ENFOQUE PORTADA

Inflación reprimida, inercial y real

Por Sergio Dellepiane / Docente universitario

La inflación es en todo momento y lugar un fenómeno monetario. Antes de la existencia del dinero como intermediario y facilitador de las transacciones comerciales no existía inflación. Al no haber dinero no podía haberla. No existen registros de ocurrencia, durante la vigencia del trueque o el intercambio de cosa por cosa, de ningún proceso inflacionario en ninguna parte del mundo conocido.

Todo proceso monetario incluye necesariamente ingresos y egresos de dinero. Cuando los primeros resultan ininterrumpida y sustancialmente inferiores a los segundos deben encontrarse formas alternativas para cubrir el déficit subyacente que, de no corregirse a tiempo, se incrementa sin límites. Los estados nacionales disponen de tres formas diferentes para cubrir su déficit. Incrementar los ingresos por la vía impositiva, tomar crédito tanto de fuentes internas cuanto externas y/o, en su defecto, emitir moneda soberana con o sin respaldo de la productividad que el país genera. Cada una a su modo, según las circunstancias, su cuantía y las exigencias impuestas por el entorno, incuba inflación para el mediano y largo plazo.

La Ciencia Económica distingue dos formas esenciales de regulación de los intercambios comerciales. Con o sin intervención del Estado. Entre ambas existe una infinidad de combinaciones alternativas posibles. La libertad absoluta de mercado ha demostrado ser imperfecta, por lo que para corregir sus fallos necesita de la intervención del Estado. La intervención absoluta del Estado en el accionar entre privados ha demostrado su rotundo fracaso. La más acertada aproximación hacia una convivencia pacífica entre las partes sigue siendo el axioma que sostiene “Tanto mercado como sea posible y tanto Estado como sea necesario”.

Así las cosas, la mayor o menor injerencia del Estado en la actividad productiva de una sociedad organizada, dejando de lado los intereses egoístas de los elegidos para administrar el bien común, debiera verse reflejada en una mayor y mejor calidad de bienes y servicios públicos para beneficio de toda la comunidad. En condiciones normales, gastar más de lo que se recauda no es signo de administración eficaz, menos aún eficiente de los recursos disponibles que, huelga decirlo, siempre resultarán escasos. El mayor gasto incurrido genera déficit, la carga tributaria tiene un límite tolerable para los contribuyentes, el crédito requerido exige el pago de intereses (Costo del dinero en el tiempo) por lo que el incumplimiento de los plazos acordados resulta letal y la emisión monetaria sin respaldo destroza cualquier intento gradual de mitigar daños irreversibles en el entramado social al que se pretendió ayudar.

La inflación es la única de las tres variables macroeconómicas principales cuya potencia actúa en sentido inverso a las otras dos (empleo y crecimiento) pudiendo contrarrestar los efectos positivos de aquellas, hasta ocasionar retrocesos inimaginables en cuanto al progreso y desarrollo de una nación.

Tres tipos de consecuencias

Según sea el tipo de intervención estatal en la esfera de las transacciones entre privados, pueden distinguirse tres tipos de consecuencias; la Inflación Reprimida, la Inflación Inercial y la Inflación Real.

La primera acontece cuando, por las razones que fuera, se intenta contener los precios tanto de bienes como de servicios de modo antojadizo y autoritario y/o se pretende corregirlos por debajo del valor real que debieran tener a cada momento, es decir con rezago de la dinámica inflacionaria por la que la economía real transita. Cuando resulta insostenible operar de esta forma porque los atrasos entre los precios “cuidados” y los reales son tales que aparece el desabastecimiento o la falta de mantenimiento se agudiza y no se pagan los subsidios comprometidos, los servicios se resienten y hasta se interrumpen intempestivamente. Cualquier corrección que pretende aplicarse, de la proporción que sea, libera la Inflación Reprimida. Si sólo se corrige parcialmente será nada más que un parche temporal que se tornará más perjudicial aún, que aplicar una corrección verdadera del desajuste generado previamente.

Cuando una economía ingresa en un período inflacionario creciente y sostenido, cualquier medida que se tome en el presente, repercute a favor o en contra un tiempo después, es decir, actúa con rezago. Es lo que se conoce como Inflación Inercial, de Arrastre o Núcleo pues es la base sobre la que se acumulan los efectos de decisiones actuales para el futuro mediato.

Dornsbusch y Simonsen (1987) lo explican claramente: “Supongamos que después de una inflación prolongada, el Banco central anuncia que dejará de imprimir dinero y que el Tesoro anuncia que el déficit presupuestario se eliminará como resultado de aumentos de impuestos o recorte de gastos. Incluso si la percepción general es que el PBI nominal se estabilizará inmediatamente, quienes fijan los precios no deberían tomar la iniciativa de detener los aumentos de precios sectoriales, siempre y cuando consideren la posibilidad de nuevos aumentos en otros sectores. En un contexto no cooperativo, cada jugador individual tiene poca información sobre los demás jugadores. Como resultado, no hay razón para creer que todos los actores alcanzarán el equilibrio de inflación cero (pleno empleo) en el primer paso… La velocidad de convergencia puede ser dolorosamente lenta después de un período prolongado de alta inflación. Cuanto más prolongado es el período de aprendizaje, mayor es la tasa de desempleo resultante”

Lo que si sabemos por experiencia es que, a nivel micro, cada actor intenta maximizar su Cantidad Monetaria = Precio x Cantidad vendida, según el sector de actividad en el que participe. En función del precio fijado atraerá o retraerá demanda y adecuará su estructura a tal circunstancia. En mercados libres y competitivos la subsistencia se juega a prueba y error día tras día.

En definitiva, la inflación Inercial se asemeja a una espesa bruma o niebla que no permite ver las señales de desinflación de la economía, especialmente cuando su origen es exclusivamente fiscal.

Por último, la Inflación Real es aquella que se comprueba cotidianamente cuando se contrasta con relación al poder adquisitivo de los agentes económicos que participan en un mercado determinado. Si verifican un efectivo deterioro del poder de compra en el transcurso del tiempo, su impacto influye no sólo materialmente en la menor cantidad de algo similar adquirido, sino que también lo hace en las aspiraciones y expectativas a las que afecta negativamente, obligando a repensar y priorizar gastos, inversiones, modificar gustos y hábitos de consumo y a planificar más racionalmente la distribución del ingreso. Aquí no interesa cuanto de inflación reprimida y cuanto de inercial contenga la inflación real. Se trata de expectativas y confianza, componentes intangibles si los hay para la toma de decisiones, sobre la base de la estricta correlación entre ingresos y egresos efectivos, personalísimos e intransferibles de cada ciudadano.

El único remedio conocido para reducir sustancialmente los efectos destructivos de la Inflación consiste en eliminar lo antes posible el déficit fiscal intertemporal, única causa de todos los padecimientos económicos que como nación mantenemos consuetudinariamente hace más de 100 años.

Me olvidaba. La Inflación Estadística es la que publican (ir)responsablemente, cuando y como quieren, los gobiernos de turno, según intereses y conveniencias del momento.

“Yo podría terminar el déficit en tan solo cinco minutos. Solo hay que aprobar una Ley que diga que cada vez que haya un déficit mayor al 3% sobre el PBI, todos los miembros del Congreso son inelegibles para la reelección” W. Buffett (1930 – )