Para qué sirve el Banco Central…
16/02/2022

Por Sergio Dellepiane – Docente //
Hasta 1881 el sistema monetario y financiero argentino estaba caracterizado por la convivencia de una multiplicidad de monedas emitidas por distintos bancos en el país o extranjeras. En 1881 se instauró una moneda nacional y se la vinculó al patrón oro pero la convertibilidad fue efímera y continuaron circulando lo que contemporáneamente llamaríamos cuasi-monedas, distintas al signo monetario nacional. Sólo después de renovadas crisis asociadas en muchos casos al endeudamiento externo, a principios del siglo XX, el país pudo volver al patrón oro y establecer un vínculo rígido entre el saldo del balance de pagos y la cantidad de dinero, suspendido entre 1914 y 1927 y, finalmente abandonado en diciembre de 1929.

Este rasgo combinado con la ausencia de una autoridad centralizada que controlara la esfera monetaria generaba una alta inestabilidad en el sistema. El estallido de la crisis bancaria de 1890-91 motivó la creación de instituciones como la Caja de Conversión y el Banco de la Nación que hasta la década de 1930 centralizan instrumentos y funciones que luego le serían propias al Banco Central.
Pero la falta de coordinación y las fluctuaciones del balance de pagos asociadas a los inestables movimientos de capital y también al perfil productivo del país, sesgado hacia la producción de productos primarios altamente vulnerable a los cambios en el mercado mundial, impidieron resolver la gran inestabilidad monetaria y financiera.

En este contexto, se sucedieron desde 1900 varios proyectos de Ley de creación de un ente rector responsable del ordenamiento y control del sistema monetario y bancario del país, destacándose el presentado por el presidente Hipólito Yrigoyen en 1917 que incluía una política monetaria activa, de avanzada para la época.
Ninguno de estos proyectos prosperó en el Congreso Nacional con una composición mayoritaria de orientación conservadora.

Crack y salida.
Una década más tarde, con el inicio de la crisis financiera internacional de 1929 el sistema monetario y financiero del país se mostró definitivamente agotado. La crisis obligó a instaurar el control de cambios y otras medidas de intervención estatal que configuraron un abandono en los hechos de los postulados del librecambio. En ese contexto, y debido a sus repercusiones en el sistema bancario, se dieron las condiciones para la creación de un Banco Central que se hiciera cargo de centralizar el control de la política monetaria y cambiaria.
Producto de la reforma monetaria y bancaria de 1935 nace el Banco Central de la República Argentina (BCRA) como una entidad mixta con participación estatal y privada, que tenía entre sus funciones la exclusividad en la emisión de billetes y monedas y la regulación de la cantidad de crédito y dinero, así como la acumulación de las reservas internacionales, el control del sistema bancario y actuar como agente financiero del Estado. Se dota así a la autoridad monetaria de instrumentos que posibilitan ejercer el papel de “prestamista de última instancia” y la adopción de políticas anticíclicas a fin de moderar las fluctuaciones económicas.
Los avatares políticos y económicos sucedidos, desde su creación hasta el presente, han convertido al BCRA en un mero instrumento al servicio del gobierno de turno para abastecerlo de “papel” moneda a fin de sostener, con los efectos no deseados y perjudiciales que ello conlleva, políticas absolutamente reñidas con la realidad que deben afrontar para corregir e intentar mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos a los que dicen representar.
Al analizar el Balance del BCRA debemos tener en cuenta tanto el activo como su pasivo, la composición de cada uno y el ritmo (Tasa) de crecimiento o disminución de ambos.
La velocidad de crecimiento de los activos muestra que las reservas casi no generan interés y se reducen sistemáticamente por pagos de deudas e importaciones. Más sencillo es el análisis del pasivo. Las Leliqs reciben un interés del 40% anual, por ahora. Es evidente que el pasivo crecerá más velozmente que el activo. A menos, claro, que las reservas modifiquen su valor. En criollo, se devalúen.
Realidad.
Desde hace un tiempo, y a partir del entendimiento con el FMI más aún, la tasa de devaluación del peso se ha acelerado un poco para que se aproxime a los valores del mercado. Achicar la “brecha” con el “blue”. Decisión harto compleja pues, si acelera la devaluación corrige los desequilibrios con el dólar libre, pero al mismo tiempo, genera más presión para importar cuanto antes lo que sea y demorar, todo lo posible, la liquidación de las acreencias por exportaciones. Por el contrario, si no la acelera, aumenta el lastre del atraso cambiario sobre la oferta exportable. Haga lo que haga, tendrá un impacto en los costos de las empresas. La velocidad de corrección podrá ser rápida o lenta pero inexorablemente deberá alcanzar, de una vez por todas, una coordinación armónica con la política fiscal. Cuanto antes lo consiga, mejor para todos.
El pasivo tiene dos problemas principales. Uno es el veloz crecimiento del endeudamiento propio. El otro es la demanda excesiva de dinero que exige el Tesoro nacional para satisfacer el agujero negro del gasto público. Única variable que crece más rápidamente que todas las demás.
La contrapartida es que la deuda del tesoro con el BCRA es un activo pero que, en el corto plazo, es decididamente impagable.
La tasa de devaluación tiene sus propias contradicciones. Si se opta por una tasa menor a la que se reconoce por las Leliqs, habrá que pagar una tasa más elevada en dólares que no tenemos. De este modo, sale muy caro mantener “quieto” al dólar.
Si la tasa de devaluación del peso fuera mayor a la tasa pagada por las Leliqs, se corre el riesgo que se incremente la presión sobre el dólar y desparezca la poca demanda de pesos existente, con consecuencias conocidas por la mayoría de la población.
La gran ausente de los análisis actuales es la “bola” de Leliqs que ya han superado cómodamente los cuatro billones de pesos y nadie se imagina, por ahora, otra cosa que un bono solidario y/o patriótico para frenar su estampida.
Sin independencia real y efectiva de un BCRA profesionalizado y liberado de los vaivenes de la política vernácula, interesada más en complacer delirios ideológicos que el bienestar de los argentinos, su desarrollo y progreso; reiteraremos hasta el hartazgo la cuestión inicial. ¿Para qué sirve el Banco Central?
“Solo hay dos medios de pagar las deudas: por el trabajo y por el ahorro” – Thomas Carlyle (1795 – 1881)