Sin moneda no hay república

25/05/2020

Por Sergio Dellepiane – Docente universitario de Economía

Una verdad de Perogrullo es una obviedad. El Diccionario de la Real Academia Española señala que es una verdad o certeza que, por notoriamente sabida, es necedad o simpleza decirla.

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Para la ciencia económica, resulta una obviedad afirmar que ninguna propuesta, seria y responsable que se haga, para  intentar sortear las turbulencias a las que está sometida la economía del país tiene sentido, si se ignora y/o minimiza el papel central que debe ocupar, en la misma, la moneda nacional.

Quien pretenda elaborar un plan consistente, omitiendo esta cuestión esencial, sólo profiere palabras huecas, carentes de sustento.

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La Argentina no se pondrá de pie, ni encontrará el camino de la justicia social, ni el de la creación de empleo productivo, mucho menos el de la inclusión incorporando la necesaria atención de nuestros adultos mayores y sin olvidar el desarrollo industrial y tecnológico; si carece de moneda nacional.

Ningún país, sin moneda puede proyectar el crecimiento, desarrollo y progreso de sus ciudadanos. Menos aún aspirar a la igualdad de oportunidades.

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Sin moneda no hay Inversión. Sin moneda no hay Crédito. Sin moneda sólo hay tierra arrasada por la Inflación; Tasas de Interés ficticias o descomunales; menos empleo y más pobreza. Sin moneda sólo hay lugar para la especulación y la fuga de capitales. Sin moneda se reduce la paciencia y aparece magnificada la intolerancia. Se resiente el sistema educativo y el sanitario, el trasporte, del tipo que sea, colapsa y los servicios esenciales se fragilizan.

Sin moneda todo es disputa y frustración.

Pilar.

La Moneda es requisito ineludible del orden Institucional, uno de los pilares básicos de cualquier acuerdo de convivencia ciudadana pacífica, símbolo de credibilidad y custodia de esfuerzos cotidianos, convertidos en ahorros duraderos y fuente de esperanza hacia tiempos mejores.

Nuestra moneda nacional… ¿Cuál es? Ya la cambiamos en cinco oportunidades desde 1970 hasta hoy y nada asegura que no debamos hacerlo nuevamente. La moneda vigente, el Peso convertible, no reúne las condiciones de ser apreciada o fuerte; de estar sostenida por una actividad económica productiva competitiva y de ser resguardo de valor.

Hoy representa nada más que papeles pintados de inmediata obsolescencia, que nadie pretende conservar por demasiado tiempo en su poder, porque cuanto más tiempo pasa, más valor (poder de compra) pierde.

Toda moneda no deseada se vuelve inexorablemente en promesa incumplida, letra muerta hasta transformarse en estafa colectiva.

Nuestra moneda nacional, como tantas otras veces a lo largo de nuestra historia; despojada de contenido institucional, avergüenza a su emisor, es rechazada por los receptores y debilitándose sin solución de continuidad, queda atrapada sin salida, entre variadas cotizaciones con el dólar estadounidense y las Tasas de Interés locales, intentando evitar su extinción definitiva.

Políticos, sindicalistas, empresarios y dirigentes sociales de todo tipo, reconocen en la Inflación al mal endémico que nos acosa; alzan sus voces contra la pobreza e indigencia que nos abruma; pero ninguno se decide a arrancarlas de raíz, eliminando sus causas.

Raíces.

Al relegar este problema fundacional, hoy ineludible; a un segundo o tercer plano; se diluye la oportunidad para recomponer expectativas. No son suficientes las alquimias monetarias y/o los pactos sociales corporativos. Resulta indispensable consensuar principios básicos, pero firmes y adoptar compromisos mayoritarios, cuando no unánimes, que hagan retornar, a los ciudadanos a confiar en su propia moneda nacional.

Relegar este asunto a un inconveniente marginal parece sugerir que, en realidad, nuestra moneda nacional es más una molestia, una carga, más que un camino necesario a transitar decididamente para alcanzar los niveles de desarrollo y progreso que nos merecemos y que hoy aparecen esquivos.

Para lograrlo, la ciencia económica nos marca que, en lugar de elegir la alternativa de consumir, lo antes posible, todo el capital acumulado, es preciso incrementar la productividad, tanto individual cuanto colectiva, a través del esfuerzo cotidiano.

Reconocer nuestras limitaciones y aprender a vivir con lo nuestro es otra verdad irrefutable para promover el Crecimiento.

Cambiar el texto de todos los lados de la perinola argentina  que, caiga como caiga, siempre se lea Todos Ponen, en lugar del “Toman Todo” o “Algunos Sacan”, se vuelve ineludible e irreemplazable.

Sin compromiso, esfuerzo y sacrificio común, no hay prosperidad, ni presente, ni futura.

Sin moneda nacional no hay república… aunque sea esta una verdad de Perogrullo

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