País rico, país pobre
21/05/2021

Por Sergio Dellepiane – Docente //
El mito es una historia imaginaria que altera las verdaderas cualidades de algo o alguien y les otorga mayor valor del que en realidad tienen. Se asienta en la tradición oral. Por medio de narraciones se explican decisiones, acciones y aspectos de la condición humana y del entorno en el que la vida misma se desenvuelve. Triunfos y fracasos, hazañas y aventuras con finales felices o trágicos, manteniendo una característica común. Dejar una enseñanza, proporcionar elementos para generar un aprendizaje.

Hasta finales del siglo pasado, desde la misma escolaridad primaria, se transmitía a los educandos de los diferentes niveles que el país que habitamos era una nación próspera y pujante, especialmente por las llanuras pampeanas que la habían convertido, a ojos foráneos, en el “granero del mundo”. Idea que compramos sin revisar la letra chica. Además, nos creímos poseedores de una exuberante riqueza subterránea que custodiaba reservas de minerales, petróleo y gas, en cantidades y volúmenes imposibles de cuantificar. Hasta la denominación del territorio patrio presagiaba bonanza y bienestar.
Argentina deriva del latín “argentum”, metal precioso, o plata, en criollo.

Aún permanece en la memoria de muchos de nosotros, la idea arraigada desde generaciones precedentes, que todo el contenido natural del territorio, debía garantizarnos un nivel de vida privilegiado, de primer mundo; casi como un derecho adquirido irrenunciable, irrestricto e inacabable. Imperativo categórico de prosperidad nacional permanente.
La evidencia empírica nos devuelve, del limbo y la ensoñación, a la realidad concreta que vive cotidianamente el sur del continente americano y alguna otra parte del planeta. Con los pies sobre nuestro suelo, se nos devela lo inextricable de esta creencia pues; “Toda prosperidad nacional es creada; no heredada. No crece de los recursos naturales, de su cantidad de trabajadores; de su tasa de interés o del valor de su moneda…La competitividad de una nación depende de la capacidad de su industria para innovar y potenciarse”. La Ventaja Competitiva de las Naciones – M. Porter – 1990.

Mitología.
El mito de país rico alienta la ilusión de actuar sobre un territorio que espera ser saqueado. Así toda riqueza generada, por cualquier agente económico, admite la posibilidad de ser expoliada para financiar el utilitarismo del clientelismo servil, que somete voluntades por dádivas siempre insuficientes; hasta inhibir las más fervorosas iniciativas emprendedoras, cuando no, expulsar todo aquello que no se subyugue y a quienes no se someten, a su mandato dominante.
Es un hecho harto comprobado que, economías nacionales dependientes casi exclusivamente de sus recursos naturales, son más propensas a sufrir distorsiones crónicas y desequilibrios estructurales que limitan enormemente su progreso y desarrollo en el mediano y largo plazo. Coartan las alternativas de diversificación y reducen sustancialmente su eficiencia y competitividad.
La creencia desmedida en el valor efímero de los recursos naturales (¿maldición?) conduce inequívocamente a los gobernantes a provocar distorsiones institucionales, derivadas del hecho de recaudar la mayor cuantía de los ingresos tributarios; no ya de la población en general, sino sólo de algunas actividades específicas, que se valoran como las más favorecidas según criterios unívocos propios, muchas veces sin fundamentos sólidos y sin consenso, que respalden tales decisiones.
Depender excesivamente de la volatilidad de los precios internacionales de commodities, sin agregado de valor, engendra ciclos de gasto público desbordados, en cantidad y permanencia, que resultan imposibles de encausar cuando los valores de intercambio se reducen.
Argentina posee recursos naturales, pero no deja de ser un país empobrecido. Es uno de los pocos en el mundo, que ha multiplicado sus indicadores de pobreza, indigencia y marginalidad, a lo largo de los últimos 50 años.
Ha llegado el momento de reconocer que la “maldición de los recursos naturales” como modelo económico nacional ha concretado su fracaso más estrepitoso y resonante. Por ignorancia, impericia o malicia.
Desidias.
Los sectores más dinámicos de la economía vernácula, no pueden hoy financiar, ni siquiera un decoroso nivel de vida para la mayoría de quienes habitamos nuestro país. Los poderes públicos se nos presentan como un lastre, cada vez más pesado; antes que mostrarse como responsables de agilizar y promover la iniciativa emprendedora privada, el fomento al comercio internacional; y convertirse en austeros administradores del bien común que el momento histórico exige a nuestros representantes.
En un país como el nuestro, que sufre la desidia de sus gobernantes, debe entenderse que cada puesto estatal innecesario o no debidamente justificado, representa un costo de oportunidad abrumador, por lo improductivo y gravoso para el conjunto social. No es posible continuar financiando con impuestos, inflación o con deuda el hábito del clientelismo ideológico.
Se vuelve imperiosa la necesidad de destronar el mito de país rico, que permitía vivir de las rentas generadas por aquellos que hoy ven limitadas sus capacidades productivas, generadoras de recursos económicos y que dependen de irracionales e ignorantes, aunque interesadas, decisiones tomadas por los inquilinos del poder público.
Somos un país empobrecido que tiene el deber de aceptar su cruda realidad para poder modificar su destino.
“Tendremos el destino que nos hayamos merecido” – A. Einstein – 1931.-