Franco Rossi, especialista en materia tributaria, lamentó que este sea un país de “sábana corta” y remarcó la necesidad de retomar la discusión de la reforma impositiva. Nahuel Amore
La crisis cambiaria de la Argentina puso nuevamente sobre la mesa el debate sobre la eficiencia de los recursos en el país, fundamentalmente a partir de la decisión política del Gobierno de acelerar la convergencia al ordenamiento déficit fiscal primario para 2019. En este contexto, la administración nacional -bajo la figura del ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne-, ya no sólo profundizó el ajuste del gasto, sino que echó manos a los ingresos para alcanzar cuanto antes la meta y, así también, cumplir con el FMI.
Si bien la primera gran medida por decreto presidencial fue la vuelta a un esquema de retenciones para todas las exportaciones, que se sumó a la baja de los reintegros, siguen en discusión una serie de impuestos que están contemplados en el proyecto de Presupuesto 2019 que los legisladores deberán definir. Incluso, nuevamente comenzó a negociarse junto a los gobernadores cuál será el aporte que deberán realizar las jurisdicciones, por lo cual también están en suspenso posibles modificaciones impositivas en las provincias.
De este modo, en el marco de la Jornada Mercado de Capitales que organizó Leiva Hermanos en Paraná, DOS FLORINES consultó a Franco Rossi, especialista del reconocido Estudio Lisicki Litvin y Asociados, cuál es el análisis técnico que realizan de esta coyuntura. Al respecto, reconoció que la presión fiscal sigue por arriba del 40% del PBI y que las retenciones son un impuesto recesivo, por lo cual se torna necesario volver a discutir la reforma tributaria en serio.
En este sentido, cuestionó la ineficiencia del sistema tributario actual del país y apuntó a mejorar la productividad a través de la generación de recursos que aseguren buenos servicios. En esta línea, advirtió que en el mundo no sólo hay una guerra comercial, sino también impositiva, que determinará hacia dónde van las inversiones. Todo ello, sin dejar de criticar el impuesto a la renta financiera que, a su entender, es apenas un hito de la crisis cambiaria que atraviesa hoy la Argentina.
—¿Qué opina de los cambios impositivos que introdujo la Nación para generar más ingresos e ir al déficit cero primario en 2019?
—Está clarísimo que la Argentina necesita una reforma tributaria que se esbozó a finales del año pasado y donde en esa época el nombre era gradualista para todos, con una programación de cuatro años y así intentar bajar dos puntos la presión sobre el producto. La realidad es que todos esperamos desde el punto de vista de la doctrina fiscal una reforma mucho más ambiciosa. Pero esto es una sábana corta. Está claro que los recursos se necesitan y tal vez por eso es la reforma que se pudo en ese momento y esta es la única salida que vio el Gobierno frente a un incremento grande del tipo de cambio: capturar algunos pesos con las exportaciones, que son distorsivas, recesivas y atacan a la actividad en sí misma, es decir, no es un impuesto que tenga bondad desde lo técnico.
—Si bien es difícil pensarlo en este momento tan incierto, pero ¿cuándo creen que es posible volver a discutir en serio la reforma tributaria?
—Todavía te diría que estamos en un ni. Esa discusión la vamos a empezar a ver en el Presupuesto. Se hablaron muchas cosas que tal vez no están plasmadas todavía en ninguna ley de reforma ni tampoco en la ley de Presupuesto, como lo es el impuesto a los Bienes Personales adicional a los que tienen bienes en el exterior, una eliminación del ajuste por inflación que este año volvía a activarse después de la década del noventa cuando inició la convertibilidad. El propio Consenso Fiscal que era tan importante que, si hoy tuviera que atacar un impuesto, sería Ingresos Brutos, el primero que deberíamos eliminar junto con el de Sellos.
—Según el Gobierno, no van a tocar el esquema de baja gradual de Ingresos Brutos, pero sí de Sellos.
—Esto es todo en el marco de trascendidos, opiniones y las negociaciones que se están llevando a cabo. Por eso digo que veamos cuál es el resultado de esta negociación y, en principio, apuntando a cuál va a ser el esquema. El propio Consenso se planteó de manera ambiciosa con una reducción en 2022 y eliminar el impuesto para actividades que, yendo al viejo Pacto Fiscal de 1994, la construcción, la industria y agropecuaria estaban exentas. De todos modos, en ese marco, las provincias hicieron un poco de trampa porque las que tenían alguna alícuota baja de Ingresos Brutos aprovecharon a subirla al máximo y compensar así lo de la extraña jurisdicción que era una doctrina de Corte. Como siempre las provincias tienen el mismo problema que la Nación.
—De recursos…
—Exactamente. De todos modos, uno ve los números de las provincias y parecen estar un poco más saneadas porque en 2015 la Corte dijo sobre la coparticipación que desde hace muchos años se hace mal y nos merecemos una nueva ley. En el medio de la guerra comercial también está la guerra impositiva. El mundo se está peleando por ver en dónde van a radicarse las empresas, a generar trabajo valor, innovación, desarrollo tecnológico, y los impuestos son una herramienta para lograr eso. Si uno tuviese que mirarlo desde afuera, tomar una decisión de inversión y venir a Sudamérica, ¿vendría a la Argentina o iría a otro país como Paraguay, que te cobra 10% de Ganancias, 10% de IVA y 10% de Seguridad Social?
—Con el nuevo esquema impositivo, ¿qué presión total estiman?
—En realidad, la presión objetiva medida por la recaudación total sobre el producto, va a seguir arriba de los 40 puntos y es demasiado. No es que yo esté en contra de cobrar muchos impuestos, porque en realidad hay experiencias, como los países escandinavos, que tienen presiones fiscales altísimas. Sin embargo, el impuesto tiene que ver con el servicio que uno recibe. Los impuestos tendrían que ser una herramienta para volvernos competitivos, no para solventar gastos corrientes. La realidad es que el impuesto en sí mismo es recesivo, porque el Estado a la hora de asignar recursos al desarrollo y el crecimiento –como la innovación, la tecnología, la producción, la productividad-, es mucho menos eficiente que el privado. Si le saco mucho al privado para llevarlo al Estado, estoy perdiendo eficiencia. Mucho peor si con lo que entra al Estado después vuelve muy ineficientemente. Como nos pasa hace muchas décadas, los impuestos son un problema.
—¿Es el impuesto a la renta financiera sobre las Lebac uno de los desencadenantes de la crisis cambiaria de la Argentina?
—Desde el inicio, el impuesto a la renta financiera es más marketing que otra cosa. Aporta a la recaudación total 0,2% del Producto y no estaba diseñado para que alguien no pague, sino justamente para fomentar un mercado de capitales argentino fuerte, que genere que los cimbronazos externos se puedan soportar diferentes. Nosotros tenemos un sistema financiero muy débil y eso hace seamos extremadamente vulnerables a todo lo que pasa afuera. Por eso, es más marketing para la tribuna que lo que se esperaba, que es un impuesto cedular dentro del Impuesto a las Ganancias porque las empresas siempre pagaron renta financiera. Los bancos, que por ahí hay como un mito en la gente, siempre pagaron impuestos porque las empresas pagan 35% y eso no hay discusión. De ahí a marcar el inicio de la crisis, es tal vez el primer hito de una sucesión de hechos que marcaron.
—Había un contexto que hacía que los inversores que tenían Lebac empezaran a irse y volcarse al dólar.
—Sin ser especialista en economía, ese hito marcó que el tema dólar empezara a estar en la tapa de los diarios, los noticieros y el común de la gente. Hasta ese momento el dólar no era un problema y eso marcó un alerta. Que eso haya sido el desencadenante es darle mucha entidad. Para nosotros desde el principio un impuesto a la renta financiera, con la inflación y las tasas que hablamos, es distorsivo en sí mismo.