ENFOQUE PORTADA

La (des) utilidad del asistencialismo permanente

Por Sergio Dellepiane – Docente ///

La “utilidad” es uno de los conceptos esenciales en la estructura de la ciencia económica. Representa la satisfacción que se percibe por recibir, usar y/o consumir un determinado bien o servicio. Su opuesto, la “desutilidad”, suele estar significada por el esfuerzo, el sacrificio, el tiempo dedicado a obtener la satisfacción pretendida.

En 1937, Edward Thorndike inició el camino para intentar cuantificar estos conceptos. Pasar de la vaguedad terminológica a una aproximación cifrada. Medir la desutilidad que provoca el dolor, la incomodidad, la degradación, las frustraciones y la desesperanza, entre otros significantes, puede hacerse mediante simples cuestionamientos que relacionan la necesidad individual con el valor dado a su erradicación. El método, más sencillo empleado para medirla, consiste en averiguar cuánto dinero están dispuestos a pagar los individuos encuestados para evitar los displaceres mencionados y varios más.

Entre nosotros, es posible replicar la metodología usada en el siglo pasado, averiguando antitéticamente las respuestas a dos cuestiones relacionadas.

¿Cuánto dinero estaría dispuesto a pagar Ud. para recibir un Plan Social de por vida, cuya cantidad monetaria equipare el costo de la canasta básica alimentaria? y ¿Cuánto dinero quisiera recibir Ud. para abandonar definitivamente la asistencia que, mes a mes, recibe del Estado y reinsertarse en el mundo real del trabajo regular y formal?

El resultado podría llegar a ser tan diverso, inverosímil y absurdo como cada uno de los cuestionamientos precedentes.

La Ciencia Económica sólo puede aproximarse a sus resultados en base a las estadísticas confiables, no sólo oficiales sino también privadas, y mostrar una somera caracterización de la realidad que, como siempre, supera a la ficción.

Riqueza.

El producto nacional (lo que produce el país todo en un año calendario, medido en dinero a precio de venta como producto final impuestos incluidos) se aproxima a los niveles alcanzados 11 años atrás. La informalidad laboral alcanza a poco menos del 40% de la población económicamente activa. El empleo registrado crece a una velocidad muy inferior a la que lo hace el empleo público. Quienes reciben salarios netos superiores a los $240.000 mensuales (U$S 600) pertenecen al decil más rico del país. La contracara está dada en que más del 60% de los empleados registrados, reciben ingresos inferiores al costo de la Canasta Básica Alimentaria, indicador que mide la pobreza (Indec), que en 2022 aumentó más que la inflación anual registrada (100% contra 94,8%). Los planes de asistencia brindados por el Estado para contener el tejido social, contabilizados a través de las órdenes de pago emitidas mensualmente, superan en número al 50% de la población empadronada por el último Censo Nacional de abril de 2022 (más de 26 millones de transacciones cada 30 días).

De este modo se “jubila” anticipadamente a miles de compatriotas (también extranjeros) en edad y con capacidad para aportar trabajo y construir riqueza. Por efecto transitivo se enquista una cultura en la cual el “Estado presente” es el que tiene la obligación de proveer todo lo necesario para satisfacer las necesidades de quienes se “asuman” desamparados. Así, no hay ni habrá margen para que resurja la iniciativa individual a fin de obtener,cada quien, lo suyo. Se destierra la idea del esfuerzo, el sacrificio y el compromiso que conlleva intrínsecamente el concepto de trabajo, no ya para incrementar el bien común, sino tan solo para ayudarse a sí mismo.

Cabe aquí profundizar el concepto inicial y analizarlo agregando un aditamento, la denominada “Utilidad Marginal”.

Planes.

Para un sediento, el primer trago de agua satisface más que el último, todos bebidos en un breve lapso de tiempo. La utilidad marginal de cualquier bien o servicio demandado, entonces, disminuye a medida que se consigue lo que se pretende. Aún lo recibido gratuitamente. En el extremo de la saciedad, hasta puede derrocharse y/o despreciarse lo que se recibe.

La desutilidad de la asistencia permanente del Estado contiene todos y cada uno de los conceptos vertidos en el párrafo precedente. En nuestro país pueden contabilizarse hasta tres generaciones de personas sobreviviendo con la multiplicidad de planes de ayuda. Ya no sacian, y la cantidad de ellos es de tal magnitud y variedad, que se comprueba fácilmente su derroche. Ejemplos sobran.

A esto se le adiciona el hecho incontrastable por el que los beneficiarios de los planes sociales ven a diario los riesgos de la inestabilidad del empleo mientras que los empleadores manifiestan sus resquemores respecto a los perfiles de las personas asociadas con dichos programas, lo que dificulta su inserción en el mercado del trabajo. Resulta evidente el divorcio entre las habilidades y oficios con demanda laboral y la escasa o nula formación técnica actualizada que se puede hallar en los potenciales trabajadores.

Así como los planes todavía no han podido unir los dos extremos entre oferta y demanda, tampoco se valora el hecho por el que estar inserto en el sistema productivo implica integración social. Lo que está claro es que la ecuación ingresos – egresos no cierra para nadie.

La solución no es sencilla. Requiere generar garantías para despertar confianza entre las partes. La previsibilidad de las reglas de juego y del horizonte económico resultan claves para destrabar el conflicto. La punta del ovillo está en el crecimiento económico y, asociado indisolublemente a él, están los incentivos necesarios para transformar la desutilidad en utilidad provechosa para el progreso de la nación toda.

La única conclusión posible es afirmar que el sistema vigente no funciona desde hace mucho tiempo. Es hora de mover el péndulo hacia una relación sana y productiva, que resulte de mutuo beneficio. De Utilidad para todos los involucrados en el mundo del trabajo.

Continuar como hasta ahora es retroceder.

“Tras la conducta de cada uno, depende el destino de todos” – Alejandro Magno (356 -323 A.C.)