Rol del Estado

19/06/2020

Por Sergio Dellepiane – Docente

Uno de los históricos debates dentro del campo de estudio de la Ciencia Económica estuvo circunscripto, hasta finales del siglo pasado, por la antinomia “regulación sí – regulación no”; relacionada al grado e intensidad de la injerencia del Gobierno del Estado en la actividad económico productiva de una nación.

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A juzgar por lo acontecido en esta primera parte del Siglo XXI, el debate, regulación – desregulación, ya no es materia de discusión en ningún país del planeta; salvedad hecha de aquellos individuos que al incursionar en la arena política junto a sus más fervientes seguidores, retoman la antinomia con un retórica despojada de argumentos convincentes; sólo por el beneficio subyacente que todo estatismo proporciona a sus acérrimos defensores.

Hace más de treinta años que ha desaparecido de los ambientes académicos la discusión acerca del Estado regulador, del Estado empresario y a la vez, como principal generador de ocupación pero no de riqueza ni de bienestar; y del Estado benefactor.

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Posiciones.

En la actualidad, nadie pone en tela de juicio, los beneficiosos efectos que proporciona la desregulación de la economía en cualquier comunidad organizada; porque, como se ha comprobado a lo largo de la historia, cualquier disminución de la intervención estatal, otorga mayor relevancia al papel de la competitividad y a las fuerzas del mercado. La conclusión a la que se arriba, es que este cambio de paradigma, trae como resultado menores costos, incremento de demanda y nuevas oportunidades tanto para los productores como para los consumidores al ofrecerles multiplicidad de opciones, calidad, innovación y servicios asociados.

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Para la física, a toda acción le corresponde una reacción. En economía, a la desregulación de la actividad productiva, le aparecerán siempre grupos interesados en exigir el retorno a la protección del gobierno para sus actividades; de por sí incompetentes, costosas, de menor calidad y con escasa o nula creatividad. Justamente por la ausencia de competidores rivales que, en igualdad de condiciones, les exijan esfuerzos adicionales que nunca estuvieron en condiciones de realizar, precisamente por permanecer bajo la tutela del estado.

La eliminación de esta protección y/o intervención estatal sobre las actividades productivas, provocará, sin dudas, la desaparición de muchos emprendimientos, sobre todo, de aquellos que se muestren incapaces de sobrevivir en este nuevo ambiente competitivo. Otros caerán en bancarrota y algunos, serán absorbidos, en todo o en parte, por empresas más robustas. Así es como se desenvuelve y readapta continuamente la naturaleza, de la que formamos parte. Ante la duda, recurrir a Charles Darwin.

Toda reforma de las condiciones imperantes implica costos de transición los que, en los inicios, aparentarán superar a los beneficios que promete la transformación que se ha puesto en marcha pero, con el transcurso del tiempo se podrá percibir  la indudable mejoría, al valorar que los costos incurridos no han sido tantos.

Juridicidad.

A esta altura de la evolución de la humanidad no debieran existir dudas. Regular, cerrar, proteger excesivamente, se convierten en barreras costosas y lastes muy pesados para las mejoras competitivas, el surgimiento de alternativas de calidad superior y, de hecho, para el progreso, crecimiento y desarrollo del país.

Lo triste y penoso resulta reconocer que nos hemos acostumbrado a postergar seguridad jurídica por razones de necesidad y urgencia. Alterar por gusto y placer las reglas del juego, según conveniencia, por quienes sienten que se han adueñado, aunque sea temporariamente, del tablero, las fichas y los dados.

Los defectos que históricamente arrastramos como nación, desnudan a los corruptos y malintencionados; denuncian el facilismo al que estamos abonados casi como socios vitalicios; confirman el doble discurso que somos propensos a mantener según el auditorio al que nos dirigimos; y resaltan la queja estéril a la que somos afectos, en todo lugar y circunstancia, porque casi nada nos viene bien.

Ser argentino se ha convertido en una empresa cada vez más difícil. Emociona serlo, pero se sufre más de la cuenta por ello.

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