ENFOQUE PORTADA

¿Qué ves, cuando me ves?

Por Sergio Dellepiane – Docente //

La Ciencia Económica distingue claramente a la competitividad de la productividad. La primera incluye a la segunda. Pero la última es condición necesaria para la conjunción estimuladora de ambas.

El Foro Económico Mundial (W.E.F.), fundación sin fines de lucro creada en 1971 por Klaus Schwab, más conocida como el “Foro de Davos”, se reúne anualmente para compartir los estudios que realiza en relación a la competitividad de las naciones. Lo viene haciendo sistemáticamente desde 1979.

Esta organización define a la competitividad como “el conjunto de instituciones, políticas y factores que determinan el nivel de productividad de un país”. A la productividad la caracteriza como “el factor que mide la eficiencia de los insumos empleados en la producción de cualquier bien o servicio, determinando previamente el nivel de calidad y de estandarización de los mismos”. Es decir, exige no sólo comparar manzanas con manzanas, sino definir también si serán rojas o verdes, comunes o deliciosas, las que serán comparadas.

Entonces, el elemento clave para que un país sea competitivo, viene dado por la relación que por definición deberá ser la más baja posible, entre los costos de los insumos y los factores de producción (tierra, trabajo y capital), con relación al nivel general de producción de la economía nacional analizada, junto a los precios internacionales que adquieren aquellos bienes y servicios que se producen localmente.

Crecimiento.

Toda economía competitiva se basa en una economía productiva. Es la productividad la que conduce al crecimiento y a mejorar el nivel de ingresos de los habitantes de un país. Lo que está directamente asociado con su bienestar. Por tanto, todo incremento de la competitividad nacional, a nivel local como internacional, potenciará el incremento de la prosperidad de los ciudadanos.

Para asignar un valor a la competitividad de las naciones que aceptan formalmente integrarse a este estudio, el Foro Económico Mundial distingue doce áreas diferentes de análisis, aglutinadas en tres amplios conjuntos de elementos.

En el grupo de los “Requisitos Básicos” se incluyen, entre otros: institucionalidad, infraestructura, entorno macroeconómico, salud y educación. Aquí, para el 2020, Argentina ocupó el lugar 119 entre 141 naciones estudiadas.

En el agrupamiento que contiene los “Mejoradores de Eficiencia”, donde se evalúan el mercado de Bienes y Servicios, la estructura del mercado del Trabajo (incluye la capacitación, la educación superior y la preparación en tecnología), el desarrollo del mercado de capitales y la atracción de inversiones, nos posicionamos en el lugar 120.

Variables.

En cuanto al aglutinante en “Innovación y Sofisticación”, cuyos componentes se revelan más complejos pues requieren de una Economía que pueda aprovechar negocios de clase mundial, poseyendo establecimientos de investigación y desarrollo, y un gobierno que apoye la búsqueda constante de lo innovador; los países que reciben las calificaciones más altas en estos pilares son economías avanzadas con PBI per Cápita superiores a la media global, Argentina califica en la posición 117.

Para el mundo, los motores básicos de la competitividad siguen siendo la infraestructura productiva disponible, salud, educación y mercados dinámicos y abiertos. A lo que hay que adicionar la disposición tecnológica, sofisticación e innovación de negocios, para ser capaces de crecer en productividad primero y en competitividad después.

La globalización se ha instalado definitivamente en nuestro mundo, aunque todavía haya quienes pretendan, quijotescamente, cerrarle las puertas para impedir su ingreso. El debate acerca de sus costos y beneficios aún continúa abierto entre los que se oponen, por considerarla culpable del incremento de las desigualdades; y aquellos que la defienden, enfatizando el papel alentador que demuestra, al sacar multitudes de personas de la pobreza extrema.

Globalización es sinónimo de apertura, pues obliga a las naciones que pretendan no perder su ritmo, a incrementar la productividad interna para ganar en competitividad internacional.

Más barreras, más aislamiento. Más apertura, más intercambio, más progreso y desarrollo. En definitiva, más crecimiento. Mejoras sustantivas en los volúmenes de ingresos per cápita.

El mundo globalizado exige elevados niveles de competitividad nacional para no atrasarse en la puja distributiva real, lo que implica corregir, cuanto antes, aquellos rubros que la desalientan.

Para la amplia mayoría de las naciones, volverse cada día más productivos y más competitivos, es un imperativo subyacente. Necesario, más no suficiente, pero esencial en este S.XXI.

Soluciones.

¿Para nosotros? En mi opinión, lo primero es desactivar la vieja idea que una gravosa devaluación de nuestra moneda deba ser la única y mágica solución que nos devolverá a la carrera global de competitividad internacional.

Hace tiempo dejamos de participar en ella, no por desinterés sino por haber extraviado (¿intencionalmente?) la hoja de ruta y, desviado recursos económicos escasos hacia destinos menos rentables, más mezquinos e interesados egoístamente y alejados, decididamente, del bienestar general.

“La sabiduría no consiste tanto en saber qué hacer al final, como en saber cuál es el próximo paso que hay que dar” – H. Hoover (1874 – 1964)