¿Qué distribuir, flujo o stock?

15/03/2022

Por Sergio Dellepiane – Docente //

Desde hace casi dos siglos la ciencia económica tiene demostrado empíricamente que la riqueza de una persona, empresa y/o comunidad no queda fijada por el dinero que posee, el stock de lo que ostenta o las existencias materiales que mantiene. La riqueza, en realidad, queda determinada por el flujo de beneficios (ingresos menos egresos) que está dispuesta a generar y que de hecho consigue, durante un determinado espacio temporal.

Imagen 1

Bajo este supuesto fácilmente comprobable, se hace necesario diferenciar las variables de stock de las variables de flujo tanto en la esfera individual cuanto en la colectiva. Quién posea un determinado patrimonio (stock) pero no pueda generar ingresos (flujo), tarde o temprano reducirá su riqueza inicial.

Cualquier agente económico (economías domésticas, empresas y Estado) necesita, al menos, un ingreso genuino de dinero, honesto y legal, para hacer frente a los inevitables egresos que forman parte ineludible de la existencia humana. Es una realidad innegable, imposible de soslayar. Algo habrá que pagar alguna vez, en determinadas circunstancias.

Imagen 2

Compromisos.

Independientemente de la conducta que llevemos; seamos austeros o dispendiosos, ahorrativos o dilapidadores, tacaños o mano suelta, en un preciso momento de nuestra existencia, deberemos inexcusablemente hacer frente a una erogación; cancelando un préstamo, adquiriendo un bien o un servicio, donando una parte de lo conseguido, etc. Pase lo que pase tenemos que alimentarnos, vestirnos, trasladarnos, vacacionar, adquirir medicamentos y/o conmovernos ante alguna tragedia y colaborar para mitigar sus consecuencias.

Imagen 3

De uno u otro modo el egreso está asegurado. ¿Cómo compensamos esta variable económica de flujo? Sólo dos alternativas posibles. O con ingresos (flujo) o con ahorros (stock). Estos últimos podrán ser escasos o abultados, pero sin generar ingresos, tarde o temprano nuestro stock primero se reducirá y luego, en el límite, se extinguirá.

Para el largo plazo, la riqueza acumulada podrá colaborar según su magnitud, pero si no aseguramos un ingreso más o menos permanente, al consumir el stock reunido previamente, nos convertiremos en personas más vulnerables pues la exigencia de subsistencia lo ira menguando hasta que llegará el momento donde tendremos que depender de otro/s.

Esta sencilla descripción puede y debe extrapolarse a cualquier economía nacional donde quienes administran la cosa pública asumen la obligación de velar por el cumplimiento indelegable de funciones esenciales que le son propias a los responsables temporales del bien común: educación, salud, seguridad, servicios, infraestructura y asistencia social.

El Estado.

Para hacer frente a estas incumbencias el Estado cobra impuestos. Es el aporte de los contribuyentes el que permite y facilita su operatividad. La frontera de lo exigible a cada ciudadano será aquella que ponga en riesgo la continuidad de la actividad productiva privada que le posibilita brindar manutención a sí mismo, su familia y sus dependientes.

Cada vez que la carga fiscal supera esta difusa y a la vez, invisible raya; ahoga esperanzas de progreso, inhibe impulsos de mejora y expulsa ilusiones hacia la marginalidad y la ilegalidad. Ante la disyuntiva, surge instantáneamente la reacción del superviviente que buscará amoldarse como pueda a las nuevas exigencias; evadiendo, en todo o en parte, la responsabilidad contributiva que intentó asumir pero que ahora lo obliga a escaparse, mientras pueda, del control estatal; en realidad, de su voracidad.

Según las “Curvas de Laffer”, el punto de saturación que ejerce toda presión impositiva, sobre una actividad económica determinada, se verifica cuando cualquier contribuyente debe sacrificar stock (ahorros, capital invertido, personal capacitado, etc) a fin de cumplir sus obligaciones para con el recaudador, porque el flujo generado por su trabajo (ingresos) no le alcanza para hacerles frente.

Sobreexigir a quienes producen, en lugar de restringir los egresos públicos, es un sofisma cuyo sustento radica en afirmar que la riqueza no es una variable de stock. Repartir existencias (stock) sin reposición (flujo), más temprano que tarde, consigue empobrecer al conjunto de la sociedad.

Relaciones.

Todo individuo que recibe algo del Estado es, por su naturaleza, un sujeto económico que posee erogaciones propias; por lo cual, al recibir una parte del capital que otro produjo y que, por lo mismo, éste deja de destinar a sí o a los suyos; al ser temporario, nunca solucionará los problemas de aquél, a largo plazo. Estos serán resueltos definitivamente cuando el asistido pueda autoabastecerse y activar su propio flujo de modo más o menos estable y continuado.

El factor ineludible e indispensable para detener la sangría del esfuerzo ajeno, que se vierte en el intrincado agujero negro del asistencialismo, es la educación del soberano; su capacitación, la adquisición de habilidades y oficios para que, de algún modo, comience a aportar al conjunto, con al menos uno de los factores de producción, el trabajo propio.

La única vía posible para superar el estancamiento generalizado es dejar de redistribuir lo conseguido por otros, disminuyendo sustancialmente los egresos no esenciales del Estado porque de lo contrario, “cuando una sociedad se ha comido los huevos, se relame mirando las gallinas”.

La Argentina de hoy posee en su haber una importante cantidad de recursos disponibles, pero no es rica, es pobre. Las estadísticas confirman lo evidente. Una de las principales razones es porque se ha instalado en el inconsciente colectivo de sus habitantes el error conceptual por el que se confunden variables de stock con variables de flujo. Prevalece la mentalidad pobrista de repartir las existencias que otros generaron, con esfuerzo y sacrificio, lo que nos impide comprender que lo que nos vuelve más ricos es la generación de flujo y no el consumo del stock, que nos empobrece a todos.

¿No habrá llegado el momento de intentar algo diferente?

“El asistencialismo nunca ayudó a poner de pie a un pueblo, más bien lo puso de rodillas y los subyugó a la clase política que se aprovechó de ellos” – Padre Pedro Opeka