ENFOQUE PORTADA

La semilla de las gaviotas

Por Nahuel Amore / Dos Florines

“Un hombre entra en un restaurante de la zona del puerto y pide una sopa de gaviotas. Luego de probarla, se levanta, va al baño y se suicida. ¿Por qué?” Con ese acertijo conocí a Gustavo Sánchez Romero hace poco más de diez años en uno de esos cursos gratuitos que la Municipalidad ofrecía para promover el empleo joven. Había sido presentado por Karime, la profesora seleccionada para dar marketing, como una persona exitosa de la ciudad, cosa que negó rotundamente con alguna ingeniosa ironía.

La charla poco tuvo que ver con la mercadotecnia, el periodismo y mucho menos el éxito o fracaso de los profesionales. En la hora que estuvo al frente abrió el juego para provocar y escuchar, sobre todo escuchar y prestar atención a la dinámica de quienes íbamos rearmando la historia con una batería de preguntas cerradas. Buscaba motivar a los más tímidos y se regocijaba por el proceso de la narración colectiva, tanto más que por su remate y reflexión final. Lo disfrutaba como en cada una de sus infinitas anécdotas que con perspicacia le escuchamos contar. Las saboreaba.

Ese día fue para mí un antes y un después en mi formación y crecimiento como profesional. Me invitó a salir a la cancha con la camiseta de Dos Florines y me animó a ser titular desde el minuto cero, aun siendo un timorato estudiante de Comunicación Social que buscaba más experiencias que un trabajo; este oficio en crisis permanente así lo exige, o al menos hasta ese entonces. “Vas a ser el mejor periodista de la provincia”, repetía sin ponerse colorado y con la picardía de un director técnico que con mucha voluntad aprendió a ganar partidos por motivación propia y cabeza.

Con Gustavo se abrieron tantas puertas, incluso aquellas de difícil cerradura, que de otro modo sería prácticamente impensado siquiera ir a golpear. Su generosidad era una cualidad que derramaba en todo aquel que cruzaba por su camino y que, en mi caso, me llevó a transitar por la peculiar senda del periodismo y la economía que hasta hoy sostengo con ahínco y convicción, más allá de cualquier diferencia o postura que intercambiábamos con respeto. Siempre sugería, aconsejaba, pero aplicaba a rajatabla el liderazgo “laissez faire”.

Hasta sus últimas semanas, y a pesar de los problemas cardíacos que arrastraba y soltaba a cuentagotas, no dejó de esbozar ideas y proponer nuevos proyectos que le permitieran sobrellevar la ardua tarea de vivir de la comunicación de manera independiente. En el libro por los 40 años de democracia en Entre Ríos depositaba su energía. Pensaba en voz alta, te hacía parte, te invitaba a acompañarlo, y lo manifestaba apurado, ansioso, recreando en su cabeza hasta cómo sería el momento de los aplausos, con irremediable interés por interpelar al otro y realizarse a sí mismo.

Amaba eternamente a sus hijos y a su madre; su foto de perfil de Whatsapp es la síntesis. Luisina y Alejo eran su principal orgullo en su paso por la vida. Y el fútbol, especialmente el Sabalero, le movían las fibras más íntimas, seguramente porque lo remitían a su infancia feliz en barrio Centenario. Siempre quiso ser futbolista antes que periodista y más de una vez bromeaba que cuando tuvo un paso fugaz por Rosario llegó a tener la misma característica que Lionel Messi, 0341.

Extravagante, inquieto, mordaz, exquisito y tosco. “Esta boca es mía”, definía a la opinión. Siempre polémico, pero con respeto y honestidad intelectual por el laburo ajeno, por Hegel, Gramsci, Aristóteles y otros tantos que gustaba citar. De coraza fuerte y corazón tierno; amiguero; haragán para cuidarse y voluntarioso para dar vuelta la página. Un subibaja de emociones. Un resiliente que supo sembrar semillas por donde caminó descalzo y que en mi historia germinaron con el enigma de las gaviotas.

Crédito de la foto: Carlos Sosa y Asociados