ENFOQUE

Pasado, presente y futuro

Por Sergio Dellepiane – Docente

La proliferación del hambre y la pobreza, la corrupción institucional, el auge del discurso faccioso y el consecuente languidecimiento del pensamiento crítico, obturado por ataques constantes a la libertad de expresión; con una justicia más preocupada en mantener su venda que en ejercer su función indelegable.

Las restricciones impuestas, quiero creer, más por impericia e inexperiencia que por malicia, sobre el afianzamiento de la educación pública en sus tres niveles como motor esencial para erradicar la ignorancia y potenciar capacidades adormecidas de un pueblo “asistido” antes que generador de su propio progreso.

La administración de la salud pública en manos de científicos con escasez de ciencia, pero peor aún, sin sentido común aunque con el desparpajo del arrogante, para al menos aceptar que no sabemos o no podemos antes que mantener un “épica” insustancial para ponernos de pie…

…No pueden ser sino la negación del republicanismo.

Deudas.

Con estos y otros males, la Argentina está en deuda. Es una deuda de vieja data con la sociedad; por tanto, reiteradamente impaga.

Tal insistencia en el error no permite hablar de casualidades, tampoco de equívoco inocente. Se trata más bien del resultado de una intención. Se ha manipulado al estado para promover y no para superar este mal.

Los gobiernos del estado, las corporaciones empresariales y sindicales, los partidos políticos y la variopinta diversidad de movimientos sociales, se han asociado para sembrar la arbitrariedad y promover divisiones antes que fomentar la unidad nacional. Potenciar el interés de pocos y la sumisión de muchos. Son contadas las excepciones. Contadas e impotentes ante la fragmentación y la demagogia.

No se han querido capitalizar los reiterados fracasos porque no ha habido grandeza suficiente para asumirlos como tales. Nada ni nadie ha impedido la obstinada repetición del error. No se han renovado nuestros problemas. Se han reiterado incansablemente.

Si no hay aprendizaje es porque hay déficit de comprensión. Pero también irresponsabilidad. Falta de escrúpulos. Así la frustración reaparece siempre tras la efímera esperanza.

Según mi opinión, el nuestro es un pasado irresuelto, por eso es un pasado vigente. El transcurso del tiempo no lo ha podido dejar atrás. Tampoco lo acompañó el cambio de mentalidad.

Donde no se renuevan las preguntas siguen imperando las viejas e inútiles respuestas de siempre. Con los mismos resultados.

Nuestro país se muestra amnésico, impermeable a la conciencia histórica. No advertimos que lo que fuimos sigue vigente y esa patología hace que veamos lozanía donde sólo hay senectud.

La Constitución Nacional vigente no es un texto rector, ni siquiera se lo conoce lo suficiente, aparece más bien como un pretexto político para mantener la ley sometida al poder de turno.

Conglomerado antes que Nación; dispersión antes que unidad; confrontación estéril pero incesante antes que acuerdos imprescindibles, pocos, pero de largo aliento. Eso somos. Ni unidos ni federales.

Decadencia.

Nuestra moneda proclama “En Unión y Libertad”. Una moneda sin valor pero que aún así, anémica y despreciada, perpetúa un ideal indispensable. Hoy decididamente olvidado.

No hemos escuchado al pasado como fuente de aprendizaje y por eso, hemos dejado atrás nuestro provenir.

Durar es obstinarse en la frustración. Vivir es aprender, imitar lo bueno de otros e innovar. Darnos cuenta que la decadencia ha esclerosado nuestros logros. Se puede visualizar en la insensibilidad, el desinterés y hasta en la ignorancia culpable de la dirigencia para discernir los desafíos que nos formula el futuro,

Nada grande podremos emprender si no se comprenden y se superan las causas que han arrojado la política argentina a la indignidad, a la miseria moral, a su decadencia ética pues ha expulsado, con sus acciones y omisiones, a casi la mitad de nuestros compatriotas hacia la pobreza, la indigencia y la informalidad.

Décadas sucesivas de paternalismo estatal, de estafa, de malversación de los dineros públicos, de saqueo, de instrumentación perversa del lenguaje, han hecho del escenario social un desierto; y de la incultura, un rasgo central de nuestra identidad cívica.

Si de verdad pretendemos dar inicio a una eventual reconstrucción nacional, tenemos la obligación de mirarnos en este espejo, escuchar el dolor de ser argentinos y reconocernos en la vergüenza de nuestros logros.

Donde el hambre impera; donde el desapego al trabajo, que conlleva esfuerzo, sacrificio y recompensa, no se revierte y arrastra a más de tres generaciones; donde predomina la ignorancia; donde salud y educación han subvertido sus valores originantes; donde las políticas fiscales ahogan las módicas iniciativas privadas; resulta inútil pretender que la tecnología, la inteligencia artificial y todo lo que incluye la posmodernidad, jueguen entre nosotros un papel significativo y movilizador.

No podemos seguir empecinados en desconocer la realidad que abruma y arrasa. Tampoco llamar verdad al engaño.

El tiempo transcurrido no se ha convertido en experiencia ganada. Una y otra vez hemos vuelto a empezar y eso significa que no hemos sabido proseguir.

Con una genuina democracia representativa; el centro, es decir la República, puede sin miedos, mirar hacia la izquierda y hacia la derecha. Optar alternadamente por una o por la otra y ser evaluada desde cada uno de esos extremos.

Pero sólo si ambas, izquierda y derecha, reconocen a ese centro, en el marco republicano, como un bien en común, que nos incluye a todos.

Procediendo de este modo, no tengo dudas, estará cada vez más cerca la Argentina que soñamos y que merecemos.

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