Un diagnóstico equivocado: “Una economía básicamente sana”
14/02/2025

Por Ubaldo Roberto Domingo, contador público nacional.
Un presupuesto, recurrente, que manda que solo debe operarse sobre “una economía básicamente sana”, en la cual deben provocarse algunas correcciones para que la senda de crecimiento, progreso y expansión comience y no se detenga nunca más.

Algunos, enrolados en esta creencia, afirman que “si el Estado nos saca el pie de encima, nosotros nos ocuparemos del resto”.
Un Estado mínimo, con impuestos mínimos, resolverá casi mágicamente los dilemas recurrentes del sector externo, curará los males de nuestra moneda (inflación/devaluación), resolverá la renta del sector agropecuario y finalmente toda esta bonanza repercutirá en una mejora notable en los salarios de los trabajadores.

La evidencia que nos muestra la historia de las últimas décadas es que esta propuesta, fue repetida y tenazmente repetida en 1967 por Krieger Vasena, en 1976 por José Alfredo Martínez de Hoz, y más cerca en el tiempo, durante la presidencia de Mauricio Macri, junto con sus ministros Alfonso Prat Gay, Nicolás Dujovne y Jorge Lacunza. Lo que es llamativo, es que se lo lleva hoy a extremos y límites nunca alcanzados.
Aquellas experiencias dolorosas para el sector productivo y las fuerzas del trabajo nacional, no pasaron de ser ensayos bastantes rudimentarios de “estabilización”. En efecto, solamente se ataca el fenómeno inflacionario, y de la peor y más descarnada manera, reduciendo al máximo la capacidad de consumo de salarios y jubilaciones.

Por el lado de la economía real, se dejan intactos los verdaderos problemas económicos que son las estrecheces de nuestro aparato productivo, se desatiende la inversión y el ahorro, y se pretende vencer el alza constante de los precios mediante la apertura de toda la economía, haciendo la producción local, más débil y vulnerable.
Mientras tanto, tampoco se provoca un acceso al crédito, imponiendo tasas incompatibles con la actividad productiva y la inversión de mediano y largo plazo.
Mientras tanto, las medidas impuestas en materia tarifaria (energía eléctrica, gas y combustibles), hacen tambalear la actividad productiva por su incidencia en los costos.
Finalmente, observamos incrédulos a este nuevo ensayo del monetarismo, con su objetivo de estabilización para luego pasar a la fase “b”, de crecimiento, la cual por supuesto nunca se da. Una vez más, se provoca la recesión y la prácticamente desaparición de la actividad productiva, para vencer los aumentos de precios, cuando lo que se debe provocar es la elaboración de una política de reestructuración en el aparato productivo local, con la creciente incorporación de valor agregado a nuestras materias primas, única forma de crear salario y consumo.
El diagnóstico erróneo, entonces, se manifiesta cuando se atacan los síntomas y no las causas, observando únicamente a la inflación (que es la fiebre que ataca al enfermo), como la enfermedad, cuando en realidad es un síntoma, la expresión de otro asunto más grave.
El ajuste, el achique del mercado interno y el nivel de actividad, la caída brutal de la demanda, obviamente mostrarán índices de inflación tendientes a la baja, pero, la desaparición de actores económicos enviados sin interrupciones a la cesación de pagos, la concentración de la economía en general, la ociosidad de las empresas que no pueden vender sus stocks acumulados, lleva indefectiblemente al aumento constante del costo unitario de los productos, lo cual es el material inflamable que espera una nueva chispa que vuelva a encender la llama inflacionaria. Cuando ocurra, nuevamente quedará a la consideración de los entrerrianos que este nuevo engaño tiene un muy doloroso por sus consecuencias y corto alcance.