ENFOQUE PORTADA

El corto camino hacia el largo plazo

Sergio Dellepiane – Docente //

“En el largo plazo estaremos todos muertos”, frase proferida por J.M. Keynes en 1923, de modo anticipatorio para alertar acerca de la posible depresión de la economía de EE.UU. si continuaba atada al patrón oro; puede ser interpretada de varias maneras.

Resulta evidente que tiene una connotación muy poderosa para el momento que nos toca transitar.

Las decisiones que tomemos no deben postergar demasiado los beneficios que esperamos obtener a partir de ellas, porque podría suceder que no lleguemos a ver, y menos a disfrutar, de sus resultados.

Podemos aproximarnos a la afirmación del comienzo, desde cada uno de sus extremos.

Si la situación por la que atravesamos es considerada como mala, algo debemos hacer, aunque lo que ejecutemos resulte contraproducente, antes que esperar lo que podría parecernos una buena decisión, tomada por terceros (cuanto antes si nos movemos en zigzag), que nos aproxime a sus frutos. Este es el argumento que sostienen quienes no quieren o no pueden confiar en los buenos efectos del largo plazo y toman sus decisiones “sobre la marcha”, sin percatarse que las mismas, la mayoría de las veces, ocasionan más inconvenientes que los ya padecidos, pudiendo llegar a convertirse en obstáculos insalvables que nos impidan alcanzar el objetivo deseado.

Gastar más de la cuenta (sobre todo con el dinero de otros) o consumir sin ahorrar; importar energía sin invertir en la explotación de los propios recursos naturales; repartir miseria en vez de generar riqueza previamente; encorsetar el mercado cambiario imponiendo un precio ficticio y restringir el comercio exterior en ambas direcciones despreciando las ventajas del libre comercio; pueden verse como una muestra limitada pero comprensiva, de la proposición precedente. El bienestar presente no soluciona los problemas del futuro y, por lo mismo, podrían tornarse más acuciantes en un plazo perentorio, sobre todo si no se tiene claro el “hacia dónde”.

Naturaleza.

Lo hasta aquí planteado no es otra cosa que una característica peculiar de nuestra idiosincrasia. Valorar excesivamente el corto plazo es una práctica que lleva casi un siglo entre nosotros. Despilfarrar recursos escasos en vez de generar excedentes y acumular riqueza para momentos difíciles, nos ha costado demasiado. La frase “combatiendo al capital” (de los otros, no el propio) de suyo, connota que vale más el presente que el futuro. O lo que es lo mismo, que más capital es malo o resulta perjudicial y, por lo mismo, el ahorro no contribuye al progreso y desarrollo nacional. Sin matices ni referencias que enmarquen las circunstancias del momento que se analice, sostener tal cosa de modo absoluto, afectará negativamente cualquier proceso de inversión productiva próxima y reducirá el rendimiento previsto de lo que ya funciona.

Para la ciencia económica toda mejora, en cualquier tipo de sociedad, proviene directamente de la proporción de capital que se incorpore a incrementar la producción de todo aquello que sea demandado, interna y externamente, mientras pueda concretarse a un costo menor que el de cualquier competidor, manteniendo al menos, los mismos niveles de calidad, tecnología y precio.

Por el contrario, en el otro extremo, si la situación que transitamos resulta mejor que lo esperado, naturalmente aparecerá el denominado “excedente no consumido” que podrá destinarse a aliviar las condiciones de vida de toda la comunidad. De este modo, el bienestar general será una consecuencia favorable para incentivar la atracción de capitales, locales y foráneos, que multipliquen el referido excedente en el largo plazo, contribuyendo a practicar el “derrame”, tan declamado pero cada vez más esquivo, en cuanto a concreciones reales y efectivas, por estas latitudes y estos tiempos.

Decisiones.

Más allá del análisis que cada uno haga de cada extremo, la influyente atracción que ejerce el corto plazo, obliga a las autoridades del momento, a tomar medidas transitorias que, en nuestro caso, se vuelven permanentes y obstaculizan, cuando no interrumpen, la propia dinámica que engloba el progreso y el desarrollo nacional.

Una de las decisiones más controvertidas que debe tomar la autoridad gobernante, a la vez contradictoria e influyente, para el devenir económico de un país, es aquella que reduce el déficit fiscal, efectiva y concretamente, a niveles tolerables (menores a un dígito) en un lapso de tiempo razonable. Aunque tal determinación no genere rédito político sino más bien lo contrario; permitirá mostrar a toda la comunidad, con certeza irrefutable, que hay luz al final del túnel. No es más que hacer palpable el hecho por el que todo sacrificio que se haga, no será en vano.

Para ello debe modificarse urgentemente la equivocada creencia de que no tenemos un problema de gasto sino de recaudación.

El déficit fiscal desde enero 2020 a julio 2022 suma U$S 64.852 millones mientras que la deuda de la Tesorería más el Banco Central suma U$S 428.171 millones. Creció en el mismo período analizado (hasta agosto 2022) en U$S 87.967 millones. (BCRA – Balances). A ojos vista, nada o muy poco ha mejorado estructuralmente.

Emociones.

La convicción con la que, la autoridad del momento, lleve adelante su decisión de hacerla efectiva se convertirá en confianza y, será pues, la herramienta que nos permita tender el puente entre el corto y el largo plazo. Porque ya lo sabemos, y lo hemos experimentado más de una vez; cuando más importante y urgente se vuelve el corto plazo, más se enloda y dificulta el camino al mañana y, por lo mismo, las decisiones se tornan más emocionales que racionales. Se abandona la ciencia y se arrinconan las experiencias pasadas. Se agolpan las sensaciones encontradas y la mayoría de las veces se termina olvidando lo más importante.

El largo plazo siempre llega.

“La planificación a largo plazo no es pensar en decisiones futuras, sino en el futuro de las decisiones presentes” – Peter Drucker (1909 – 2005)