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“Tenemos que acordar, sin importar si la política se está destrozando”

En su visita por Paraná, Agustina Grigera puso al diálogo como base para los consensos del presente y el futuro, a pesar de los intereses partidarios. Además analizó qué pasa con las nuevas generaciones y cómo afecta el enojo a la hora de votar. Nahuel Amore

Analizar el devenir del país no es tarea sencilla, menos aún en período de elecciones. Las tensiones en múltiples dimensiones complejizan las lecturas. De todas maneras, para Agustina Grigera, politóloga y magíster en Política y Comunicación, no es sólo cosa de los argentinos, sino parte de un clima de época en el mundo que obliga, a pesar de las dificultades, a recuperar el diálogo como única forma posible en estos tiempos para lograr los consensos.

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La palabra acuerdos no es menor en este contexto y se impone más que nunca en todos los espacios de discusión pública. Podríamos decir que hasta suena trillada. No obstante, evidentemente, las urgencias del corto plazo sacan a la luz la imperiosa necesidad de que haya criterios básicos para encontrar una salida, sobre todo la más palpable para los ciudadanos como es la socioeconómica. De ello dependen sus expectativas de vida, ni más ni menos.

Durante la 4° Jornada de Jóvenes que organizó el Departamento Joven de la Unión Industrial de Entre Ríos (UIER) se decidió poner a las conversaciones como eje transversal de las exposiciones. Fue en ese marco que Grigera abrió interrogantes sobre cómo podemos hacer para encontrar a las viejas y nuevas generaciones en esos espacios de diálogo que todos pregonan. Desde esa perspectiva, habló con DOS FLORINES y ratificó que la cooperación es la alternativa para sortear los intereses propios de la política.

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Diálogo

—Todos los sectores reclaman diálogo, ahora bien, ¿de qué modo se pueden entablar conversaciones ante un clima social y político tan tenso?

—Estamos en un momento bisagra de la humanidad; a veces los argentinos creemos que todos los problemas son solamente nuestros. Globalmente estamos en un cambio civilizatorio, en el que el mundo anterior no termina de morir y el mundo nuevo no termina de nacer. En ese intermedio, tenemos que conversar todos, los más grandes y los más jóvenes, el sector privado y el público. Lo que más se necesita es conversar y es lo que más cuesta. El diálogo, más que una herramienta, es un fin. Está tan difícil ponernos a hablar que habría que proponerse dialogar cada uno en su espacio, incluso con su familia. Hay que entrenar el diálogo porque los tiempos que vienen, sobre todo para Occidente, necesitan que nos pongamos de acuerdo, no que nos odiemos.

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—En términos políticos suele pasar que se han conformado mesas de diálogo que se rompen cuando, quien tiene el poder, toma decisiones unilaterales. ¿Qué tiene que aportar cada uno para evitar que eso haga perder credibilidad al diálogo?

—Es interesante eso. El que propone el diálogo, debe explicar cuáles son sus limitaciones. La frustración surge cuando alguien te empaqueta y te vende el diálogo y el consenso como algo que suena lindo y después hay limitaciones que hacen caer el diálogo. Para cuidar el diálogo, lo importante es explicar qué voy a poder y qué no voy a poder. Pero tratemos de llegar a un acuerdo. Hay que explicarlo, para que cuando el otro vaya a una cancha ya sepa de dónde a dónde va, para que no se generen expectativas que no se pueden cumplir.

—¿Cómo creés que se comportan las nuevas generaciones frente a estas disyuntivas?

—Las generaciones nuevas son mucho más tolerantes a que le expliques la verdad. Aunque no sea la mejor o la realidad más linda, quieren que le expliques cuáles son las reglas de juego. Prefieren toda la vida saber la verdad aunque sea molesta a que se la empaqueten como por ahí nos pasaba a nuestras generaciones.

Elecciones

—¿No hay algo de eso en estas elecciones? ¿Se podría entender que esa verdad, aunque sea dura, es la que reclama gran parte del electorado?

—Nuestro panorama electoral es complejo. Hay cosas que son similares a otros países de la región y no son solamente de Argentina. Creo que hay un voto muy enojado, que está muy frustrado con la dirigencia política nacional. En lo nacional se ve más claro que en las provincias porque en muchas de ellas los oficialismos fueron reelegidos, tanto gobernadores como intendentes. El malestar es con la política nacional, porque desde hace 20 años ningún partido logró bajar la pobreza del 30%, con lo cual la dirigencia política tiene ahí una deuda enorme. En paralelo, en los últimos años por cosas más complejas como el rol de los medios o el rol de la grieta, los políticos hablan de sí mismos y de sus problemas. Ninguno te cuenta cómo resolver la inflación, la inseguridad. Se echan la culpa entre sí y hablan de sus problemas, que son importantes para los políticos pero no para la gente. Esa dificultad para hablar de la vida diaria produjo esa gran desconexión y ese enojo.

—De allí que los analistas han intentado descifrar el voto a Javier Milei.

—Hay colegas que dicen que Milei es un voto castigo a la clase política. Creo que hay una parte de eso y hay otra parte de expectativa. Es decir, no hay solamente enojo. Por ahí es más producto de los malos resultados de los otros, pero hay una expectativa. Hay que ver qué pasa. Otra discusión aparte es si sus propuestas son viables, si va a tener gobernabilidad. Una cosa es cómo se hace la campaña y otra cosa es la gestión de gobierno. Como viene la campaña, no es un candidato que prometa mucho diálogo. Milei no está basado en el diálogo, sino en el enojo, que es lo contrario.

—Se podría interpretar que, paradójicamente, ese electorado que demanda verdades, a la hora de votar responde más en términos de rechazo que a un llamado al diálogo.

—Sí. Hoy Milei tiene un voto transversal y transedades. Lo votan de todos los sectores sociales y de todas las edades. Mi hipótesis es que al principio Milei tenía sobre todo voto joven, por su estilo rockstar y puesta en escena. En este recambio generacional los jóvenes tienen dos cosas que sintonizan con él. Primero, quieren que los líderes cuenten sus limitaciones antes de que mientan. Y la otra cuestión que sintoniza Milei, y que podría hacerlo cualquier otro líder si se diera cuenta, es que en esta generación nueva es muy importante la innovación, no tanto la tecnológica sino de probar distintos caminos. Si la política siempre probó el camino A para resolver la pobreza y no lo hizo, la generación nueva es más arriesgada para probar el camino B aunque nadie lo haya probado. Nuestra generación es más conservadora, de decir que si nadie lo probó, no sé si podemos ir.

Generaciones

—Los jóvenes aceptan los cambios de paradigmas.

—Están dispuestos a apostar por cosas que no conocen. Hay que ver porque también es una generación que, más allá del enojo, también hay espacios en los que también valoran el diálogo. Pongo un paréntesis en este punto: cuando la sociedad le quiere dar una cachetada al sistema político, agarra lo que más o menos encuentra al lado. Que esa persona pueda convertirse en líder o no, depende de otros factores distintos. Va a depender de él y de la tolerancia que tenga la sociedad para el tiempo que va a necesitar para hacer esos cambios.

—Sin embargo, la generación más grande es la que sigue tomando las decisiones en el Estado, las universidades, las entidades empresarias. Todos piden acuerdos y unidad. Ahora bien, ¿cómo hacerlo en medio de estas pujas tan acentuadas?

—Es interesante lo que planteás porque la política es el espejo donde deberíamos mirarnos el resto de la sociedad para que no pasen estas cosas. La política está trabajando sobre el disenso, sobre el choque, la polarización, la grieta, el no acuerdo. Y lo que se necesita para los problemas que le vienen a la humanidad, como el cambio climático o la inteligencia artificial, son muchos acuerdos. Por ejemplo, si en los próximos cinco o seis años hay que definir una ley sobre con cuántos chips sos un cyborg o un humano, eso va a necesitar mucho acuerdo.

—Exige definir criterios consensuados.

—Sí, son criterios consensuados. Entonces, es cierto que hoy en las instituciones están conviviendo las dos generaciones. Para eso es importantísimo vencer los prejuicios. Lo que hay que hacer es cooperar, acordar. No importa si la política se está destrozando. Todos los que no estamos en política tenemos que cooperar, acordar, dialogar. Si la política sigue por este camino, el mundo que viene va a necesitar un recambio político, es decir, líderes que ya no surjan de esta política tradicional sino que surjan de espacios que sí puedan acordar, consensuar. Para mí hay una clave interesante.

—¿Se podría entender que en parte esa lógica explica esta bisagra que se está viviendo?

—Sí. Volviendo al caso de Milei. El discurso hasta las PASO era muy anticasta y ahora es un discurso mucho más de plan de gobierno. Ahí también hay un cambio muy notorio. Los tonos, los temas de los que habla, qué haría si fuera presidente. Ahí hay un cambio, una moderación en el estilo y el enojo. Si eso le va a acercar más o menos votos, no lo sé porque cuando las sociedades están enojadas, eligen candidatos que dan una señal clara. Eso no quiere decir lo que hará cuando ese candidato sea gobierno; ahí vienen las uñas del líder. Vos podés llegar producto del enojo social, pero una vez que estás sentado en el poder tenés que ser capaz de construir otra cosa más estable que el enojo. Si gobernás sólo sobre el enojo, no llegás a completar el mandato.