrullo. Pero sin ellas no habrá un capitalismo genuino que nos impulse a salir del pantano de la mediocridad y la ignorancia. Después, la inversión aparece y fluye. Va hacia dónde vislumbra y encuentra las oportunidades, que siempre están.

El otro elemento infaltable no es la existencia del estado sino su “presencia”. Su rol, su tamaño y el uso y distribución de los recursos a él asignados. No se puede seguir castigando al sector privado para financiar a un estado inviable e ineficiente.

La solución no pasa por sostener un aparato gigantesco. Su función no es la de sacar a la gente de la pobreza, miseria y marginalidad, concediendo más y más planes sociales, ni convirtiéndose en la mayor agencia de colocaciones de trabajos inútiles y sin control de contraprestaciones. No es la forma para solucionar el problema. Sólo consigue magnificarlo. Lo agrava y profundiza.

El sector público tiene que dejar de ser el mecanismo de financiamiento de la gente, que debieran poder aspirar y obtener un trabajo digno. Más trabajo para más personas hará que naturalmente, y no por imposición coercitiva, el estado incremente la recaudación por tributos, lo que le debiera permitir ofrecer más y mejores servicios públicos a los contribuyentes.

Estado y gasto.

En más de 200 años de vida como nación no ha habido un sólo gobierno que haya podido mostrar ni una, generalizada y efectiva, reducción del gasto estatal, por un lado; ni un balance de gestión con un menor número de empleados públicos, por otro. Resulta imperioso poner la lupa en la productividad de este gasto. Transparencia en la asignación de los recursos, ejecución presupuestaria y actualización de la información disponible en tiempo real y con la documentación que respalde lo ejecutado. Lo que es de todos no puede parecerse a la materia oscura (“gastos reservados” ¿para qué? ¿para quién/es?), ni terminar en un agujero negro, que todo lo devora, sin dejar rastros.

Si la política no trastoca su finalidad de salvación individual, por el de servicio al bien común y a la sociedad toda, no existirá receta ni galeno que nos redima. La burocracia estatal debe ser, profesional y apolítica, para que la ayuda social se distribuya sin contraprestaciones electorales. Todo organismo del estado debe obedecer a criterios de eficiencia y transparencia absolutos.

A fines del siglo pasado se sostenía que Argentina funcionaba en un capitalismo sin mercado, combinado con un socialismo sin plan (A. Sturzenegger). Hoy es un secreto a voces que poseemos un capitalismo de amigos, combinado con un estado cooptado. Si la primera versión dio como resultado un país con bajo crecimiento y alta inflación, imagine Ud. el final de la última.

A modo de epílogo, le dejo dos afirmaciones, hasta hoy irrefutables, que la ciencia económica enseña a los principiantes:

  • Sin la herramienta esencial del capitalismo, el dinero (no papel pintado), no hay remedio que cure.
  • En las geografías del mundo conocido, donde se constatan mayores niveles de pobreza, falta capitalismo.

“Opiniones libres, Hechos sagrados”. J. Viale. – 2021

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