ENFOQUE

Ciclo retorno

Por Sergio Dellepiane – Docente

De toda crisis se sale o fortalecido o debilitado. Argentina es un país que desde 1970 se encuentra inmerso en el mito del cíclico y eterno retorno.

En la década de 1980 el monopolio estatal de los servicios esenciales nos condujo no ya a una cesación de pagos sino a algo más grave; la interrupción en la entrega de luz, gas y comunicaciones. Se salió de este atolladero ingresando en la década de 1990 con apresuradas privatizaciones de todo aquello que pudiera sacarse de encima el estado. El resultado inmediato fue que volvieron la luz, el gas y las comunicaciones gracias a inversiones privadas, la mayoría extranjeras.

Lo que no quiere decir que esta política, más allá de su éxito inicial, no haya tenido graves imperfecciones. La más grave de todas, según mi criterio, fue el abandono de la vigilancia de los sectores privatizados por parte de nuestros gobernantes.

Bien entrada la década de 1990 la Argentina pasó del estatismo ineficiente e hiperinflacionario a un sistema privatista sin estado.

Nos fuimos de una banquina a la otra.

Caídos en desgracia al arrancar este siglo, intentamos nuevamente, aunque obviamente fracasamos, en regresar al estatismo más obcecado, pero ahora sostenido con la cantilena de la “Soberanía” de casi cualquier cosa, a un costo inimaginable, más allá del viento de cola que acompañó a la economía global hasta el 2010.

Lo que sigue está fresco en nuestra memoria y puede resumirse en: más de lo mismo.

Argentina repite una y otra vez sus errores sin poder resolver sus problemas estructurales por aplicar, en diferentes dosis, las mismas y recurrentes soluciones que ya se han mostrado ineficaces.

Crisis.

No puede evitar caer en terribles y cada vez más profundas crisis económicas y sociales que no hacen otra cosa más que originar nuevos pobres, exacerbar las desigualdades, desanimar a los más entusiastas y perjudicar sistemáticamente a nuestros mayores.

El capitalismo moderno, aquél que en los países desarrollados ha minimizado la pobreza, no es producto exclusivo del mercado ni del estado. Es una sabia combinación de ambos factores.

El Estado es el que fija las políticas y convoca al capital privado, vigilando después su funcionamiento. Controlar no es intervenir.

En este capitalismo moderno no se les debe ni puede pedir a los inversores privados, cuya meta es la rentabilidad, ni que diseñen el plan del conjunto ni que se ocupen de los marginados. Estas son tareas propias de quienes han asumido el gobierno del estado.

Pero, ya lo vimos, el estado ha fallado en ambos márgenes del camino. Cuando reinaba el estatismo fracasó como empresario al frente delas compañías de servicios esenciales. Cuando reinó el privatismo, fracasó al no regularlo ni orientarlo.

Así desnudamos las claves de nuestro subdesarrollo.

No sólo los estatistas sino también los liberales han demostrado que no pueden funcionar sin el estado.

Pero al amparo de los últimos 50 años podemos afirmar que Argentina no tiene estado. Lo demuestra la crisis de sus funciones no privatizadas como la justicia, la seguridad, la educación y las políticas sociales.

Lo que nuestro país tiene es un vasto conjunto de burócratas improvisados que han sido escogidos por el amiguismo político y no por sus condiciones de idoneidad profesional e integridad moral.

Intentar modificar esta trayectoria requiere levantar la vista y mirar el largo plazo. Para ello deberá construirse un consenso social donde cada uno de los compatriotas deberá sentirse parte y estar dispuesto a ceder en algo, pero sobretodo, a hacer sacrificios en pos del bien común.

 

Diagnóstico.

Primero debemos reconocer el problema y aceptarnos como partes causales del mismo. Seguidamente abocarnos a consensuar síntomas relevantes para poder planificar adecuadamente los mecanismos de restablecimiento de los niveles de actividad productiva al comienzo, y de fortalecimiento económico después.

El consenso básico no precisa contener muchos puntos. En mi opinión inicialmente podría bastar con tres: Alcanzar la estabilidad macroeconómica, ganar en competitividad y obtener crédito.

Para el primero es esencial detener la alteración compulsiva de los precios. Debemos erradicar el “por las dudas”.

Para el segundo animarnos a competir con países cercanos, valorando nuestras potencialidades y reconociendo nuestros altos costos, la elevada carga tanto impositiva, cuanto laboral; a las que hay que adosarleslas concretas dificultades logísticas.

Para el acceso al crédito necesitamos una restructuración ordenada y prolija de nuestra deuda pública y el cumplimiento efectivo de los compromisos que asumamos.

El estado debe estar presente pero debe convertirse en decente, transparente y eficiente.

Mientras no tengamos estado seguiremos repitiendo lo que venimos viviendo. Gobierno privatista que acusa a gobierno estatista anterior, al que sucede un nuevo gobierno estatista que acusa al gobierno privatista precedente.

Poco importa de quien sea la última palabra, porque quien suceda al anterior, sino reforma el estado, seguirá sus pasos. Primero acusará al que estaba y después será acusado por su sucesor.

Mientas tanto nosotros, los ciudadanos de a pie, continuaremos esperando el desarrollo de nuestro país, como hasta ahora.

En vano.

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