AL DÍA PORTADA

¿Hacia dónde?

Por Sergio Dellepiane – docente

Cuando reconocemos que las cosas van mal, podemos formularnos, al menos, dos preguntas. Una es ¿Qué hicimos mal?; La otra es ¿Quién nos hizo esto?

Según sea el interrogante que elijamos responder, habremos seleccionado, al mismo tiempo, el camino a seguir.

Responder la última cuestión implica dejarse arrastrar por las aguas turbulentas de las teorías conspirativas que nos depositan irremediablemente en la paranoia de la inacción, al dejarnos llevar por la corriente de la ideología irracional que nos impide clarificar ideas y con ello, obturar toda posibilidad para torcer el destino.

Por el contrario, si intentamos dar respuesta al primer cuestionamiento formulado, la inteligencia nos habilita una nueva línea de pensamiento. Aparece un interrogante diferente, constructivo, más movilizador y comprometedor: ¿Cómo corregimos esto?

La mayoría de los países de América Latina, durante la última mitad del siglo pasado eligió subsistir, en el “continente de la esperanza” (San J.P. II) en base a las teorías conspirativas y la paranoia asociada. Muchos de ellos, entrados en el S. XXI ya mutaron, dejando atrás ese postulado y han alcanzado metas de desarrollo, en distintos niveles y magnitudes,  que para nosotros aún se nos presentan como inasibles.

Disyuntiva.

Argentina continúa aún en la encrucijada inicial. Lo reflejan los espantosos números que se pueden visualizar del primer trimestre 2021. Ostentamos la segunda inflación más elevada del planeta (anualizada llega al 44% y subiendo). No crecemos hace más de 10 años (PBI 2020 similar al de 1942). Desempleo formal en franco ascenso.

Mantenemos los aplazos en materias tan sensibles como informalidad laboral, pobreza e indigencia (Séptimos en The Misery Index – 2020). No alcanzamos el aprobado tampoco en el uso de la capacidad industrial instalada y menos aún en comercio exterior. Dependemos de la lluvia ara que la producción primaria nos ayude a subsistir y trocamos educación, ciencia y tecnología, por súplica religiosa.

Hace tiempo que el Presupuesto Nacional, aprobado por el Congreso cada año, se ha convertido en una formal declaración de mentiras. Con la aviesa y no declamada intención de emplearlas en beneficio, no ya del bien común, sino del aglomerado gobernante, que “trabaja” en su formulación e impide aportes, modificaciones y clausura cuestionamientos.

Ha llegado el momento de reconocer que tenemos que encarar la corrección del descalabro. Sólo reformas estructurales en casi todos los órdenes de la vida republicana, salvo la Constitución Nacional, se vuelven inexcusables para encontrar respuestas adecuadas que nos ayuden a mutar de interrogante. Lo que nos permitirá iniciar la búsqueda de respuestas que nos permitan salir del pantano en el que estamos.

¿Cómo rectificamos esto? Una primera cuestión nos impone la corrección y ordenamiento de las cuentas públicas pues el primer trimestre de este año muestra que el déficit fiscal ya alcanzo el 107% del PBI 2020. Debemos más de lo que producimos. Como país no vamos a ir a la quiebra, pero no podemos continuar, barranca abajo, gastando más allá de nuestras reales posibilidades. Ignorancia, intencionada o no, en materia financiera que invariablemente termina en catástrofe.

Desafíos.

El segundo tema a abordar, consciente y responsablemente, es afrontar el costo, enorme y doloroso, que conlleva toda restructuración del andamiaje productivo, fiscal, laboral, y de la administración del estado en todas sus dimensiones y poderes constitutivos. Necesitamos un Estado presente pero reconvertido, eficaz y eficiente, que no dilapide recursos escasos y valiosos, desterrando la maraña de intermediaciones interesadas, inútiles y generadoras de una maquinaria infernal de influyentes y prebendarios, que se asocia con los inquilinos del poder, para viciar y vaciar lo que es de todos.

El tercer elemento está ligado indisolublemente a las exigencias que impone la “nueva normalidad” que el globo abraza sin dudarlo. Pertenecemos a un mundo que desarrolla tecnología, innova constantemente y se asocia sin restricciones; abriéndose a renovadas, fructíferas y complementarias relaciones comerciales. Debemos aceptar que no podemos vivir únicamente, de y con lo nuestro. El intercambio comercial entre diferentes naciones es, para este S. XXI, condición necesaria para movilizar estructuras productivas, volverlas más eficientes y generadoras de productos novedosos, a la vez que atractivos; que busca satisfacer una demanda global cada vez más exigente y selectiva, donde las barreras físicas, que antaño se empleaban para proteger intereses nacionales, se han convertido en reliquia.

Es preciso reconocer que el comercio exterior es el único motor de cualquier economía nacional que posibilita la obtención de las divisas requeridas por la comunidad internacional, tanto para adquirir lo que nos falta, como para disfrutar de lo que otros poseen y nos ofrecen.

Toda otra cosa que pretenda intentarse no dará respuesta adecuada a la cuestión de fondo.

Precisamos incrementar, veloz y decididamente, madurez y racionalidad, basados en una orientación política de ideas claras y pertinentes, que eliminen los arrestos impulsivos, algunos viciados de ilegalidad; a fin de dejar de transitar a los tumbos, en un mundo que progresa veloz y decidido hacia progreso y desarrollo, mientras nos continuamos preguntando ¿Hacia dónde? Y lo peor de todo, sin discernir cómo hacerlo.

“Raras veces nos equivocamos al imputar los actos supremos a la vanidad, los mediocres a la costumbre y los inferiores a la timidez”. Friedrich Nietzche

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