ENFOQUE PORTADA

Un Estado de papel

Por Sergio Dellepiane – Docente ///

El retorno a la vida democrática, para los argentinos mayores de 50, se fundamentó en el consenso por el cual las diferencias deben poder dirimirse sin violencia y con apego a la Constitución Nacional y a las Leyes vigentes.

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Para construir una economía moderna y pujante nos hace falta algo más. Tenemos que generar y aceptar consensos básicos sobre cuestiones estructurales que debieran conformar las denominadas “Políticas de Estado”, es decir, que no cambien demasiado a lo largo de suficiente tiempo, gobierne quien gobierne.

Para construir autoridad y fortaleza institucional tenemos que hacer el esfuerzo por distinguir entre “tamaño” (funciones y responsabilidades que asume) y “fortaleza” (capacidad institucional para diseñar e implementar políticas públicas) (Francis Fukuyama)

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Es posible encontrar una amplia y variada gama de combinaciones de estas variables en diferentes geografías del globo.

EE.UU. presenta un Estado pequeño, pero relativamente fuerte; los países nórdicos tienen estados más grandes, pero con alta capacidad ejecutiva. Argentina, en tanto, mutó de un Estado con tamaño intermedio en la década de los ’90, a uno amorfo y gigantesco en este S.XXI pero con baja capacidad y elevada ociosidad.

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La fortaleza de un Estado puede medirse en base a dos dimensiones. Por un lado, según su “cumplimiento” (en qué medida las reglas escritas se cumplen), y por el otro, “estabilidad” (cuanto tiempo sobreviven las reglas a cambios en la distribución del poder).Como puede intuirse sin demasiadas justificaciones, Argentina mide muy mal en ambas y lo peor, es que ha ido deteriorando su capacidad para recuperarse y recomponerse.

Anomia.

Existe un fenómeno detrás de nuestra involución económica. Es “la tendencia recurrente de la sociedad argentina y, en especial, de los factores de poder, incluidos los sucesivos gobiernos, a la anomia en general y a la ilegalidad en particular, o sea a la inobservancia de normas jurídicas, morales y sociales”. (C. NIno – “Un país al margen de la ley”)

Todo lo cual, se verifica en la incapacidad manifiesta para imponer y hacer respetar desde normas de convivencia hasta políticas públicas duraderas. Resulta evidente la correlación entre la anomia del poder y el subdesarrollo económico del conjunto. Hasta podría sostenerse, sin demasiadas explicaciones, que transitamos por una gran incertidumbre, efímeros horizontes temporales de continuidad y escasa o nula confianza entre pares; lo que da como resultado un comportamiento interesado y socialmente irresponsable, con consecuencias perjudiciales para todos. Nada más dañino para la inversión productiva privada, única generadora de empleo genuino y crecimiento real, es decir, progreso.

Para la ciencia económica, la relación entre Estado y crecimiento transita por un estrecho desfiladero; a un lado el poder del Estado y al otro, el poder de la sociedad. Siguiendo el postulado de J. Locke por el que “Sin Ley no hay libertad”; en estados sin Ley hay anarquía y ausencia de crecimiento económico. Por ello, al poder del estado debe contenerlo la sociedad, evitando el despotismo que conduce al atraso económico de la población.

Diferencias.

D. Acemoglu y J. Robinson en “El pasillo estrecho” (2019) nos describen con singular crudeza. “Hasta ahora nos enfocamos en tres tipos de Estados: ausentes, despóticos y limitados. El Estado argentino no parece ser ninguno de estos tres. No está ausente; existe, tiene leyes complejas…, una burocracia (aunque los burócratas no parecen interesados en hacer su trabajo), y parece funcionar hasta cierto punto…Tampoco es un Estado déspota. Ciertamente los burócratas… parecen poco responsables y atentos a las demandas sociales…y son bastante capaces de mostrar crueldad hacia la gente…Pero el despotismo del Estado argentino es bastante desorganizado y errático. Está muy lejos de la autoridad que el Estado chino usa para controlar a su gente… Los funcionarios públicos frecuentemente son incapaces de regular la economía o hacer cumplir las leyes en el país. Tampoco es, obviamente, un Estado limitado; le falta tanto la capacidad estatal que asociamos a los estados limitados como la habilidad de la sociedad para influenciar y controlar al Estado…El Estado no puede resolver conflictos, hacer cumplir leyes o proveer servicios públicos. Es represivo, pero no poderoso. Es débil y debilita a la sociedad. Es un Estado de papel.”

Esta caracterización, que nos debería interpelar antes que enfadar, es más palpable en las economías en desarrollo, donde los mercados no funcionan. Los Estados de papel suelen convertirse en barreras al funcionamiento de los mercados por su carácter autoritario. Siempre tendrán incentivos para volverse más autoritarios aún; usarán su poder para frenar todo lo posible la destrucción creativa schumpeteriana, clave para mantener el crecimiento; y lucharán denodadamente por mantener el control, lo que genera inestabilidad e incertidumbre. Nunca progreso.

Cualquier parecido con nuestra realidad, no es mera coincidencia. Hemos permitido que lo sea.

Políticas.

El consenso sobre “políticas públicas” que nos debemos imperiosamente, debería permitirnos acceder a una burocracia eficiente,profesionalizada e independiente del poder político y capaz de implementarlas reformas estructurales, de modo estable y efectivo, que nos conduzcan a una mejoría notoria en cuanto al estado de bienestar que nos merecemos.

De no conseguirlo, continuaremos viviendo dentro de un “Estado de papel”, inmersos en la anomia de lo intrascendente, bajo el paraguas de la mediocridad.

“La burocracia no es un obstáculo para la democracia, sino un complemento inevitable de la misma”. J. Schumpeter (1883 – 1950)