Por Nahuel Amore | Editor Dos Florines
Dos o tres gurises acompañan a sus jóvenes padres hasta uno de los contenedores del centro en busca de algo para comer o que quizá tenga valor para vender y hacer unos pesos. Otros, bastante más, no se pierden un día en la escuela porque el comedor les garantiza el desayuno, el almuerzo y la merienda. De bar en bar también deambulan diferentes pibes, incluso chiquitos, repartiendo sahumerios o estampitas, bocado de por medio, a cambio de algún billete, en ocasiones bajo la supervisión de lejos de la madre que arrastra un cochecito. Todo ello, sin contar lo que no vemos en las periferias.
Las imágenes se repiten y se vienen naturalizando. Nos pasan por al lado todo el tiempo y más aún en ciudades como Paraná o Concordia que van siendo rehenes de la macrocefalia urbana. No es nuevo; es un fenómeno de deterioro que irrumpió hace por lo menos tres décadas, que se profundizó en los últimos seis o siete años y que hoy se exacerba a instancias de un acelerado proceso inflacionario de tres dígitos que carcome el bolsillo ya no sólo de los más desprotegidos, que viven marginados y con la ayuda de programas sociales, sino también de las familias con trabajo registrado, sea público o privado. En otras palabras, Estado y empresas pagan magros salarios para el costo de vida actual.
Los indicadores sociales sobre pobreza e indigencia publicados esta semana por el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) son, cuanto menos, preocupantes. Si bien toda estadística es una fotografía parcial elaborada a partir de ciertas variables, y en este caso se basa en 31 aglomerados urbanos de distintas zonas del país, la muestra oficial es, al menos, un termómetro de las realidades sociales y regionales. Y en ese recorte, los datos sobre la vulnerabilidad de 3.629.774 niños son sensiblemente alarmantes.
Según informó el propio Estado nacional, más de la mitad de los niños son pobres e incluso hay ciudades donde aumenta a seis de cada diez. El economista Jorge Colina, de Idesa, explica que el incremento de la pobreza infantil en la Argentina se produce porque estructuralmente hay miles de hogares considerados pobres con una mayor cantidad de hijos. “Por eso hay tasas superiores al 50%. Los hogares con muchos niños son más vulnerables a la inflación que el resto”, advirtió. Dicho de otro modo, muchos chicos están concentrados en familias grandes que no cubren la canasta básica total, hoy calculada en $203.361 por mes.
Contrapuntos
Según la base de microdatos de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) del Indec, Concordia encabeza el ránking como la ciudad con mayor tasa de pobreza infantil (personas de 0 a 14 años), con un 69,2% en el segundo semestre de 2022. En el Gran Paraná ese mismo índice se reduce al 51,3%, mientras que el promedio nacional alcanza al 54,2%. Lo cierto es que ya hay 26 ciudades con más del 50% de pobreza infantil, siendo que hasta 2017 había sólo cuatro aglomerados en esa condición; hecho que se agravará toda vez que la inflación le siga ganando la carrera a los ingresos.
En Concordia hay quienes plantean que las cifras del Indec estigmatizan a la ciudad, siendo que hay muchas otras en la Argentina cuyas familias viven en peores condiciones y quedan por fuera del estudio. También cuestionan que no son la capital provincial para cubrir con empleo público la mano de obra vacante. De todos modos, el tema no deja de ser inquietante y, por ello, para colaborar con un análisis más complejo del estado de situación, la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de Entre Ríos (UNER) realizará un relevamiento que permita tener una mirada más profunda sobre cómo viven los concordienses, en pos también de expresar una serie de acciones a seguir.
Sin dudas, estos números no dejan de abrir un debate. Carlos Maslatón, el economista trending topic del momento, diría que el país entró en una etapa “bullish” y que, a pesar de la alta inflación, la actividad se sigue sosteniendo y va “para arriba” porque hay una economía en negro que escapa a las estadísticas. De allí que, según afirma este panelista televisivo, la pobreza está mal medida y las cifras debieran ser menores, a la luz de una creciente informalidad que el sistema no logra percibir. “Hay que dejar de hinchar con que viene una crisis. La crisis ya sucedió: fue entre 2017 y 2021”, expresó recientemente y encendió la polémica.
No es menos cierta la observación de que la economía informal cobró mayor fuerza y representaría cerca del 45% de los trabajadores. No sólo lo saben los empleados no registrados, sino también las familias que hacen changas en los ratos libres, buscan vender productos cosméticos de libritos, o ropa interior y difusores aromáticos por catálogos en Whatsapp. También lo sabemos los periodistas en medio de una profesión en crisis que obliga a buscar tres o cuatro ingresos; jóvenes que son community manager con apenas ver un tutorial; comerciantes que hacen rebajas en efectivo para pagar menos impuestos; productores que venden granos sin declarar; o empresas que abonan conceptos en negro. La monotributación es un fenómeno creciente y el mercado laboral está en transformación ante este escenario. Ahora bien, cuánto ayuda eso a revertir el costo de vida, lo sabe cada familia, y en la globalidad es una mera estimación que no excede del análisis el rol del Estado y el trasfondo de un sistema endeble.
Qué hacemos
Independientemente de todas estas discusiones, cualquier cifra duele cuando se traduce en situaciones palpables. “Para muestra sólo basta un botón”, diría mi abuela. Lo cierto es que toda vez que se publican estadísticas oficiales sobre pobreza e indigencia, en Entre Ríos suele cundir el silencio. Silenzio stampa, dirían los italianos. En un año electoral, incluso, poco se escucha sobre cómo generar oportunidades de trabajo digno, recuperar los salarios y mejorar la calidad de vida. Tampoco se debate sobre el déficit de la Caja de Jubilaciones, qué pasará con Iosper, las escuelas deterioradas, los insumos médicos, etcétera, etcétera. Menos casette, menos coaching, menos articulación de la nada y más realidad.
El Estado es el principal responsable de buscar soluciones. En Entre Ríos dirían que muchas cosas dependen de Nación y es cierto en cuanto a las variables macro. No obstante, la autonomía provincial también permite generar herramientas financieras e impositivas para estimular las inversiones en la economía real. Es necesario un programa integral para que las empresas creen mano de obra registrada, paguen mejores sueldos y que el Estado no sea la primera opción de trabajo para quienes se suman al mercado laboral. Es necesario un norte, un horizonte de largo plazo, para que la provincia se industrialice, mejore su educación y retenga a sus jóvenes.
Los empresarios y emprendedores asumen también en este contexto un rol clave para sumar positivamente a revertir los indicadores sociales, a partir de la reinversión utilidades y el agregado de valor con incorporación de tecnología y recursos humanos. Hay quienes afrontan estos procesos como una condición inherente y aprovechan las oportunidades, pero también hay otros que, en la comodidad o la resignación, en ocasiones con prebenda, no proponen alternativas para ser más competitivos, aggiornarse, conquistar nuevos mercados y emplear más personas. Quizá es tiempo de dar lugar a las nuevas generaciones que quieren hacerlo con nuevas ideas. La caída de la inversión privada es una síntesis a contrarrestar.
La pregunta del millón es qué hacemos frente a las cifras que nos interpelan. ¿Las ponemos en discusión, suavizándolas o potenciándolas, o las usamos como disparadores para actuar y cambiar el escenario? Quienes aspiran al Sillón de Urquiza podrían recoger el guante. Porque en definitiva, hablar de pobreza es hablar de las condiciones de vida de los argentinos, de los entrerrianos y de cada uno de los habitantes de nuestros pueblos. Hablar de pobreza es hablar de cómo estamos y hacia dónde vamos. Pero no en voz baja. Que el debate se escuche, y las promesas, se concreten. Así se recuperará también la confianza.