EMPRESAS

Noelia Zapata abre su viñedo y apuesta a hacer un buen vino en la costa del Paraná

Organiza visitas para conocer las distintas variedades de su vino Ara, en su establecimiento de Colonia Ensayo. Gustavo Sánchez Romero

Su vino viene despacito ocupando lugares en distintas góndolas de Crespo, Paraná y Rosario. Despacito. También así ella hubiese querido que se dieran las cosas en las 11 hectáreas que posee en Colonia Ensayo, a pocos metros de La Jaula, en una lomada de visión balsámica, en la cual ha decidido conservar cinco hectáreas de bosque nativo virgen, donde el visitante se sumerge a lugares que ya casi no existen por estos arrabales.

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Hubiese querido tener toda la infraestructura en el viñedo, e incluso aspiraba a contar con la bodega –que hoy funciona en Crespo- junto a las vides. Pero dice Noelia Zapata –gerente de La Agrícola Regional de Crespo y vicepresidente del Consejo Empresario de Entre Ríos- que desde la Secretaría de Turismo de la provincia y el entusiasmo propio porque los entrerrianos y los visitantes pasen un buen momento degustando las distintas variedades sus vinos a los que denominó Ara –junto a quesos, salames, nueces y otros productos regionales- la empujaron a tomar la decisión.

Fue así que nacieron las visitas de unas dos horas a un viñedo donde se advierte la dedicación y cierta obsesión por el orden y las proporciones geométricas –quizá porque su hijo arquitecto es quién pone mucho de su tiempo en el proyecto familiar- y unas 20 personas recorren las distintas cepas y degustan bajo la minuciosa explicación de la familia.

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Digámoslo frontalmente y sin falsos compromisos; el vino es bueno, tiene cuerpo, sabor con identidad y buen marketing, y eso le ha dado buena prensa entre los que los han probado y coinciden en que en su segmento tiene un gran potencial en el mercado.

Eso lo advierten los visitantes que disfrutan el proceso de degustación y lo compran ahí mismo, enmarcando una buena unidad de negocio para la familia.

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Inversión.

Todo comenzó hace cinco años cuando su marido –analista de sistemas-, ella y sus tres hijos decidieron invertir ahorros familiares en un buen lote que definitivamente sería puesto totalmente de cara a la producción vitivinícola.

Así fue que encontraron ese predio que estaba arrendado para la soja y pusieron el cuerpo en el sueño familiar. Coincidió que un vecino, Edgardo Heinze, se enganchó con la idea y puso dos hectáreas a disposición y la maquinaria para el trabajo en el campo, y de alguna manera establecieron un joint venture que requería del sol, el viento, la lluvia y la buena tierra, pero especialmente el cariño por lo que se hace.

Hubo mucho que poner, y aunque no puede precisarlo porque hay que poner todos los días y el flujo es incesante, especialmente en la bodega que establecieron en Crespo pero que quieren traer al viñedo. Pero sin confirmarlo se podría afirmar que ya supera los 500 mil dólares. “No miramos mucho eso, en serio. Este es un proyecto, un sueño familiar del que participamos todos y si bien pusimos mucho dinero no estamos todo el tiempo pensando en eso”, advierte Noelia. Lo que si confirma es que aún no han llegado al punto de equilibrio, porque los postes son muy caros, los alambres y todo proceso, sin contar las 7 mil plantas que valen más de 1.5 dólares cada una aproximadamente, y que deben ser traídas de Mendoza, injertadas, y con todos los cuidados para apropiarse de los atributos de estos suelos y no tomar sus plagas.

“Empezamos de a poco, en 2011. Para plantar hay que preparar la tierra, un año antes, se plantan cada un metro y las hileras cada tres metros. Cada poste vale 1.500 pesos, los alambres, la bodega costó muchísimo. Es muy difícil precisar números hoy por hoy, lo que si esperamos que en un par de años podamos lograr los rindes y producción que aspiramos y el proyecto se despliegue con su propio ritmo y no pierda dinero”, avanza la empresaria en la descripción de su hijo más mimado. Advierte que cada máquina que posee en la bodega es europea -despalilladora, bomba, encapsuladora- cotiza en euros y hoy con esta volatilidad es difícil ponderar su valor, sin contar que el corcho es de alcornoque, la corteza del árbol europeo que también se cobra en dólares.

Producción.

Esta temporada realizarán la quinta vendimia, y la producción ha ido creciendo. El primer año lograron 500 litros de vino; al año siguiente lograron envasar 7.000 litros, en 2016 lograron llegar a los 16 mil litros, pero el año pasado la producción cayó a 10 mil litros. “La merma del año pasado fue por la sequía que impactó mucho en la producción. Hubo que ralear cada planta da 20 racimos, y nosotros dejamos a 10 racimos para que tenga más concentración de azúcar que luego se convierte en el alcohol. Con la sequía el fruto pierde peso”, ilustra la mujer que se mueve entre las plantas como si danzara. Asiste a su hijo Leandro que atiende a los visitantes y prepara todo para el próximo hito del itinerario que se desarrolla con rigor en tiempo y forma.

Posee cepas de Malbec, Tannat, Merlot, Syrah, Marceland y estás desarrollando Chardonnay, de la cual está preparando un espumante que en breve presentará en el mercado.

Este año espera llegar a las 9000 botellas, pero la idea es que el sistema se estabilice en 20 mil botellas en los próximos años. Para esto tiene un matrimonio de enólogos montevideanos que lo visitan cada dos meses y el ingeniero agrónomo es Andrés Passadore.

Futuro.

“El sueño es lograr un buen vino de la Costa de Paraná”, asegura Noelía Zapata y prescribe que para esto es clave el impulso que le está dando la Provincia al vino entrerriano.

Es que pocos hubieran imaginado que el impulso del economista Jesús Vulliez y su primo Raúl Marsó dieron hace ya más de una década por recuperar la vitivinicultura entrerriana tras la trágica decisión del presidente Justo en la década del ´30 de concentrar y permitir sólo la producción de vino en la franja cuyana del país diera pasos tan firmes.

Pocos hubieran imaginado, también, que su simiente prendería en tan poco tiempo en más de 70 puntos de la provincia donde hoy hay una uva que abreva del sol.

Sin dudas que Noelia y su familia tributan de esta experiencia, pero le ha puesto algunos aspectos a su viñedo que le otorgan una identidad diferenciada que vale la pena conocer. Desde el momento de la identificación fiscal de “Los Aromitos” hasta la imposición del nombre y el merchandising que eligieron para su ingreso al mercado. En el camino de la profesionalización del vino entrerriano, la familia Jacob aprovechó el tiempo y las ventajas del management, sin perder la esencia. “No vamos a hacer vino a fasón, no está en el corazón de este proyecto”, expresa Noelía, con definición meridiana”.

Todavía no trajo a Los Aromitos la bodega, pero está construyendo una especie de salón de usos múltiples donde espera albergar a unos 50 visitantes que prueben los productos locales, degusten el vino y puedan adquirirlos, siempre con el espíritu de vender un segmento de tiempo que en el mundo del marketing actual se cotiza en bolsa: las experiencia positiva.

En eso está, y avanza la idea.

Dice Noelia que la industria en la provincia se encuentra con varias barreras, y ella no le va en saga. Asegura que no hay plantas viejas –pueden vivir 100 años- y hoy el mercado no cuenta con mayores a una década, afectando la productividad de los sistemas, pero más dramático fue la pérdida del “saber hacer” que tuvo Entre Ríos y que por aquella unilateral decisión del Gobierno Central la provincia fue perdiendo estos conocimientos.

“Llevará muchos años recuperar los saberes que nuestros antepasados en la provincia tuvieron sobre cómo hacer buen vino y que trajeron de Europa”. Ella cree que entre todos hay mucho para hacer ahí.

En tanto, pone proa hacia su sueño familiar, sigue invirtiendo y apostando.

En tanto, hay una experiencia productiva de la cual cualquiera puede apropiarse sirviendo en su copa vino Ara, el que aspira a ser el buen vino de la costa de Paraná.

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