ENFOQUE PORTADA

Restricciones que oxidan

Por Sergio Dellepiane – Docente ///

Nuestro país, la Argentina, luce a ojos extraños y entre propios como una maquinaria compleja, con infinidad de engranajes de todo tipo, tamaño y color, pero oxidada. Funciona como puede (o como la dejan), pero chirria y desafina con cada intento espasmódico de movimiento.

No fluye, está trabada, encorsetada y atiborrada de regulaciones que obstaculizan y ralentizan cualquier impulso, interno o externo, que pretenda sacarla de su estanqueidad.

Como si fuera poco el lastre acumulado, mientras no se corrijan los desequilibrios macroeconómicos de todas sus variables, lo único que aparece en el horizonte como alternativa, es el incremento de los controles. La acumulación de trabas y restricciones para casi todo tiene un único origen; la ausencia de ideas y la falta de un plan concreto para abordar los graves problemas de un país a la deriva.

La realidad se muestra cruel e impiadosa. Si alguien quiere obtener efectivo (salvo de una cuenta sueldo en cajero de propio banco) le cobran impuestos; si realiza alguna transacción bancaria, también; si emplea su tarjeta de crédito, lo mismo. Encuentra trabas para adquirir moneda extranjera con dinero en su cuenta, pero quienes recibieron asistencia del estado pueden hacerlo sin objeciones. Si pretende ahorrar en moneda local, la tasa de interés atrasa con relación a la dinámica inflacionaria, por lo que, al final del recorrido, siempre pierde. Si viaja al exterior paga impuestos (más de uno).

Si se queda dentro del territorio nacional y quiere comprar algo que no se consigue localmente, le ponen restricciones para introducirlas. Lo que hay puertas adentro, siempre es más caro que afuera y son menores las alternativas de elección. Los salarios siempre pierden y la seguridad social no acompaña el deterioro generalizado del sector. Los “bonos” extemporáneos, acompañan y recuperan, pero con retardo. En pocos casos empardan y los menos ganan de modo efímero, porque nada se actualiza a la misma velocidad con la que se incrementan los precios de la economía. Sólo detienen su avance impetuoso por acuerdos de corto alcance.

Crisis.

La crisis por la que atravesamos podría describirse como multitemática. Es económica, financiera, cambiaria, política, sanitaria, de seguridad interior. En mi opinión, es sobre todo cultural y fundamentalmente educativa. Producto de una mala praxis, de antigua data, que se ha internalizado en cada habitante, de diferente forma y en diferente grado.

Si bien lo que más preocupa son los alarmantes niveles de pobreza e indigencia alcanzados (ya ni el Observatorio de la Deuda Social Argentina de la UCA publica regularmente sus estudios y análisis; de algo que está a la vista de todos cotidianamente); lo que altera cualquier orden que se pretenda conseguir es el hecho de que este panorama desolador convive con una clase media, otrora pujante y base de todo progreso, que luce exhausta.

La única conclusión posible es que como país somos cada vez más pobres y menos productivos, poseyendo aún una cuantiosa riqueza natural inexplotada o subexplotada y con severas dificultades para concretar proyectos imprescindibles de infraestructura que nos permitan salir del laberinto en el que nos metimos nosotros mismos.

La fallida performance del “estado presente”, como aquel proveedor omnisciente que llega a todos lados, sólo ha sabido generar una colosal emisión de deuda pública sin siquiera proponer alguna solución verdadera y realista a ninguno de los problemas con los que convivimos desde hace ya demasiado tiempo. Se contenta con disponer una mayor cantidad de restricciones, impuestos y gastos que la economía formal privada tiene que perder el tiempo en intentar descifrar, adaptar, solventar y resignarse.

Barreras.

No existe evidencia empírica, a lo largo de la historia humana, de la existencia de un solo lugar en el globo, donde los humanos hayan vivido bien, cómodos y a gusto, con un estado todopoderoso que desaliente, almismo tiempo, cualquier iniciativa privada de mejora y progreso.

Lo único que se ha podido probar fehacientemente es que la acumulación de restricciones en una economía particular, pone un freno perverso a la dinámica que pretende instalar la productividad privada.

Cualquier argumento con el que se pretenda diluir el principio de propiedad privada, sólo conseguirá destruir la fuerza impulsora del desarrollo humano. Desaparecerá la inversión y el mérito. Se multiplicarán negociados que beneficiarán a unos pocos que propugnan por economías cerradas cuyos beneficios se repartirán a dedo en los escritorios del poder, donde los testaferros se enriquecerán a su vez, rapiñando todo aquello que los poderosos de turno no puedan controlar.

La reserva moral que aún subsiste entre muchos compatriotas es el único antídoto contra el pavoroso avance de la decadencia que amenaza con convertir los pilares de la República en escombros sin sustento.

“Si los derechos civiles del hombre pudiesen mantenerse por sí mismos al abrigo de todo ataque, es decir; si nadie atentara contra nuestra vida, persona, propiedad, libre acción, entonces; el gobierno del Estado sería inútil, su institución no tendría razón de existir” – J.B. ALBERDI.