Jugarse la piel

06/05/2020

Por Sergio Dellepiane – Docente universitario de Economía

Existe un antiguo dicho: “No es la vaca la que te da la leche sino el tambero que se levanta todos los días a las cinco de la mañana a ordeñarla”. Le agrego: Para él no hay domingo, feriado ni vacaciones.

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Tampoco es la tierra la que te da el alimento, sino la labor de aquellos que la trabajan y hacen germinar semillas que, con el favor de la naturaleza, obtienen la materia prima con la que se producen los alimentos que consumimos todos los días. Agrego: Si el campo no produce, la ciudad no come.

En su último libro “Jugarse la Piel” NassimTaleb, conocido en el mundo de los negocios por sus “Cisnes Negros”, sostiene que la sociedad se va dividiendo entre quienes se juegan la vida en cada decisión que toman y los burócratas, representados por una estructura por medio de la cual una persona es convenientemente separada de las consecuencias de sus actos. Unos se juegan la piel, otros, sólo opinan, regulan, controlan; intervienen de afuera, sin arriesgarse.

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El problema que presenta este dilema en nuestro país es que cada vez somos más los que pretendemos vivir de dar consejos, los opinólogos, los panelistas, nueva e insufrible pseudo-profesión que pululan tanto en el aire de radio como en las ondas de televisión, comentando, ponderando, justificando o criticando y valorando; reglamentaciones, decisiones y todo tipo de medidas que aparecen; pero claro, sin correr ningún riesgo.

Así quedan cada vez menos incentivos para promover, alentar, y potenciar a emprendedores que quieran jugarse la piel.

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Diferencias.

Los burócratas tienen que entender que, si bien su función indelegable es la de administar honesta y eficazmente lo que es de todos; viven, se mantienen y progresan de lo que producen aquellos que se juegan la piel cada día. Los verdaderamente insustituíbles.

A cada paso repican los incontables pero costosos, asesores de turno, la mayoría de las veces, convirtiéndose en juez y parte, del esfuerzo ajeno. Opinan acerca del Qué, Cómo, Cuándo, Cuánto y Dónde, debe hacer, el que hace lo que hace.

Es justo que quienes más ganan más aporten; lo llamamos progresividad de la carga tributaria. Pero es más justo dejarlos hacer, para que produzcan más y mejoren cada día su productividad. Para que ganen más, porque ganando más, tienen el deber moral de aportar progresivamente más, para compensar a aquellos integrantes de la sociedad que menos tienen. Más recaudación por mayor actividad y mejor productividad debiera traducirse; no en más burócratas, sino en más y mejores bienes y servicios públicos.

Si quien se juega la piel cada día gana más, beneficia al resto de la sociedad, ya que por su mayor aporte, los diferentes niveles del Estado: Nación, Provincias, Municipios, recibirán proporcionalmente más recursos, que deberán distribuir mejor, con el fin de optimizar el financiamiento del gasto común.

El problema, otra vez,  no es cuánto gana quien gana, sino cómo se gasta y cómo se distribuye lo que se recauda. No es una ecuación de suma cero. Administrar lo de todos, es distribuir más eficaz y eficientemente lo recaudado, brindando más y mejores bienes y servicios públicos, sin desviar nada para otros fines que no favorezcan al bien común.

Una sociedad que progresa se mide, económicamente hablando, por la cantidad de nuevos emprendedores que aparecen, por el incremento sostenido de la cantidad de personas con ocupación formal, por el número creciente de patentes que se incorporar al registro nacional y global, año tras año.

Rol del Estado.

Por el contrario, las sociedades que fracasan son aquellas donde, cada año que pasa, se incrementa el número de individuos que viven de la asistencia de terceros, sobre todo del Estado.

La percepción del riesgo asumido es distinta para cada emprendedor, por lo que el valor del beneficio obtenido, es también percibido de modo diferente por cada uno de los que se juega la piel.

Es decididamente nocivo para el crecimiento, desarrollo y progreso de una nación el “ser” autoritario y pretender controlar la Economía nacional como si fuera una ciencia exacta. De hecho no lo es. Al ser una ciencia social, la base de cualquier decisión económica está en la credibilidad que cada quien genera sobre sí y su actividad; en la confianza que provocan sus acciones cotidianas en los otros y en las expectativas que despierta en sí mismo, en los suyos y en los demás, cada vez que se juega la piel.

Esperanza de un futuro mejor.

Pero. Siempre hay un pero. Lo que hacen los que hacen, choca irremediablemente con los omnipotentes que quieren direccionarlo todo. Lo hacen en nombre del Gobierno del Estado al que representan y del bien común, pero según su propio y particular criterio que consideran relevante unilateralmente. Deciden qué, quién y cómo hacer las cosas, sin tener en cuenta los costos intangibles e inmensurables, que le trasladan con sus decisiones, a quienes se juegan la piel.

En el límite podríamos llegar a pensar que, de este modo, no tiene sentido arriesgar, si uno no va a tener la libertad de elegir ni el momento de arriesgarse ni de decidir hasta cuando hacerlo.

Es definitivamente inmoral que gane más dinero un consejero del esfuerzo ajeno o un parásito del Estado, que aquél que cada día decide jugarse la piel.

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