EMPRESAS PORTADA

Benintende cumplió 80 años en Paraná: “Si no te aggiornás, estás afuera”

Mauricio Benintende continúa hoy con el legado comercial que inició su padre Carmelo en 1942. El paranaense repasó la historia de la sastrería y analizó los cambios en la industria textil y la moda durante estas ocho décadas. Nahuel Amore

Los dos leones que abrazan la “B” sintetizan el legado familiar sobre el que se erigió una de las casas de ropa de hombres con más historia de Paraná. En tiempos líquidos en los que lo efímero le gana la pulseada a lo perenne, Benintende Línea Uomo se instituye como uno de los pocos comercios que sobrevive no sólo a las sucesivas crisis del país sino fundamentalmente a la vertiginosa transformación de la moda, los usos y costumbres de los consumidores y la propia dinámica del apellido; sin que ello garantice la receta para el futuro inmediato.

La tradicional sastrería ubicada actualmente en Peatonal San Martín al 718 cumplió en octubre 80 años de vida en la capital entrerriana y es hoy Mauricio Benintende el heredero que permanece al frente del negocio que forjó su padre Carmelo. Desde que las puertas se abrieron por primera vez en 1942, la firma sigue resistiendo, a pesar de haber atravesado en ocho décadas un subibaja de expansiones y ajustes propio del devenir en estas tierras. Aggiornarse es, según confiesa a DOS FLORINES, la palabra clave en italiano que describe la película.

***

Hijo de inmigrantes italianos -que desembarcaron a principios del siglo XX desde Leonforte hasta la zona de Viale-, Carmelo Benintende comenzó a trabajar cuando tenía 12 años y ya se habían mudado a Paraná. Los hermanos eran 11 y el dinero no abundaba. Ello fue motivo suficiente para entrar a temprana edad en el mercado laboral que, en poco tiempo, lo llevó a tener un primer acercamiento al rubro cuando trabajaba como personal de limpieza en una de las tantas sastrerías que pintaban una parte de la actividad comercial para la clase media en aquella década del 40’.

Barrer no era algo que le bastara y, por eso, aun teniendo apenas segundo año de la primaria, al tiempo advirtió que era necesario seguir aprendiendo y le pidió a quien era su patrón que le enseñara el oficio. Sin obtener la respuesta que esperaba, decidió renunciar y se fue a trabajar a un local de la competencia que le brindó las primeras enseñanzas. Desde entonces, transformó ese interés en una pasión que lo impulsó luego a animarse a estudiar en Rosario donde obtuvo el diploma de maestro cortador y no paró de perfeccionar hasta el día de su muerte en 2004.

Con título en mano, el joven comenzó con 22 años a forjar su propia historia. El primer local con su apellido en el letrero se instaló en la particular intersección de 25 de Mayo y Echagüe, donde actualmente hay una plaza que le rinde homenaje a Raúl Alfonsín. Ya en los 60’, se mudó hacia calle Gualeguaychú, a metros del hospital San Martín, y a principios de los 70′ se trasladó hacia calle Urquiza, donde actualmente se levanta el Paseo Recova, lugar donde cambió el nombre a sastrería San Remo, con la incipiente incorporación de otros productos.

La confección de trajes fue por décadas su fuerte, en sintonía con el espíritu de época. Los años, no obstante, le fueron anticipando que debía anexar camisas, corbatas y otros accesorios a la ropa de vestir para su línea de hombres. “Se usaba mucho el traje. Un empleado de banco era una persona que debía tener cuatro o cinco trajes porque era un uniforme de uso cotidiano, al igual que para funcionarios o trabajadores de oficina. Con el paso del tiempo, esto se modificó e hizo que diera un vuelco, y mucho más recientemente después de la pandemia”, observa hoy Mauricio Benintende, quien describe con orgullo el derrotero de su padre.

A mediados de la década del ‘70, que los historiadores de la economía argentina marcan como la llegada del neoliberalismo a la región, significó también el comienzo de una nueva era para la empresa familiar que debió adaptarse a las tendencias internacionales. La irrupción de franquicias como Yves Saint Laurent o Pierre Cardin, además de la trajería confeccionada de modo estándar, impulsaron a Carmelo a abrir una boutique en el inmueble donde hoy la firma está ubicada y que por entonces exhibía prendas importadas de acuerdo a los exigentes requerimientos de las distintas marcas.

Esa primera oleada importadora le permitió tener abiertos dos negocios a la vez, aunque lo fue en un breve periodo, debido a que rápidamente comenzaron los problemas no sólo para una industria nacional que entró en crisis, sino también por las dificultades para sostener el stock de mercadería con etiqueta extranjera que le acercaban los proveedores que monopolizaban el mercado. En el corto plazo, la tienda debió bajar sus persianas hasta volver a abrir recién en la década de los 80’ como un negocio multimarcas, momento en el que también se sumó al trabajo su otro hijo, Edgardo.

Ya en los 90’, con el uno a uno del menemismo y una ilusoria estabilidad, las prendas importadas desplazaron drásticamente del mercado a las de industria nacional y pasaron a ocupar casi la totalidad de las vidrieras, a pesar de que escondían la debacle de las pymes. “Fue nefasto, porque fue de golpe. No fue paulatino que nos haya permitido adaptarnos. Se importaba todo, fueran productos terminados o semiterminados, que pegaron en la industria textil. Estas medidas liquidaron a las industrias argentinas, que eran muy buenas y que incluso hasta exportaban a Inglaterra y a Italia”, recuerda Mauricio, quien por entonces apenas colaboraba con el negocio familiar.

—¿Cómo llegaron a fines de los 90′ y cómo afectó a Benintende la crisis de 2001?

—Mal, porque hacia finales de los noventa habíamos abierto un local sport, donde actualmente está Musimundo, y la recesión nos pegó fuerte. Todo se retrajo y tuvimos que concentrar la estructura que teníamos. Incluso, teníamos un local en el shopping de Santa Fe que cerró. Había demasiadas cosas para atender frente a una recesión importante. Fue entonces que el local que permaneció abierto fue el de calle Urquiza.

A los 84 años, un 27 de junio de 2004, Carmelo Benintende falleció y la firma pasó a estar a cargo de Edgardo y Mauricio. “Ahí fue cuando yo me incorporo de lleno, porque hasta ese momento mi tarea era de ingeniería civil, yendo a donde estaban las obras”, asegura el profesional mientras repasa en su memoria los acontecimientos más relevantes del legado familiar.

Cambios

—¿Cómo son las ventas de trajes a medida hoy?

—La venta de prendas a medidas quedó en los últimos 10 años contada con la mano. Nosotros seguimos teniendo la sastrería con la gente entrenada de años, pero va desapareciendo. Prácticamente hoy nadie hace ropa a medida porque no sólo cambiaron los tiempos en cuanto a la moda y las costumbres, sino que cambió la tecnología de los ambos y trajes que se hacían. Antes se cortaba a tijera, después cortaron a cuchilla y ahora cortan a láser.

—De algún modo, para sostener el rubro como en sus inicios se requiere mucha inversión y no se justifica para el nivel de ventas.

—Sí, se requiere mucha inversión en máquinas porque son italianas, alemanas y algunas inglesas. Antes cortaban cuatro o cinco telas apiladas y hoy ponen 50, las compactan y con una máquina gigante las cortan. De pasar de tres a 50 cortes, los costos cambiaron.

—¿Qué incidencia tiene hoy la trajería para el local?

—Sigue siendo importante porque se redujo la cantidad de locales de venta y mantenés una venta de ropa formal. Pero lo que antes era un 80% de trajería y 20% del resto, hoy es 70% sport y 30% de vestir. Hoy el común de la gente, no el que necesita para trabajar, lo usa para eventos especiales. Ya no ves gente que use un saco para salir un sábado, sino que se pone una campera o un sweater.

—¿Cómo hizo un local tradicionalmente vinculado a la sastrería para ir incorporando otro tipo de vestimentas? ¿Cuándo lo advirtieron como necesario?

—Siempre consideramos que era necesario hacerlo. Tenés que aggioarnarte. Este rubro es muy vivo, cambia permanentemente. Si vos no te mantenés informado y no te adaptás a las formas en las que se mueven la costumbre y los hábitos, quedás afuera. Si no te adaptás a los tiempos, vas quedando afuera.

—Está claro que la pandemia provocó cambios en los modos de salir y vestir. ¿Cómo impactó en Benintende este período? ¿Pensaron en algún momento cerrar?

—En el primer tiempo, que fue la época de la incertidumbre y todo el mundo estaba muy asustado porque no se veía una luz en el fondo del túnel, no pensamos en cerrar pero sí en hacer una modificación. Nosotros pudimos trabajar del modo en que nos permitieron y pusimos un delibery, con atención en domicilio. Usamos las vías electrónicas para difundir y vender. Gracias a eso y a la trayectoria de la firma, sobrevivimos. Es decir, resultó difícil, pero no extremadamente difícil. Después, realizamos los cambios en la medida de las posibilidades de apertura de los negocios, los horarios, la forma de atender y lo fuimos llevando.

—¿Cómo se modificaron las tendencias de consumo en la pospandemia? ¿Qué tipo de ventas son las que sostienen hoy el negocio?

—Al principio, casi al fin de la pandemia, la gente estaba con una tendencia al abandono en su forma de vestir, muy informal, sin una imagen elegante. Eso se fue perdiendo y ahora está volviendo a la normalidad antes de la pandemia. Los varones algo se arreglan, con alguna camisa, un pantalón o una campera. Eso se refleja en las ventas y se está volviendo a cierta normalidad. Después, la moda va por un carril aparte y te obliga a mantenerte actualizado. Insisto, si no te aggiornás, estás afuera.

—¿Cree que Benintende se ha aggiornado a lo largo de estos 80 años?

—Creo que sí. Es una de las razones por las cuales todavía estamos. Fue un concepto que nos inculcó mi padre. Siendo adulto, siempre estaba vestido a la moda del día. No quedó en su momento de esplendor con una moda vieja, sino que estaba con los colores y los modelos de hoy.

—¿Siempre se asesoró para sostener esa política empresarial?

—Él siempre siguió investigando, seguía en contacto con los grandes delineadores de la moda. Siempre estuvo aggiarnado y nos lo inculcó.

Del átomo a la moda

A sus 70 años, Mauricio Benintende es quien actualmente asume las responsabilidades en el local ubicado sobre peatonal San Martín, a pesar de que la vida lo llevó a recibirse y trabajar de ingeniero civil en el ámbito público y privado e, incluso, haber estudiado previamente materias de la Licenciatura en Física en el Instituto Balseiro apenas terminara la secundaria a los 16 años. Desde que falleció su padre primeramente y luego su hermano Edgardo en 2014, se puso al frente de la firma y hoy mantiene el negocio, acompañado por sus empleados.

Mauricio jamás pensó que la moda iba a ser un factor de análisis en la toma de decisiones diaria que debe afrontar en el comercio familiar, y más aún para alguien a quien le apasionaba analizar desde el átomo hasta los conceptos más complejos de la ingeniería nuclear. Si bien la Ingeniería Civil le daría luego el sustento personal y una holgada experiencia, asegura que, como buen descendiente de italianos, “ganaron las raíces” para quedarse y apostar por su tierra. Y es ello quizá lo que imperó para ratificar la voluntad de continuar con el legado.

“Con el paso de los años, empecé a hacer un mix entre mi trabajo como ingeniero civil y el comercio, en momentos que estaban mi padre y mi hermano. Al principio dedicaba un 80% de mi tiempo en la ingeniería y un 20% acá, hasta que ahora me dedico prácticamente por completo al local y hago algunas tareas de ingeniería muy puntuales; es decir, tengo la cabeza metida acá”, sintetiza.

Sin embargo, por la mente del heredero de Benintende no deja de plantearse el interrogante de qué pasará cuando él no esté, ya que su hija es médica y sus nietos se orientaron hacia otros proyectos. “Esto acá, qué pasará, no lo sé”, manifiesta, con cierta nostalgia por el camino recorrido y el sentimiento a flor de piel por lo que construyó Carmelo.

—¿Qué cree que va a pasar o qué quisiera que pase con Benintende?

—Todo está condicionado a lo que pase en el país, no sólo en términos económicos, sino sobre todo al desarrollo de lo que pase en la Argentina, la provincia y mi ciudad. Si nosotros logramos estabilizar los temas necesarios del país y esto empieza a marchar, lo haremos marchar. Ahora, si esto sigue en decadencia, no hay expectativas futuras ni siquiera de sostenerse. Sobrevivir es una cosa y vivir, es otra. ¿Qué hacemos ahora? Estamos casi sobreviviendo. Entonces, la expectativa es que vos te desarrollés. La carrera termina cuando vos te morís, es decir que voy a dejar de trabajar cuando me muera. Haré otra cosa, gerenciaré esto de otra forma, viniendo menos. Pero en los tiempos que corren no conseguís una persona que quiera aprender el rubro siquiera.

—Es un análisis que debe hacer no sólo de números sino de recursos humanos, se refiere…

—Exactamente.

—¿Cómo cambió la estructura laboral desde los mejores tiempos a esta parte y cómo sobrellevan hoy el comercio?

—Hoy somos cuatro, cuando llegamos a ser trece. Lo cierto es que estamos todos en el mismo barco. Si el barco no tiene timón, no tiene un rumbo definido y no tiene expectativas de futuro, que es lo más terrible de todo. En este país, en cualquier rubro, te van a decir que la incertidumbre mata. Ya no digo proyectar a 15 años, sino que no sabemos qué hacer a tres años. Yo no sé qué voy a hacer.

—¿Cómo hace usted para manejar estas variables a diario cuando viene de una formación donde los cálculos son elementales?

—Uno aplica sus conocimientos, en mi caso de ciencias exactas. Y dos más dos es cuatro. Por eso, en esa previsibilidad se hace muy difícil tomar decisiones, sea en el corto, mediano o largo plazo. Todo gira alrededor de factores que no manejás. Somos jugadores en un partido donde no hicimos las reglas y en la mitad del juego te cambian las reglas. ¿Cómo podés pretender llegar a lograr el objetivo de ganar el partido? Es imposible, es incierto. En el mejor de los casos, por un factor aleatorio llegaste y ganaste, pero no porque hiciste un desarrollo.

—Si bien entiende que es difícil proyectar, ¿qué imagina que puede pasar con el rubro en 10 años?

—Este rubro, después de la comida, es lo más parecido. La gente tiene que comer todos los días y también vestirse. Más o menos arreglado, más o menos informal, de alguna manera u otra tiene que vestirse. El rubro va a permanecer. Esperanza siempre hay, pero según la mitología griega es el peor de todos los males, porque es lo último que salió de la caja de Pandora. Es lo que hace que vos aguantés cualquier cosa esperando los cambios. De todos modos, creo que siempre hay que luchar porque está en la esencia del ser humano. Hay que seguir adelante y buscarle la vuelta. Y fundamentalmente a nivel social, alguna vez tenemos que ponernos de acuerdo los argentinos.

—¿Qué observa en la sociedad de hoy?

—Mi participación en entidades y núcleos sociales ha sido intensa, desde clubes hasta colegios profesionales y consorcios. No encontré uno que no hubiera corrupción. Hay un veneno muy jodido metido en el núcleo de la sociedad. Se ha hecho tan cotidiano como el tipo que roba un sobrecito de azúcar del café de la esquina y eso no es correcto, pero se da como rutinario. Si no nos ponemos de acuerdo 20 personas en un edificio para reparar una vereda, qué nos vamos a poner de acuerdo millones para dirigir un país. En estos últimos tiempos hay también una falta de formación de la juventud y los niños; hay tres generaciones de degradación intelectual y lo único que nos puede sacar es la educación, la dedicación y amor al trabajo. Si las cosas se hacen bien, premio; si las cosas se hacen mal, castigo. Así funciona el mundo.