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Kovadloff, en Entre Ríos: “El problema ambiental de fondo es profundamente filosófico”

Según el ensayista, que estuvo este viernes en Concordia, los tiempos se acortan y la tierra da señales cada vez más contundentes. En un mano a mano exclusivo, reflexionó sobre el modelo productivo y apuntó contra las naciones responsables. Además, repensó el uso de la Inteligencia Artificial. Nahuel Amore

“El cambio climático: el desafío de preservar el planeta en que vivimos”, fue el título de la exposición de Santiago Kovadloff este viernes en Concordia, al cierre del II Congreso Internacional de Bienes Raíces organizado por el Colegio de Corredores Públicos Inmobiliarios de Entre Ríos. Fiel a su enfoque y sin dejar de alarmar para interpelar, puso la lupa sobre los problemas de la humanidad en términos del cuidado de la tierra y las diferentes responsabilidades que les cabe, sobre todo, a las grandes potencias.

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En entrevista con DOS FLORINES, el ensayista advirtió sobre las consecuencias en el ambiente de este modelo productivo y propuso una necesaria transición en el uso de los recursos que permitan recomponer en parte las condiciones de habitabilidad, más aún cuando el tiempo llega a su límite. Frente a este escenario sombrío, planteó que es fundamental un debate sobre los valores. “El problema de fondo en este orden es profundamente filosófico como lo es también el problema ambiental”, enfatizó.

—¿En qué términos plantea los desafíos que enfrenta el planeta ante el cambio climático?

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—Estamos ante una exigencia y un desafío cultural. La exigencia consiste en tomar conciencia de la situación en la cual el planeta se encuentra desde el punto de vista ambiental. Esa situación es crítica debido a que el calentamiento global está generando zonas crecientes de inhabitabilidad por parte del hombre. Es decir, la tierra que lo albergaba hasta hace un tiempo con relativa hospitalidad ha empezado a evidenciar síntomas de disconformidad con el trato que el hombre le brinda, al generar un desequilibrio contextual incompatible con la propia exigencia que la tierra hace para poder brindar los frutos que el hombre necesita.

—¿Y en cuanto al desafío cultural?

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—En lo que hace al desafío, se trata de saber no sólo si contamos con la conciencia necesaria y con los recursos esencialmente sociales, consensuales por parte de las Naciones que mayormente contaminan, para poder emprender el camino de la reversión posible de esta situación. Reversión que, por otra parte, es relativa en cuanto a que la gravedad del mal ocasionado exige que procedamos con la rapidez necesaria como para evitar males aún mayores. En este segundo orden, que es el de la pedagogía indispensable que debiera alcanzarse para poder lograr un objetivo reparador, diría que los conflictos siguen siendo muy grandes. Si bien objetivamente contamos con recursos tecnológicos que permiten transitar desde los recursos tradicionales que el hombre emplea -como el carbón, el petróleo y las concentraciones ambientales que generan una verdadera catástrofe en términos de limpieza ambiental-, hacia los recursos más ricos, renovadores y verdaderamente reparadores del contexto, el tiempo que nos queda para emprender esa tarea es relativamente corto. Es decir que por primera vez en la historia de nuestra especie es la tierra la que viene a decirle al hombre cuánto tiempo le queda para subsistir en condiciones provechosas. Nunca antes en la historia la tierra le ha fijado límites tan marcados de temporalidad.

—¿Es posible un cambio del sistema productivo actual de modo radical o progresivo?

—De ser posible, sería progresivo. Es la transición de recursos contaminantes a recursos favorables a la reparación de las actuales condiciones. Pero los intereses económicos que están en juego muchas veces son opuestos o francamente antitéticos a esa transición. No me refiero solamente a los grupos de accionistas que sostienen que el hombre nada tiene que ver con el cambio climático. Me refiero justamente a las dificultades para proceder en consonancia con aquellos acuerdos que formalmente fueron establecidos en al Cumbre de París en 2015 y que siguen pendientes de aplicación precisamente por los desacuerdos entre las naciones que más contaminan, de aquellas que son sin dudas las más poderosas de la tierra y al mismo tiempo más responsables. Esos acuerdos son difíciles de establecer porque hay, además de las razones económicas, cuestiones políticas que tienen que ver con los problemas de hegemonía mundial, de posibilidad de no perder protagonismo o de ganarlo.

—Una cuestión de geopolítica.

—Exacto. Lo dice usted muy bien.

Responsabilidades

—¿Puede precisar quiénes cree que deberían asumir este mayor compromiso con el cambio climático?

—Sin duda alguna, China, los Estados Unidos y Japón están entre las naciones de mayor responsabilidad contaminante del mundo. Culpa de ellos también están los rusos en menor medida. Y creo que junto con estos cuatro, también están naciones periféricas que tienen responsabilidad. Los grandes afectados por estos procesos de calentamiento global son precisamente las naciones periféricas, que teniendo menor poder económico, son las que tienen una incidencia menor en la producción de situaciones contaminantes. No obstante, esto que llamo menor no implica inocencia. Hay naciones como México, por ejemplo, que viven en condiciones de contaminación ambiental avanzadísimas y no son solamente víctimas de otras como los Estados Unidos, sino las mismas productoras en menor escala que no favorecen la vida humana ni tampoco la preservación del planeta.

—¿Cómo observa el rol de las empresas, no sólo multinacionales con mayor capacidad productiva y contaminante, sino también las pymes?

—El tema primordial en el orden de lo que podría ser el procedimiento de pequeñas y medianas empresas, en el caso argentino e internacional empieza a advertir reacciones favorables para el cuidado de la alimentación, del medio ambiente y la tierra. Un fenómeno favorable al que podría referirme con convicción está en el campo agropecuario. En el caso argentino en particular, lo que uno puede advertir con interés y con esperanza es que se busca una conciliación entre lo que podrían ser los recursos tecnológicos de punta aplicados para la explotación de la tierra y, al mismo tiempo, el cuidado tradicional de la tierra para que no sea sólo materia de explotación sino también de preservación, atendiendo a los ciclos vitales que la tierra necesita que sean respetados. Ya empieza a haber una tecnología que es consecuente con el respeto de esas demandas cíclicas que la tierra la impone a quienes las explotan. O sea, estas consideraciones entre tradición y vanguardia en la Argentina se pueden advertir, sin que eso implique que también tengamos en cuenta que hay desmesura aun en la Argentina a lo que hace a la contaminación ambiental, pero en una escala que comparada con las grandes naciones por suerte todavía no implica que tengamos una responsabilidad verdaderamente grande en ese proceso destructivo.

—La sequía que no sólo afectó a la Argentina sino a otros países de la región ha sido la última gran advertencia para el sector.

—Ahí tiene usted el ejemplo contundente de lo que significa advertir consecuencias derivadas de la alteración general del planeta y también de la contribución que en pequeña o mediana escala puede hacer la región, tanto para verse afectada por este proceso de desenfreno climático como para pensar con qué recursos encarar fenómenos de esta naturaleza que hasta ahora han evidenciado más potencia que la capacidad resolutiva por parte del hombre.

Tecnología

—Usted plantea que para un cambio climático progresivo será necesario el buen uso de la tecnología, sin embargo hay muchas críticas por estos procesos acelerados. ¿Cree que tiene que haber un debate en torno a esta definición para un nuevo sistema productivo y económico?

—Creo que sí. Uno de los desafíos que enfrenta el desarrollo científico tecnológico es el de ir adecuando cada vez más el tipo de relación que establece con los contextos que quiere convertir en más productivos y rentables, con la demanda del estado de salud en que se encuentra el contexto natural dentro del cual se quiere proceder. Estamos delante de un paciente grave que es el planeta. Entonces, no podemos dejar de aplicar una tecnología que apunte, por un lado, a ir atenuando los riesgos que esto implica pero, por otra parte, no descuide la necesidad ancestral que tenemos de vivir de la tierra. La tierra no sólo sigue siendo nuestro hogar sino nuestro proveedor fundamental. En ese sentido, tenemos que encontrar la manera de conciliar el que no pierda sus características tradicionales con las demandas que hacen a su peligroso estado actual de fragilidad.

—¿Cómo cree que podría incidir la Inteligencia Artificial en estas transformaciones con el mismo propósito de cuidar el ambiente?

—La Inteligencia Artificial, desde el punto de vista estrictamente tecnológico, puede como todo lo que implica el despliegue tecnológico en nuestro tiempo, ser una herramienta utilísima. La pregunta de fondo es de qué índole es el sujeto que la emplea y cuál es su finalidad primordial. Yo creo que estamos, por un lado, ante una oportunidad y, por otro, ante un riesgo tremendo. El hombre siempre ha aspirado a liberarse del error, de la fragilidad y, sobre todo, de la finitud. La idea de producir un tipo de inteligencia que esté progresivamente exceptuado del error, de la duda y de las preguntas implica directamente aspirar a un desplazamiento de la condición humana por una condición mecánica. El problema no está tanto en la herramienta como en la índole de las aspiraciones con que se la emplea. Siempre es necesario buscar una conciliación entre la vanguardia de orden tecnológico en la que cada vez más estamos inscriptos con la preservación de un humanismo fundamental sin el cual la tecnología, en vez de ser una expresión de capacidad civilizatoria, se transforma en una herramienta orientada hacia el desconocimiento de lo que significa la ética y la solidaridad humanas en el campo de la historia, de la temporalidad.

—No deja de ser un cuestionamiento sobre la construcción de la subjetividad.

—Muy bien. El problema de fondo en este orden es profundamente filosófico como lo es también el problema ambiental. Pocas veces en lo que hace al cambio climático y a la inteligencia artificial la necesidad de razonar en torno a valores se vuelve fundamental.