Siglo corto, siglo largo

25/03/2023

Sergio Dellepiane, docente / Dos Florines

Desde hace poco más de una década se ha instalado en el universo de las discusiones académicas entre los historiadores de la economía la cuestión acerca de qué período de tiempo, del que existan registros comprobables, ha sido el más floreciente, de mayor progreso y desarrollo para la humanidad.

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Las opiniones vertidas se dividen básicamente entre el denominado Siglo Corto, que corre desde 1914 con el asesinato del Archiduque Fernando de Austria como desencadenante de la primera gran guerra del siglo pasado, hasta cerrarse en 1991 con la caída del muro de Berlín; y el llamado Siglo Largo que arranca en 1870 con la expansión de la industria moderna hasta nuestro cercano 2010 época de pérdida de valor y selección natural de las denominadas empresas “punto com”, arrastradas por la devastadora debacle financiera de los mega bancos internacionales de la época. (Lehman Brothers, A.I.G., Merrill Lynch).

A lo largo de toda la evolución del “homo sapiens”, aproximadamente 300.000 años, el Siglo Largo representa menos de un 0,05% del total del tiempo; pero para algunos autores, este minúsculo lapso intertemporal incluye el cambio más profundo, en cuanto a creación de riqueza económica, de toda su existencia. Al menos hasta la actualidad.

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Hacia 1870, la Revolución Industrial llevaba décadas desplegándose, pero sus frutos aún no habían alcanzado a la mayoría de la población existente por ese entonces. Sin embargo, ya había comenzado a salir de la denominada “pobreza agraria” que la tenía encorsetada desde mediados del S.XVIII.

La explosión económica de productividad que promueve tal movimiento, permite distinguir tres vectores esenciales para su afianzamiento y multiplicación: el surgimiento de las corporaciones verticales, la aparición de los laboratorios privados de creatividad e innovación y la globalización de las relaciones comerciales y el intercambio y difusión de los conocimientos científicos adquiridos.

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La contraparte negativa incluye el conflicto armado que se manifiesta en las contiendas bélicas más destructivas para el género humano del que haya registro y la relativa, a la vez que tardía, toma de conciencia del cambio climático emergente.

En su última publicación “Slouching towards utopía” (2022), Bradford de Long afirma que desde 1870 en adelante, la civilización es materialmente más opulenta, pero a la vez, más pobre que lo que el conocimiento adquirido, acumulado y aplicado podría suponer. Es decir, dada la riqueza potencial de la humanidad actual, ¿Por qué aún existe pobreza extrema sobre la tierra?

Es a partir del cuestionamiento precedente que analiza la cultura de las naciones desarrolladas y concluye que, en ellas naturalmente, la pobreza relativa incentiva la creación de riqueza; mientras que en el contexto en el que se desenvuelven los países sub e infradesarrollados el problema se centra en la distribución de la riqueza que producen. No importa su cuantía relativa, sino que resaltan los mezquinos intereses locales por los que las preferencias oportunistas de algunos sectores de la sociedad hacen que se produzca menor riqueza que la que en verdad podría obtenerse si se proporcionaran los incentivos adecuados.

No es una cuestión de capitalismo versus populismo, es una cuestión de cantidad de trabajo y de eficiencia productiva. Para contextualizarla, el autor refiere que “…en el año 1900 la población mundial ascendía a 1650 millones de habitantes. Un siglo más tarde era de 6.000 millones y el año pasado registramos el número 8.000 millones (a mediados de Noviembre 2022) En ese período, a pesar de la explosión demográfica, el producto per cápita se multiplicó por más de 4. En 1870, un operario no calificado en Londres podía comprar para él y su familia 5000 calorías diarias en alimentos. Era más del doble de las calorías que podía adquirir un trabajador similar en el 1600. En 2010 ese número se elevó hasta los 2,4 millones de calorías diarias. Se multiplicó por casi 500 veces”. Podemos agregar que desde el 1500 al 2020 la población humana se ha multiplicado por 14, la producción de bienes y servicios por 240 y el consumo de energía por 115.(W.E.F – 2023)

A la vista de lo sucedido, estadísticas confiables mediante, en los países que abrazaron temporaria y/o absolutamente los postulados de extracción socialista/comunista, no cabe duda que, la “plusvalía“ de Marx y Engels, ha sido llevada a su mínima expresión productiva. Poco o nada para redistribuir. Los relevamientos sólo pueden mostrar retrocesos comparativos en cualquiera de los indicadores que se analicen. Lo opuesto a lo realizado por el capitalismo de occidente.

Una de las pruebas más contundentes al respecto, puede verse en la plataforma “youtube” de contenidos audiovisuales. Al buscar, encontrar y reproducir imágenes de la caída del muro de Berlin que dividió una sociedad por décadas, entre oriente y occidente; es dable hallar inequívocamente la respuesta al interrogante ¿Hacia qué lado del muro se movilizó la gente?

Trabajo y productividad son términos que han sido esmerilados de la conciencia de muchos de nosotros. La utopía de la redistribución de riquezas encierra su propio cadalso. Si nadie genera riqueza y todos esperan algo que de hecho nadie produce, ¿quién asumirá la responsabilidad de comunicar la mala nueva?

En definitiva, ya lo sabía Parménides en la antigua Grecia: “de la nada, nada sale”.

“Es un monstruo grande y pisa fuerte, la pobre inocencia de la gente” – 1978 – León Gieco