Tarifas de servicios esenciales: reguladas, controladas y pisadas

04/04/2024

Por Sergio Dellepiane – Docente

Resulta engorroso desentrañar en pocas líneas el engendro que el país vive en materia de inflación, control de precios, subsidios y otras yerbas.

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A fuerza de agobiar por lo reiterativo, lo primero que debemos hacer es refrescar conceptos básicos. La Inflación (aumento generalizado de los precios en una economía dada durante cierto tiempo) es, en todo momento y lugar un fenómeno monetario. Sin la existencia de dinero como metálico y/o papel moneda, no hay inflación. Cuando el elemento facilitador de los intercambios era el tabaco no había inflación. El Control de los Precios o, lo que es lo mismo, su control o regulación, por parte de la autoridad que intervenga en el mercado correspondiente, desacopla los mismos de la dinámica económica nacional y, por lo general, los atrasa con relación a su verdadero valor (lo que realmente cuesta producir, distribuir y adquirir tal bien o servicio). Su consecuencia inevitable es que distorsiona, de algún modo, todo lo que está relacionado con dichos precios relativos.

Mantener “pisadas” las tarifas de cualquiera de los servicios esenciales(energía eléctrica, gas, transporte público, etc), “en beneficio de la gente”, sólo consigue que los precios de las actividades reguladas tengan un techo artificialmente bajo, en discordancia con los demás precios de la economía que continúan apreciándose por la dinámica inflacionaria que se genera al emitir dinero para “suplir” la diferencia entre lo que paga el usuario/consumidor y lo que realmente cuesta producir lo que se demanda. El diferencial es pagado por el Estado que, ya lo sabemos: ¡Somos Todos! (Verdad de Perogrullo que se olvida convenientemente)

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Esta emisión de dinero necesaria para compensar el no pago del valor real del bien o servicio demandado por parte del usuario/consumidor final, provoca un aumento en la cantidad de dinero de la economía, que casi naturalmente origina mayor demanda de otros productos, por lo que, en general, provoca un aumento en los precios de casi todo. Este perverso proceso de compensación es el que alimenta la inflación. Impuesto injusto que paga la comunidad, pero sobre todo los que menos tienen.

Si en algún momento, se dejan de “pisar” las tarifas y se corrige el desfasaje, por un lado, se elimina el agujero fiscal que provocaba tal distorsión y, por el otro, se deja de emitir dinero pues ya no existe el diferencial que lo exigía con lo que, de a poco, la economía encuentra nuevamente su armonía de precios relativos, acorde al costo de producción asociado a cada producto ofrecido en el mercado. Cuanto más tiempo demore en corregirse el desfasaje mayor esfuerzo será requerido para alcanzar el equilibrio (precio real). Shock o gradualismo no arriban a similares resultados económicos.

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El valor real o precio justo de cada bien y/o servicio regula también su oferta y su demanda sin distorsiones gravosas para todos. Entonces, llevar los precios de las actividades reguladas a su valor de equilibrio, le pone un techo a la suba de los otros precios relacionados. Como ejemplo, tenemos que decir que la inflación no se detendrá porque el pasaje de colectivo cueste, irrisoriamente, menos que su precio de mercado o que el valor que el usuario común del AMBA abonaba por el servicio eléctrico que recibe, sólo cubría el 17,5% del costo real del KW/H que consume. (CAMESA – Marzo 2024)

Que se elimine la distorsión en los precios relativos resulta beneficioso para la economía en su conjunto pues pone orden en el cálculo económico de todos los agentes intervinientes. Sin información precisa sobre los costos verdaderos, resulta muy complicado definir inversiones, sobre todo, para el largo plazo.

Que quede claro, no es inflacionario dejar de pisar tarifas reguladas. Lo inflacionario es mantener consuetudinariamente creciente el déficit fiscal provocado, entre muchos otros desatinos, por mantener “cuidadas” las tarifas, pero financiando dicho dislate con emisión monetaria sin respaldo en la productividad nacional.

El saldo evidente de un programa permanente de “Tarifas Cuidadas” es que una buena parte de la sociedad argentina no puede pagar, lo que realmente cuesta, casi nada de lo que usa y/o consume. Todo mérito del “Estado presente”.

Otro de sus efectos perjudiciales tiene que ver con el derroche de lo “regalado” o casi gratis. Cuando no se valora el costo de obtener lo que se usa/consume, el despilfarro se transforma en conducta normal y habitual. Nadie cuida lo que es gratis o casi y, por lo mismo, tampoco se cuestiona cuánto cuesta ponerlo a su disposición y al alcance de su mano. Sólo se preocupa por exigir su disponibilidad.

Lo más grave sucede cuando todo esto se transforma en un derecho adquirido cuya obligatoriedad queda exigida por usos y costumbres, pero sin contraprestación alguna. El “Estado presente” no se responsabiliza por la calidad del suministro ni por su cantidad. Fija el precio, abona lo que quiere y se desentiende de los problemas y conflictos que genera. Al final del proceso autodestructivo, por evitar afrontar el costo real de lo que sea, sólo queda el deterioro generalizado, el desabastecimiento y la ausencia de mantenimiento de todo lo imprescindible para asegurar la provisión de lo demandado.

Lo que, habitual y convenientemente se olvida, es que en Economía nada es gratis. Alguien/algunos deben pagar por la gratuidad de lo que otros reciben. En el caso de los servicios esenciales, cuyo costo real se compensa con emisión monetaria sin respaldo, ya que el retraimiento de la actividad económica real no puede solventarlo, es que, de un modo u otro, todos pagamos lo subsidiado a través de la inflación que crece a medida que los desfasajes se incrementan.

La fantasía de subsidiar tarifas ha hecho creer a mucha gente que, habiendo abandonado la condición desde la que partía, se podría vivir de regalo eterna e irresponsablemente.

Un componente no menor, a tener en cuenta en el precio final que todo usuario/consumidor debe afrontar, está directamente relacionado con la carga impositiva que se adiciona compulsivamente al consumo registrado. Su cuantía tiene una relación directa con el tamaño del estado, nacional, provincial y/o municipal, que pretende financiarse a través del servicio esencial que se factura.

Un Estado más grande y voluminoso exige mayor carga tributaria para solventarse.

La realidad, cruda y dura, es un excelente ordenador de expectativas.

Habrá que aprender a administrar la escasez.

Uno más uno es dos.

Siempre.

“Los países ricos prosperan en los mercados; los pobres languidecen bajo el peso de sus burócratas” W. Easterly (1957 – …)