ENFOQUE PORTADA

Fallas de origen

Por Sergio Delleppiane – Docente //

Al indagar en la historia económica por la génesis constitutiva de los Estados nacionales, es dable sostener que sus orígenes se debieron principalmente a la necesidad del intercambio comercial.

Otro elemento común aparece al analizar las ventajas comparativas y competitivas que poseyeron las naciones guerreras por sobre las sometidas. Un tercer factor está relacionado indisolublemente a la extensión geográfica de los territorios que dominaron; asociado, claro está, a la limitada capacidad para administrarlos y defenderlos adecuadamente y por largos períodos de tiempo.

Se puede afirma, entonces, que la manera y el contexto por el que se constituye un Estado le imprime una especie de ADN específico y determinante que resultará difícil de revertir. El legado de origen es el que condicionará a la nación naciente en su futuro próximo y también, lejano.

Antecedentes.

En la Europa antigua los estados se constituyeron bajo dos condiciones, dentro de un contexto internacional exigente. El primero, de orden geopolítico y, el segundo por la anarquía reinante, donde no existía una superpotencia dominante y todos intentaban serlo. Prusia, Francia, España y Suecia aparecen como los contrincantes de mayor peso. Todo se inicia alrededor de 1618 con la Guerra de los treinta años y la llamada Paz de Westfalia. En realidad, dura 200 años. Esta prolongada contienda bélica prepara y enfrenta estados poderosos, bajo un sistema feudal de gobierno.

Por el contrario, América Latina se constituye bajo un escenario bien diferente. Inglaterra, para esta época (S.XVIII) luce hegemónica, unipolar, pero intentando evitar guerras sin sentido. Su interés se centraba en fomentar los intercambios comerciales. La mayoría fueron incentivos políticos. Así no quedan más que dos alternativas. O se crean Estados súper poderosos o el destino inexorable del territorio es su desaparición bajo sometimiento del más fuerte.

Mientras para Europa el propósito es protegerse del vecino; para América Latina es el de constituir estados para comerciar la abundancia de lo local. No se reconocen ambiciones expansionistas por esta época.

¿Y Argentina? El consenso está puesto en un doble defecto de origen. Dimensión del territorio y administración desintegrada y defectuosa. Entrados al S.XX, se reafirman las presunciones. Al modelo agroexportador y al del movimiento movilizador de las masas urbanas, las une el mismo defecto: un estado nacional anémico y de baja capacidad para comprender y poder resolver administrativamente las marcadas asimetrías regionales.

Territorio.

La extensión del territorio y sus particulares características diferenciadoras, desnudan la debilidad de cualquier intento de gobernar adecuadamente la compleja diversidad. Debemos sumarle un escollo que, hasta el momento, se ha mostrado insalvable. El de la centralidad gubernativa. Desde la época de unitarios y federales, hasta la vigencia de la Constitución Nacional reformada en 1994, reconoce y declama un federalismo descentralizador que los diferentes gobiernos admiten por derecho, pero desconocen en los hechos.

Poseemos un Estado nacional patrimonial y poderoso que somete discrecional e intencionadamente a los territorios políticamente constituidos a depender de la distribución de los recursos disponibles, extraídos y concentrados, para repartirlos a su antojo.

En los estados no fallidos, se forma primero el Estado y luego se constituye la nación. En este sentido Argentina se presenta como una combinación múltiple de territorios con asimetrías extremas. Algunos dinámicos, fértiles y productivos y otros; estancados, yermos y dependientes. Entonces, aparecen las disfuncionalidades económicas. El tipo de cambio que le conviene a la pampa húmeda no le conviene ni al norte andino ni al sur recóndito. La macroeconomía que le cabe bien a una región, arruina al resto. Por tanto, el entramado político, social y económico resulta inmanejable con criterios unívocos y semejantes.

Los recursos naturales pueden ser buenos o malos dependiendo de la calidad de las instituciones que podamos conseguir y entonces, podrán transformarse en una bendición o en una maldición para el conjunto.

Con la realidad golpeando la puerta, hemos demostrado una muy baja capacidad para dar respuestas adecuadas a los desafíos tanto del pasado como del presente. Los problemas se agravan, los desaciertos se multiplican y la capacidad de respuesta adecuada disminuye.

Lo cierto es que debe erradicarse definitivamente la dicotomía, exclusivamente nuestra, que se presenta como irreductible, entre estado o mercado. No existe uno sin el otro. La globalización demanda estados fuertes. Importa más la calidad del estado que su tamaño. Sin embargo, debemos converger hacia una proporcionalidad potenciadora y protectora de mutuo beneficio. Más y mejor, por el bien de todos.

Nos lo debemos, por historia, recursos y sobre todo por nosotros, su gente.

“Si pretendés un Estado socialista en serio, la clave está en imitar a los estados capitalistas emprendedores”

 Sebastián Mazuca – “Latecomer state formation” – John Hopkins University Press – 2020