ENFOQUE PORTADA

Mercado y Estado

Por Sergio Dellepiane – Docente

Así como la economía política no debe confundirse con lo que la política hace con la economía de un país, tampoco debe confundirse al Estado, con quienes asumen temporariamente el gobierno del mismo. Los reiterados fracasos en que incurren quienes administran la cosa pública, que nos pertenece a todos, pero cuyos costos no paga la política sino el conjunto de la sociedad, habilitan a distinguir adecuadamente, mercado de Estado.

Para la ciencia económica, al mercado lo constituyen todos los seres humanos que interactúan libremente, guiados por sus preferencias, a fin de satisfacer sus necesidades y deseos a través del intercambio, estimulado por el sistema de precios relativos.

La característica distintiva del libre mercado es que no posee, en sí mismo, ningún poder para obligar a nadie a intervenir en él. La atomización de la oferta y la demanda fomenta la competencia y evita cualquier tipo de coerción entre los participantes. Así cuanto más libre es el mercado, más social se vuelve.

En la interacción entre las personas, es donde el estado encuentra su rol. Tiene la obligación de mantener el orden, en el sentido de armonizar un conjunto diverso y dinámico de intereses y anhelos, a través de reglas claras, distintas y permanentes, hasta que las condiciones imperantes exijan cambios que permitan la adaptación de la comunidad a las nuevas exigencias. Entre las más relevantes están el derecho de propiedad, el respeto irrestricto a lo convenido previamente y la libre circulación de personas, bienes y divisas, en el marco de la legalidad vigente.

La armonía entre mercado y estado se alcanza cuando se construye un entramado constitucional coherente, enriquecido por una arraigada cultura de la libertad como bien inalienable que garantice a los individuos la posibilidad de perseguir, sostener y desarrollar su proyecto de vida sin ser coaccionados arbitrariamente por terceros, especialmente por los inquilinos del poder.

En este sentido, el estado debe cumplir una función de apoyo focalizado fomentando antes que obstruyendo, las actividades productivas que permitan a las personas, autoabastecerse por su esfuerzo cotidiano; a la vez que, generando riqueza colectiva permita la reducción paulatina de la pobreza y la marginalidad que asola, sin descanso, a nuestra comunidad organizada.

Cuando no se razona adecuadamente, sino que se actúa por impulso, se pierde de vista la diferencia existencial entre pobreza y desigualdad. No es injusto nacer en un ámbito donde las carencias más elementales se tornan existenciales. Que ello sea emocionalmente indeseable no lo vuelve injusto “per se”. Para remover lo no deseable deben volcarse, genuina y honestamente, herramientas y recursos, necesarios y adecuados, para resolver las carencias detectadas. Sin embargo, si algo fuera injusto, debiera haber alguien específicamente responsable de tal injusticia y contar con mecanismos de reparación para corregir, lo antes posible, el daño causado.

Pobreza.

Los países que han resuelto adecuadamente el problema de la pobreza no lo han conseguido por medio de la redistribución estatal de lo que conforma la contribución solidaria al bien común, sino que lo han resuelto acumulando el capital suficiente para que a nadie de sus conciudadanos le falte absolutamente nada o lo menos posible.

Libertad económica y calidad de vida van de la mano, se muestran indisolublemente asociadas al verificarse que lo que permite dejar atrás la pobreza estructural es la creación de riqueza.

En una economía libre, el único modo honesto de obtener riqueza genuina es creando bienes y servicios que otros valoren más que las diferentes alternativas disponibles y paguen por ello.

“Si no sirves al prójimo de manera eficiente ofreciéndoles cada vez mejores cosas a menores precios, nunca podrás hacerte rico” – Ludwig von Mises – 1937

Económicamente hablando, podríamos concluir entonces que la clave de la generación de la riqueza está en servir al prójimo.

Bill Gates (Microsoft) no se hizo rico por haberle quitado riqueza a nadie. Ni Marcos Galperín (Mercado Libre) entre los nuestros. Todos nos hemos vuelto más ricos gracias a estos emprendedores innovadores. Mientras más ricos (de este tipo) tenga un país y más ricos sean, mejor será para todos y más ricos seremos los que no lo somos. Nos conviene la existencia de los Gates, los Galperín, los Jobs y tantos más.

Por perseguir la idea quijotesca de la igualdad, podemos terminar destruyendo el proceso innovador que habilita la generación de riqueza y el derrame de sus beneficios sobre todos. Nunca podrá haber derrame de nada, si primero, algo no se obtiene y se acumula.

Los resultados que se siguen de las decisiones libres y voluntarias de los individuos en cuestiones económicas pueden provocar desigualdades, pero derivadas de la interacción con el mercado no pueden ser injustas, ya que es un fenómeno espontáneo, porque nadie decide de antemano el resultado final de las operaciones de intercambio.

La diferencia se establece cuando interviene el estado. El resultado de dicha injerencia bien puede resultar injusto puesto que hay una voluntad central que determina cuanto le toca a cada quién. Al estado le cabe un rol, no para decidir sobre la “justicia social” sino por razones de utilidad social. El estado no debe cumplir ningún rol distributivo permanente, pues al excederse en sus atribuciones termina convirtiéndose, aunque no quiera, en la amenaza más importante para la libertad y los derechos inalienables de los ciudadanos.

De esta mala praxis, los argentinos ya hemos tenido suficiente.

Mercado y Estado ¿Cuánto de cada uno?

“Tanto Mercado como sea posible. Tanto Estado como sea necesario” – Willy Brandt – (1913 – 1992)  – Canciller Alemán.