ENFOQUE PORTADA

El albacea extravió el poder y se nos llenó el futuro de preguntas

Por Gustavo Sánchez Romero / Editor de Dos Florines //

Para casi todos en la Argentina, hasta las 18 del domingo 12 de septiembre, Alberto Fernández no era mucho más que un amigable albacea elegido por Cristina Fernández de Kirchner para la continuidad de su proyecto político, y cuya función culminaría en diciembre de 2023 cuando debía entregar el poder, en forma irrevocable, a su hijo biológico Máximo, o en su defecto, si el rechazo social no lo permite, a su hijo putativo Axel Kicillof.

Apenas un minuto después, con la aparición de las bocas de urnas y los datos de los fiscales, este mundo pletórico de representaciones y aspiraciones simbólicas de eternización en el poder tambaleó a la velocidad de la luz.

A partir de allí la posibilidad de sostener un mundo que parecía inamovible fue desgajándose al ritmo cansino pero firme de un pato criollo.

Para casi nadie este escenario novedoso era una opción, y la emergencia de un espíritu de época llamado a cambiarlo todo resultaría una verdadera sorpresa para la dirigencia política reconfigurando -sin saber aún hacia dónde- el sentido de lo social y la estructura misma de la política en el país.

El tembladeral generado por el resultado de las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias sumergió a la alianza de Gobierno en una profunda crisis que no sólo licuó las últimas astillas del nunca concretado poder presidencial, sino que la reconfiguración de los roles dentro del Gobierno describen un nivel de fragmentación cuya resolución es muy difícil de imaginar.

Diferencias abiertas, cambios de figuras insustanciales, agresiones meridianas dentro de la alianza de Gobierno, errores propios en materia de seguridad y definiciones sobre el mundo, y la propia indecisión del albacea dejó enclenque la figura presidencial que no sólo no pudo articular un espacio de poder propio sino que ni siquiera encontró un eje que lo ponga de cara al electorado para armarse de un plafón que garantice lo que en un doloroso eufemismo en Argentina se conoce como gobernabilidad.

Y como si esto no alcanzara, la irrupción de la inseguridad en la epidermis social y la incapacidad de brindar una perspectiva de certidumbre en los precios de la economía maniata a los principales funcionarios en el desconcierto. En dos meses, el Kirchnerismo buscó aire desesperadamente en dos estrategias políticas que no fueron más allá del over shooting inicial: la llegada hiperactiva de Manzur como jefe de ministros –que se fue diluyendo con los días- y la cohesión detrás de un eje político en el control de precios de la mano de Roberto Felletti, que pretendió movilizar a gobernadores e intendentes para sostener la campaña, pero a la que casi todos auguran un raquítico resultado al final del día.

Contrariedades.

Mientras la macro le pega un uppercut en el mentón, la micro le tala las piernas. Todo se ha vuelto confuso y la incertidumbre se apodera del futuro, al calor de las oscilaciones del dólar paralelo –inevitable barómetro de una economía extremadamente frágil-; la debilidad de las reservas del Banco Central y los indicadores sociales juegan también su partido en un domingo electoral.

El albacea ha visto cómo el poder encomendado se diluye líquido entre sus manos y la jefa expresa el malhumor y lo esmerila tanto como puede, en el límite mismo de comprender que ambos navegan, a esta altura, en una escuálida balsa sin viento ni rumbo, y sus destinos parecen inevitablemente eslabonados.

Sin embargo, en esta semana previa se pueden orejear las cartas de lo podrían ser los principales movimientos de la mano que viene -especialmente en los primeros 10 días-, cuando se asienten los resultados finales de estas elecciones de medio término.

La CGT se unificó, con la presencia de los Moyano, con cierto desplazamiento a los gremios cercanos al Kirchnerismo, y anunció una marcha para el miércoles con el norte puesto en “sostener los trapos” del gobierno ante una debilidad inminente; el presidente se plegó a la propuesta de Sergio Massa y anunció que convocará a un acuerdo con la oposición para 10 puntos clave que deberán discutirse en un Parlamento que podría serle cada vez más refractario.

Sin embargo, uno de hechos más sensibles fue el encuentro entre Alberto Fernández con empresarios de primera línea, donde les jura y perjura que habrá acuerdo con el FMI antes de marzo, mes donde deberán afrontarse más de 4.000 de capital ante ese organismo internacional y otros 2.000 ante el Club de París.

Inestabilidad.

El escenario es tan inestable e incierto que nadie sabe para qué lado saltará la liebre este domingo a la noche. Internas y diferencias del oficialismo han quitado toda previsibilidad a la política, tanto que se ha llenado el futuro de preguntas.

El estado de convulsión y efervescencia ha puesto al país en el umbral del desconcierto, y, a pesar que los interrogantes son múltiples –quizá como nunca en la historia moderna del país- todo se puede reducir a una sola: ¿Qué hará Cristina Kirchner ante otro resultado electoral adverso?

El Gobierno, léase Alberto Fernández, parece decidido a avanzar en un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional que le brinde algo de paz a la economía y pueda volver a tomar la iniciativa política, mientras que el Gobierno, léase Cristina Fernández y la Cámpora, bombardean cualquier posibilidad de acuerdo.

Es claro que detrás de una firma, a no dudarlo, esperan agazapado el reclamo de racionalidad fiscal, liberación de las tarifas para menguar el déficit fiscal y la liberación del tipo de cambio –léase devaluación- que disminuya la brecha cambiaria que afecta abiertamente las estrategias comerciales y financieras.

La lista de preguntas es tan larga como la angustia que genera a la población la posibilidad que el peronismo pierda ese lugar privilegiado de ser la garantía final de gobernabilidad y el reservorio político con salvoconductos para resolver crisis.

¿Se hará cargo CFK de una potencial derrota y no le trasladará el traspié al Presidente y los gobernadores?; Si lo hace…¿Cómo reaccionará Alberto que nunca pudo construir poder propio y se ha comportado poco menos que un menesteroso?; ¿Lograrán los gobernadores conformar un polo de la mano de Schiaretti, Perotti y Uñac, entre otros, para sostener la gobernabilidad sin el látigo kirchnerista y una mirada más federal?; ¿Se partirá la alianza de Gobierno con La Cámpora por un lado, el peronismo clásico por otro, y el inefable Sergio Massa en la amplia avenida del medio?; ¿Aceptará CKF un acuerdo con el FMI que proponga un plan de facilidades extendidas para hacer reformas y ajustes y que con eso pierda el eje estructurante de su discurso para mantener el 25 % del electorado?; ¿Se harán finalmente los cambios en el Gabinete que oxigenen la gestión y brinden un nuevo impulso?; y si así sucede:¿Quién se hará cargo de los nombres?; ¿Avanzará Cristina sobre el Gobierno defiendo las políticas y el futuro de una gestión tensada y crispada por las diferencias?; ¿Aceptará la oposición una convocatoria a un acuerdo que le termine adosando parte de la crisis del peronismo por un lado, pero corriendo el riesgo que lo afecten las esquirlas si el humor social se inflama y vuelve el que se vayan todos?; ¿Si le complican los números al gobierno en el Congreso, habrá una estrategia de acuerdos o se apelará a los decretos?….

En fin, son tantas que ni vale la pena numerarlas ya que todo dependerá de la respuesta de una sola: ¿Qué hará Cristina si se consuma una nueva derrota?

Desafíos.

Aunque parezca dramático y agorero, existe una sensación de angustia por la incertidumbre social como casi nunca se vivió en la semana fatal del 2001.

No sería exagerado pensar en una saga de acontecimientos desafortunados que profundicen las actuales arenas movedizas; aunque siempre es bueno confiar en la capacidad de autopreservación de la política y la escaza fruición de los dirigentes a suicidarse.

El poder no se detenta, se ejerce. Ni aun en tiempos aciagos como estos, donde ya algunos huelen sangre, en el peronismo la vocación de poder suele predominar sobre cualquier otro avatar menor. Sin perjuicio de esto, es dable advertir que los procesos definitorios en el kirchnerismo/peronismo suelen ser encarnizados y dilatados, donde los odios y traiciones van montando un puzzle que la sociedad suele mirar escéptica y abrumada.

Lo cierto es que no hay mucho tiempo. Sea cual fuere el resultado, ya nada será lo mismo en el país.

La crisis económica y social está al dente, con emergentes e indicadores preocupantes. Hay que tomar decisiones certeras y consensuadas, y para eso la oposición no ayudará mucho ya que ingresará en un camino de codazos internos para hacer visibles las hegemonías de cara al 2023 y no tendrá posiciones uniformes.

La inversión privada se encuentra en los niveles más bajos de la historia, y la pública deberá reorientarse en forma estratégica con menos inversión y sin “plan platita”; el empleo se deteriora y la pobreza e exclusión crecen al ritmo de la inflación y una devaluación no hará más que profundizar este esquema peligroso; hay que definir aspectos sensibles sobre el déficit, las tarifas, y el acuerdo con el FMI aparecerá como una Espada de Damocles donde girarán las expectativas económicas y políticas. Nadie está dispuesto a mover una pieza para arriesgar decisiones y preferirán proteger al rey en un enroque hasta que pase el temblor.

Vendrán días que conmoverán la anhelada paz general.

La racionalidad política se impone como condición común, aunque en este país es un valor que no suele abundar. No será el amor, en todo caso. Será el miedo si es que algo se antepone en este orden de cosas.

Lo único cierto es que el albacea ya no posee el poder que le transfirió la jefa y que ahora reclama.

Él derrapó y ella lo sabe; y no encuentra forma de remediarlo. Ya es tarde. Se avecina un cambio de época.

Mujó llaman los japoneses a este momento. Asistimos a la inauguración de un mundo distinto, con la política en un punto de inflexión. Sólo hay preguntas. Nos han llenado el futuro de preguntas. O mejor dicho, una gran pregunta condiciona el resto de las variables: ¿Qué hará ella si todo indica que las cosas pasarán como ella cree que pasarán?.

La mano comenzó a develarse con algunos actos de esta semana. Pero de lo que será la próxima, más vale sentarse, relajarse y gozar. Sólo se trata del futuro, ese infierno tan temido.