ENFOQUE PORTADA

Las décadas perdidas

Por Sergio Dellepiane – Docente ///

Basados exclusivamente en estadísticas oficiales, es posible afirmar que entre 1978 y 2022 el balance país arroja tres copas del mundo de fútbol ganadas y, desde una perspectiva puramente económica, dos décadas perdidas.

La primera corre entre 1979 y 1989. Contiene de todo como en botica, pero resaltan en los escaparates una combinación de gobierno de facto junto al retorno a la vida democrática, una guerra perdida y un tsunami hiperinflacionario.

La segunda, más próxima a nosotros, se desarrolla entre 2011 y 2021 (que, por ahora, continúa). En su haber contiene, vida en democracia, la revolución de la soja con sus excelentes precios internacionales y la exacción, hasta ahora impune, de los recursos públicos en provecho de (algunos) privados.

Los factores comunes que recorren ambos períodos incluyen el continuo y progresivo deterioro de la economía nacional, una marcada aceleración de la inflación, reducción del empleo registrado e incremento de la marginalidad en cuanto a la actividad laboral y pobreza consecuente; el nulo crecimiento y la caída del PBI per cápita, no sólo entre principio y fin de cada década sino en relación a naciones con características semejantes, en los mismos lapsos de tiempo.

Variables.

Durante los ’80 el régimen nominal de las principales variables económicas era todavía más preocupante que el actual. La inflación se espiralizó desde una base del 100% anual hasta alcanzar el 600% por año. En el segundo período analizado los saltos en el incremento de los precios, se aceleraron del 40% a casi el 100% anual.

En cuanto al crecimiento, ambas ventanas,muestran indicadores similares. La economía nacional no crece y el PBI per cápita, al final de cada época, ha sido inferior en un 15% al de sus comienzos.

Las diferencias hay que buscarlas en el contexto. En aquél entonces dominaba un proceso regional de deterioro con condiciones externas complicadas; en cambio hoy, con los resultados a la vista, el fundamento del retroceso se basa en condiciones exclusivamente locales (nuestras). El más relevante tiene que ver con el nivel de los desequilibrios macroeconómicos y su perdurabilidad a lo largo del tiempo. Hemos sabido convalidar un Estado quebrado e insolvente, con un déficit fiscal muy alto que no es financiable con el nivel de productividad del sector privado.

El gasto del Estado está absolutamente desfasado del nivel de desarrollo del país. El sobredimensionamiento del Estado en sus tres niveles (nación, provincias, municipios) pudo disimularse cuando las condiciones internacionales nos eran favorables. Al modificarse la dirección del viento, se magnificó el desorden y nos reveló la incompatibilidad del desbarajuste fiscal.Insostenible para cada fin de época.

El déficit fiscal crea desequilibrios monetarios pues al no contar con acceso al crédito externo, financia su déficit con emisión monetaria sin respaldo. Como tampoco hay demanda de su propia moneda; al haber más circulante y aceleración en las transacciones, se genera inflación que espiraliza el círculo vicioso de la economía. Los aumentos de precios “por las dudas”, sin anclas válidas y creíbles,sólo empeoran la situación.

Mercados.

Debemos agregar que Argentina no tiene, ni tuvo, un mercado robusto de pesos porque no hay, ni hubo, ahorro en moneda local. No es profundo y por lo mismo no puede financiar altos desequilibrios por mucho tiempo. Restringe el mercado de créditos al sector privado porque el Estado absorbe todas las existencias, presentes y futuras. Así, las tasas de interés disponibles para el sector productivo lucen prohibitivas.

El déficit, permanentemente creciente, impide proponer una política económica anticíclica porque entre nosotros se ha instalado el axioma por el que, independientemente de lo que ocurra, siempre aumenta el gasto público. Nada más alejado de la Ciencia Económica; del progreso y desarrollo, para una nación libre y soberana.

Está suficientemente comprobado que la corrección de cualquier magnitud del desequilibrio fiscal debe concretarse vía reducción del gasto y no con aumento de impuestos.

Lo paradójico se presenta cuando se analiza el universo político argentino, ya sea desde lo ideológico o desde lo conceptual. Históricamente nos caracteriza una fuerte pulsión por la igualdad y la redistribución del ingreso. Siendo el Impuesto a las Ganancias el tributo que por excelencia redistribuye riqueza en todo elmundo; por estos lares, es el que menos cobramos. En promedio en los países de la OCDE se recaudan 8 puntos de Ganancias a la cuarta categoría (OCDE – Report III.T.2022) y la Argentina no alcanza recaudar 2 puntos. Por lo que, para compensar el desfasaje, cobramos 8 puntos en impuestos muy malos y distorsivos para el funcionamiento de la economía. No los cobra ningún otro país o lo hacen en muy reducida escala, como con Ingresos Brutos, al Cheque o retenciones a lo que se les ocurra, según el desamparado de turno que gobierne.

Cargas.

La excusa banal pero generalizada de que, cómo es difícil encarar políticamente una reforma tributaria seria y responsable, entonces no se hace; de hecho, continuamos acumulando un ilimitado número de distorsiones e ineficiencias, con el único fin de contentar a diferentes sectores (¿privilegiados?) de nuestra sociedad.

Sumar parches y regulaciones inconsistentes, sólo agigantan el retraso y la decadencia. Convalidar un 43% de pobreza a nivel país y no poder tener datos ciertos del Censo Nacional de Abril ’22 eximen de todo comentario y sobrepasan cualquier ideología.

Somos grandes y nos conocemos mucho.

“Una sociedad no se define por la riqueza que tiene, sino por la pobreza que no tiene” Alexander Hamilton (1755 – 1804)