ENFOQUE

“Ya no sos mi margarita”

EDITORIAL | El dueto noviembre y diciembre significó un punto de inflexión para Entre Ríos, y se produjeron cambios tan profundos que la vertiginosidad de los acontecimientos y la extensión de sus consecuencias impiden un análisis con precisión euclidiana. Sin embargo, ya no serán como antes algunas cosas, especialmente la relación del gobernador Urribarri con el sector privado y el impacto de la reforma tributaria. Se viene un nuevo tiempo en la provincia.

Gustavo Sánchez Romero | Dos Florines

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El primer y más importante dato que arroja el lapso que se recorre desde la mañana del  18 de noviembre de 2013, en que se conoció la noticia que Jorge Capitanich sería designado Jefe de Gabinete, y la madrugada del 17 de diciembre en que -en una al menos impresentable sesión- la Legislatura entrerriana aprobó la reforma tributaria es que el gobernador Sergio Urribarri ha decidido mudar su base de sustentación política. El reticulado de alianzas que había tejido con los actores privados y la clase media comienza a desgranarse como un terrón de azúcar en sus manos. 
Algunos hitos fueron clave en este recorte del año y que no será cualquiera en la historia provincial, aunque aún él y muchos no logren advertirlo.
En una rápida retrospectiva, al Gobernador le costará reconocerse como el hombre que hace apenas unas semanas cabalgaba sobre el “Sueño Entrerriano” y el sentía el elixir que otorgan las mieles del poder a partir de la plataforma que imaginó podía llevarlo a competir en 2015 por el Sillón de Rivadavia o algo parecido.
Partiendo de la premisa, aquí escrita y repetida oportunamente, que una eventual designación en el lugar que ocupa hoy el ex gobernador chaqueño hubiese sido la peor noticia por el nivel de desgaste que hubiese sufrido en pocos días, con el Peronismo en contra, Scioli agazapado para cobrar viejas diatribas y el ajuste que ya muestra sus primeras uñas en el relato de Cristina Kirchner, vale agregar que estos 60 días fueron para su carrera política poco menos que una taba indómita que se dio vuelta en el aire momento menos pensado.  
Hoy, como decía Borges, Urribarri ha quedado atrapado por la trama que tejieron sus propios  pasos, y nada habrá de salvarlo.

Símbolos. La realidad le ha mostrado su peor cara en estos seis años de gestión al frente del Ejecutivo provincial, a lo que ha agregado algunos desaciertos, eventuales errores e ignominiosos retrocesos.
El levantamiento policial no estuvo previsto y, lo que es peor, no encontró astucia y pericia para resolverlo, y el Nudo Gordiano se terminó cortando de la peor forma. La tranquilidad pueblerina con que Urribarri desovilló la gestión estos años se dejó abrazar por vientos huracanados y su grupo áulico mostró falta de reflejos, dejando sobre el filo de las navidades una cierta sensación de infortunio colectivo, como el vuelo de un ave que trae un destino prefigurado donde siempre quedan más dudas que certezas sobre los orígenes y las consecuencias –hablando del número de víctimas reales en el colectivo social-.   
La unicausalidad que se arguye desde el poder choca contra una forma de gobierno que encontró a Urribarri –como casi en todos los temas- en una gran soledad a la hora de las decisiones, con mensajes políticos y simbólicos desde un entorno que poco ayuda, con instituciones de la sociedad civil silentes por el ahogo del abrazo del oso por el optó para relacionarse y con medios de comunicación carentes de verosimilitud, tanto que el mismo Gobierno decidió, desde Concordia, hacer cruzar las noticias desde los puentes de la Corpo, siendo el canal TN la representación de verdad a la que se apeló en la madrugada y la que recibió de primera mano el flujo desde bunker informativo oficial.
En síntesis, Urribarri y su gobierno desconocieron, ignoraron y fustigaron un valor clave que demandan las democracias modernas y a la que se suele acudir para enfrentar junto a la sociedad los problemas de la sociedad: la institucionalidad. Un altísimo funcionario de Gobierno atribuye a su círculo áulico una forma de ver la realidad que lo está dejando cada vez más expuesto. Ya no alcanza con decirle que es alto, rubio y de ojos verdes, y que solo basta una sonrisa leve y un mate bien cebado para construir consenso. El espejo se anima a mostrar otra imagen. 

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Deslices. Estaba claro para el Poder Ejecutivo, desde hacía ya varias semanas, que la gestión económica del Kirchnerismo convertía al futuro en un tobogán, y no había ninguna novedad en decir que había que ajustar algunas variables para llegar a 2015 en un mapa donde no está prevista la opción reelección. La crisis de la Policía alteró algo más que la pauta salarial nacional; obligó a Sergio a Urribarri a reprogramar su esquema de alianzas. Para esto habrá de utilizarse un razonamiento tan básico y pueril que puede parecer de Perogrullo: o mantenía la alianza con los empresarios y la clase media con un discurso productivista y aperturista a inversiones (apenas 15 días atrás había estado en la UIA con su powerpoint sobre porqué invertir en Entre Ríos); o se volvía a recostar en los gremios con un impuestazo de fuste que impida verlos todos los días en la explanada de la Casa Gris blandiendo el parche de la puja distributiva en Entre Ríos. 
Ese el último ruido que el gobierno quiere escuchar en estos casi 24 meses que aún debe transcurrir en el poder. El resultado está a la vista, aunque no tan clara aparecen sus consecuencias aún.
Sergio Urribarri sintió el golpe de ver caer sus aspiraciones de Gabinete, y en su derredor reconocen que el impacto fue grande.
Apenas unos días después de haber ganado las elecciones –recuperando 6 puntos con respecto a las PASO y, quizá con el argumento que advertía las ventajas del Sueño Entrerriano en Balcarce 50- convocó a su gabinete en Paraná y los arengó a seguir trabajando como hasta ese momento e intentó erradicar todo intento de internismo. Allí se autoreferenció como “un gobernador industrialista”, el primero de Entre Ríos, quizá con el argumento que “mientras gobierne no cobrará Ingresos Brutos a la industria”. De esto no estaba tan seguro cuando comenzó su segundo mandato, pero mantuvo su compromiso.
Pero no sería el único desliz. Con motivo de la presentación del Fogaer se jactó de “nunca haber utilizado la mayoría en la Legislatura para imponer una ley bajo cuerdas”, y eso fue precisamente lo sucedió en la lamentable sesión donde los diputados y senadores no habían ni siquiera leído los proyectos y la barra vituperó cualquier intento que tuvieron las palabras de saltar el andarivel preconcebido. 
Urribarri siempre había cuidado las formas en estos casos. La premisa de imponer la reforma tributaria se erigió como valuarte, y lo demás importó muy poco. Siempre hay una alfombra donde esconder el polvillo. 
No fue, para nada, feliz la fotografía que lo inmortaliza junto a quienes minutos antes había llamado sediciosos y con quien nunca negociaría. Estará hoy lamentado esa instantánea, y quizá también las explicaciones a posteriori que se asemejan a un apotegma descalibrado: “Sentí que en ese momento la Constitución no me servía para resolver el conflicto”. Es como si un imputado de violación argumenta ante el juez: “Sentí que si intentaba seducirla ella no aceptaría”. Perdón por la brutalidad de la metáfora.
El desaceitado mecanismo que complementa la acción coordinada y precisa de piñón, cadena y corona se completa con el intento por censurar las redes sociales que mereció también un válido reconocimiento de error, cuando ya el tema había trascendido cualquier frontera y el propio diputado firmante del proyecto lo exhibió como el autor de la inciativa. La reforma tributaria aún no precipita el verdín de media agua, en las piscinas que el poder disfruta con tan altas temperaturas. Mientras tanto, el sector empresario es un hervidero por estos días y no sabe cómo reaccionar ante la sanción del impuestazo, porque no quiere mostrarse como el avariento Tío Rico que, insensible, no distribuye sus ganancias sus pingues ganancias entre los trabajadores. Los quinchos de despedidas no dejan entrar otro tema, ni siquiera a la hora del brindis.
Urribarri empezará a sortear un período de mayor hostilidad entre los comerciantes y contribuyentes de toda raza y color, pero no serán los únicos. Hay una raza en Entre Ríos que hace sonar su grito con mayor fuerza.

Estimaciones. Todavía no intervienen en acción los intendentes, en su gran mayoría oficialistas, a los que Papá Noel les trajo la buena nueva que la gran mayoría de los ingresos por este nuevo esquema impositivo no se coparticipa. Ellos, en privado, ya reconocen que preparan su propio esquema tributario, aumentando tasas y contribuciones, utilizando muchas veces la misma base imponible, y el costo de vivir en la provincia comenzará a asemejarse al de la Isla de Capri, aunque con servicios bastante más pauperizados.
Muchos aseguran que los dedos que ingresaron desde el Gobierno al proyecto de la CTA fueron para morigerar el peso sobre las espaldas contributivas, porque en el original la presión fiscal al sector privado y los contribuyentes era mucho mayor, en un contexto donde el peso de los impuestos en el país es histórico, con servicios que se debilitan dramáticamente día a día.
Según fuentes de la Administradora Tributaria de Entre Ríos (ATER) el esquema que peina a los formales en Entre Ríos (con el viejo estilo de cazar en el zoológico) permitirá recaudar entre 1.500 y 1.700 millones de pesos por todo concepto (similar al déficit operativo de la provincia), e irá a equipar el salario de los trabajadores, pero que puso los pelos de punta del empresariado que pasó las vísperas navideñas jugando a la rayuela con un pie en el conflicto social latente y el malestar por lo que consideran un “brutal impuestazo”.
Para muchos Urribarri ya no es su margarita, aunque también les cabe la responsabilidad de una relación neurótica y algún mensaje deberán enviar de cara a la sociedad, como el necesario contrapoder que perdió fuerzas en el equilibrio y algunas cuerdas vocales. Habrá de leerse, empero, al documento del Foro de Entidades Empresarias como lo más duro en la última década en relación a un tema. 
Los gremios bajaron un mensaje de rutilante victoria en la puja distributiva, con la errónea convicción que el Estado es un generador inacabado de riquezas. Pero lo cierto es que es que Entre Ríos tiene una diferencia de competitividad, especialmente con las vecinas, y con agravantes como el incremento de la ley 4035, tan obsoleta como regresiva. La desánimo cunde, y algunos industriales se arrepienten de haber iniciado las pocas inversiones que hoy existen en la provincia y uno más aventurado aseguró que “le cambiaron las reglas, y que él ya no siente que deba quedarse en Entre Ríos porque se han roto los compromisos”. A buen entendedor. Estado provincial hoy pugna entre la renta empresaria y la recomposición de un salario corroído por la inflación y las asimetrías, originadas en la cuna del modelo, pero a ninguna boca local se le ocurre elevar el nivel del reclamo al “Modelo”. Por el contrario; la verticalidad por el voto del ascenso del general Milani encontró en Entre Ríos un irrestricto alineamiento. 
En Producción no atienden el teléfono a los empresarios; el malestar en las bases sube como las burbujas del champán, y todo indica que algo se ha roto en una idílica relación que se ostentó algunos años, y que nadie más que Urribarri pudo lograr en Entre Ríos con el sector privado. 
El gobernador deberá revisar en adelante la mesa y admitir que la mano viene brava, y hasta sus propios funcionarios se muestran muy preocupados de cara al futuro, toda vez que se los consulta entre saludo navideño y augurios de buenos tiempos futuros. La Nación ya no tiene margen y ahora si hay que vivir con lo nuestro. No le han servido un esquema donde se debilitó a las instituciones y se destruyó el sentido democrático de la prensa. Hay un nuevo tiempo, con nuevos actores que piden el menú en la mesa del poder. El mozo ya no pide que le dejen propina, alcanzará con que alguien tenga la cortesía de abonar la cuenta.

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