¡Justicia! ¿“Social”?

23/06/2021

Por Sergio Dellepiane – Docente //

Como puede intuirse fácilmente, ninguna política pública es buena o mala en sí misma. Todas y cada una de las que implementan los distintos gobernantes deben ser analizadas, comprendidas y evaluadas en su contexto; y juzgadas, una vez aplicadas, por su oportunidad, practicidad, alcance y efectos o logros obtenidos.

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El concepto de “justicia social” surge durante el siglo XIX, en medio de la denominada segunda revolución industrial, poco antes de los acontecimientos que originaron la primera guerra mundial.

La comprensión del contenido conceptual exige que no se la debe confundir ni con la justicia legal ni con la justicia retributiva. Es preciso aclarar, antes de definirla, lo que aparece como una grosera redundancia en el uso y abuso del lenguaje. Por su esencia, la justicia no puede ser mineral, vegetal o animal. Es propia de la especie humana. Hace referencia a la vida en común. Por tanto, única y exclusivamente puede ser social.

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Su acepción más generalizada se traduce comúnmente como la acción de sacarle a unos lo que les pertenece por derecho propio, para darle algo de eso a otros, a quienes no les pertenece; lo cual redunda en la denominada redistribución de ingresos; a saber, volver a distribuir por mecanismos forzados, a veces imperativos, pero siempre sustrayendo parte o todo del fruto del trabajo ajeno; aquello que previamente ya se había distribuido de modo pacífico y voluntario, respetando las leyes del mercado.

Asistencia.

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De regreso del mundo de la filología al de nuestra realidad cotidiana, es dable verificar sin demasiado esfuerzo, buceando en las estadísticas oficiales, que el estado ha alcanzado la pavorosa cifra de más de 21.500.000 emisiones de órdenes de pago en un mes calendario (mayo 2021 – Ucema), para un mix variopinto de asistencialismo dado a diestra y siniestra, obligado por las circunstancias; que incluyen algo de herencia, algo de excepcionalidad y mucho de impericia, malicia e interés de dádiva por voto.

La pobreza nacional de las últimas décadas, extraordinariamente elevada y creciente, no es el reflejo de una política distributiva; al contrario, ha llevado (¿inconscientemente?) a concentrar la riqueza, cada vez en menos manos.

Ningún perfil populista lleva en su ADN la búsqueda de una mejor distribución del ingreso nacional. Su prédica se visualiza en la práctica de desparramar, cada vez que puede, más migajas con el fin de obtener lo que, en la mayoría de las ocasiones, resulta en ulteriores deterioros de la distribución de lo generado por unos pocos. Son afectos, de la boca para afuera, al derrame de lo ajeno a fin de contentar a las mayorías desamparadas; pero que, en la práctica, llena los bolsillos de los privilegiados adalides de la “justicia social”.

El deterioro en la distribución del ingreso nacional lleva derrapando al menos, cuarenta años; aunque desde hace ochenta años o un poco más, venimos desconociendo o desoyendo a una de las leyes elementales de la ciencia económica: la de la escasez; cuyo postulado afirma que no hay de todo, para todos, todo el tiempo. Menos gratis.

Es, bajo este principio económico, que se asignan derechos de propiedad a las cosas, para aprovechar del mejor modo posible, los siempre escasos y por lo mismo valiosos, factores de producción disponibles.

Fundamentos.

Sin propiedad no hay precio y, en su ausencia, no habrá contabilidad ni evaluación de riesgo ni de costos y beneficios. Menos aún podrán establecerse valoraciones de daños, derroches y/o despilfarros de recursos ni de perjuicios ocasionados. Sólo habrá lugar para más de lo mismo. Informalidad, pobreza e indigencia. Se induce a las mayorías pauperizadas a demandar asistencialismo “ad eternum”.

Nadie es ingenuo. El agravamiento de la desigualdad y la exclusión, constituyen una amenaza para la cohesión social, el crecimiento económico y el progreso humano. Ahogar sin asfixiar, para mantener dependiente de la dádiva al cuerpo social exhausto, pero con signos vitales.

El reverso de esta perversa forma de “derrame”, injusto por donde se lo analice, viene dada por la búsqueda de aquello que le permita a cada ser humano, por medio del trabajo, que exige esfuerzo, dedicación y compromiso con la tarea asumida, la posibilidad de reivindicar libremente y en igualdad de oportunidades, su justa participación en las riquezas de la nación que han contribuido, cada uno a su modo, a generar.

Sólo así podremos aportar, acrecentar y administrar el bien común. Crecer, progresar y desarrollarnos dignamente. Lo que decididamente no es poco.

Con ¡justicia! ¿Social? y en libertad.

“La igualdad de la riqueza debe consistir en que ningún ciudadano sea tan opulento que pueda comprar a otro, ni ninguno tan pobre que se vea en la necesidad de venderse” – J.J. Rousseau

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