Informe de la UNER anticipa que la pandemia puede ser el prólogo de una depresión
14/04/2020
Néstor Perticarari, de la Facultad de Ciencias Económicas, escribió el texto “Los efectos económicos de la pandemia”
Hacer pronósticos sobre lo que puede ocurrir en la economía tanto a nivel internacional como local mientras están cayendo los escombros en realidad es una tarea arriesgada, ya que se ignora aún la profundidad que puede llegar a tener esta crisis y mínimamente cuáles serán las vías de salida de la misma. Hecha estas prevenciones, de cualquier manera se está hablando bastante del tema, y con opiniones no concordantes respecto tanto del alcance como de la duración de los efectos económicos que implica el cierre parcial o casi total de las actividades productivas como consecuencia de la pandemia.
Los efectos a nivel internacional
El Fondo Monetario Internacional, sin hacer todavía estimaciones de la profundidad y duración de la crisis, por boca de su directora gerente, señaló que la pandemia del COVID 19 provocará la peor caída económica desde la Gran Depresión, iniciada en el año 1929. Para tener una idea de la magnitud de la extensión de la misma, este organismo señaló que por lo menos 170 de sus 189 miembros van a registrar caídas en el ingreso per cápita este año. Piénsese que a comienzos de 2020 este organismo proyectaba crecimiento en 160 naciones y eso nos dice de la amplitud de la crisis provocada por la pandemia.
La economía en Estados Unidos, que normalmente marca el pulso de la economía global, prevé fuertes caídas de la producción en el corto plazo, situación que se repite en los principales países de la Comunidad Económica Europea. Las diversas estimaciones indican caídas en el corto plazo de entre el 12% y el 20% de la producción industrial en esos espacios económicos, entendiendo esto el segundo y tercer trimestre de este año. En Estados Unidos, desde el comienzo de la pandemia, alrededor de nueve millones de personas solicitaron el seguro de desempleo, haciendo saltar la tasa de desempleo desde el 3,5% a aproximadamente el 13% en la actualidad.
Por estos motivos en muchos casos se señala que esta crisis se asemeja a la que siguió al crack de la Bolsa de Nueva York en octubre de 1929, sólo que en esta oportunidad la velocidad que alcanzó supera a la debacle que originó la denominada Gran Depresión, dado que esa crisis hizo caer los valores de producción de bienes y servicios de manera tal que tardó una década en volver a los valores de 1928, recién se logró en 1937.
¿Qué es lo que tenemos entre manos ahora? Al igual que en 1929, lo que se denomina una crisis de oferta, es decir una brusca caída en la producción de bienes y servicios, lo que en una economía de mercado se traduce rápidamente en una crisis generalizada de caída en los ingresos y aumento en el desempleo. Ahora bien, la causa no fue una falla generalizada en los mecanismos de coordinación, como la que desencadena la crisis en el siglo XX, sino una pandemia que hizo retraer bruscamente la producción de bienes dado que la única medida a mano que hay por el momento para hacerle frente es la cuarentena y el aislamiento social, lo que implica cesar buena parte de las actividades económicas.
Ahora bien: ¿cabe esperar una duración parecida de la misma, dada la similitud de las características? Aquí las opiniones están divididas, hay economistas que sostienen que la producción de bienes y servicios puede recuperarse más o menos rápidamente, que si bien la recesión será profunda pero comenzará a ceder en cuanto pasen los picos de la pandemia. En esta tesitura incluimos a Robert Barro, profesor en Harvard, que traza comparaciones con la epidemia de gripe española en los año 1918-20, señalando que allí la recesión duró dos años, que si bien la recesión puede alcanzar hasta un 10 – 15% del producto en base anual, no se transformaría en una depresión, que es una recesión de larga duración.
En la misma tesitura se incluyen docentes de la Escuela Kennedy de Negocios, aunque relativizando su pronóstico ante eventuales rebrotes de la pandemia. Opinión parecida tiene el director para América Latina de la Agencia de Calificaciones Moody’s, que pronostica una recesión de la economía mundial, con prácticamente todas las regiones reportando contracción económica. Pero entiende que no se prolongará como depresión por los picos que mostrará la pandemia, las medidas sanitarias y por las medidas económicas tomadas para mitigar el impacto sobre la actividad productiva.
Distinta es la opinión de Carmen Reinhart, profesora en Harvard y experta en crisis financieras respecto de la posibilidad de una crisis de corta duración. Señala que esta crisis, cuyo origen es la pandemia puede terminar en una crisis financiera, una fuerte recesión y una gran cantidad de quiebras, que abarcará hogares, empresas y eventualmente defaults en estados, tanto subnacionales como nacionales. También los efectos sobre el comercio exterior coadyuvarán en este aspecto, ya que habrá caída en los precios de las materias primas, agravándose el efecto sobre las cuentas externas debido al brusco cambio de dirección de los movimientos de capitales, los conocidos “sudden stop”. Le da mucha importancia al problema de las deudas a todo nivel, ya que, de no coordinarse su solución o generarse algún tipo de moratoria de carácter general habrá un crecimiento exponencial de las mismas y las soluciones de inyectar liquidez para mantener o reactivar la actividad económica carecerán de efectividad.
En fin, observado a nivel global el panorama dista de presagiar soluciones a plazos más o menos cortos. En primer lugar habrá que ver de qué manera se sale de la pandemia, en el caso más optimista, que pueda desarrollarse una vacuna (se está trabajando fuerte en varios países al respecto), habrá que ver qué tiempo tarda en producirse y vacunar a por lo menos todos los grupos de riesgo y luego seguir con el resto de la población. Entre tanto, habrá muchas actividades que tomaron fuerte auge con el desarrollo de la globalización (esparcimiento, viajes, turismo, etc.) que difícilmente puedan recomponerse antes. Por otra parte, ante el escenario de pérdidas de empleo, caídas en el ingreso, eventuales quiebras, se requerirá un alto esfuerzo de coordinación entre las políticas, y no sólo las típicas políticas económicas que involucran a lo monetario, lo fiscal, lo crediticio, lo cambiario y lo comercial, sino también a como coordinar todo esto con las políticas sanitarias, de movilidad, de educación y de todas las actividades que se vieron afectadas por las cuarentenas y aislamientos dispuestos en casi todos los países. Debe tenerse en cuenta que esa coordinación no estuvo presente ni en sus aspectos económicos en la crisis de 1929, de allí que su profundidad y duración la transformaron claramente en una depresión económica. Es de esperar que esas enseñanzas hagan más fácil el trámite en las actuales circunstancias, pero aquí la crisis involucra aspectos que trascienden largamente lo económico.
La situación en nuestro país
¿Cómo andamos por casa? Esta pandemia tomó a la economía de nuestro país en una situación sumamente frágil, caracterizada por una absoluta anemia en su tasa de crecimiento desde hace una década, caída prácticamente continua del ingreso per cápita en ese período y directamente una tasa de crecimiento del producto negativa en los dos últimos años. Sumado a esto niveles muy altos de inflación (superando el 50% en el año 2019), sin acceso al financiamiento internacional debido a una situación prácticamente de default de la deuda pública, en algunos casos directamente en situación de default técnico.
La decisión de establecer la cuarentena y el aislamiento social obligatorio a los comienzos de las manifestaciones de la pandemia obviamente se trata de algo totalmente razonable desde el punto de vista sanitario, pero, como siempre, cuando se toma una medida drástica de este tipo que tiene efectos sobre la actividad económica, también debe tenerse prevista la forma de salir de ella, ya que no tiene lógica pensar un mantenimiento indefinido de estas restricciones ni que su duración sea excesivamente larga. Piénsese el peso que tienen actividades como el comercio, la industria y la construcción en el producto para entender la magnitud que va a tener la caída del mismo. Por el momento daría la impresión que la estrategia es “vamos viendo” sin un programa claro de restablecimiento de actividades, con todas las precauciones sanitarias que necesariamente deberán tomarse.
Argentina no será una excepción a la recesión que este año se pronostica para prácticamente todos los países, la última estimación del Banco Mundial sitúa como probable una caída del 5,2% del PIB para este año en nuestro país, situación que se suma a las caídas que se produjeron en los años 2018 y 2019, lo que conformaría una cuesta difícil de remontar, más en las circunstancias en que se va a desenvolver la economía mundial. Los períodos de crecimiento de nuestro país siempre estuvieron asociados a períodos de auge económico del resto del mundo o por lo menos de parte importante de él, en realidad carecemos de impulsos endógenos de crecimiento. La última fase de crecimiento importante arrancó en el año 2003, coincidiendo una fuerte capacidad ociosa del aparato productivo con el impulso que le da a nuestras exportaciones el rápido crecimiento de la economía china, a tal punto que durante unos años parecía que la restricción externa tradicional de nuestro país había dejado de operar. Pero este impulso duró hasta la crisis de 2008-2009 y a partir de 2011 ya no hubo tasas de crecimiento del producto sostenidas en el tiempo y el producto per cápita se estancó y tendió a disminuir.
En estas circunstancias pensar retomar tasas altas de crecimiento en la economía suena más bien utópico, ya que la economía mundial no va a operar como locomotora a la cual podemos enganchar nuestro vagón. En el mejor de los casos la recuperación internacional post pandemia podrá frenar la caída pero difícil de volver a ver pronto a tasas razonables de crecimiento económico por lo reseñado en el punto anterior. Aquí juegan dos consecuencias de esta crisis que, de no revertir tendencias, su puede transformar también en una crisis financiera. La primera de ellas ya se mencionó, que es el estancamiento o directamente caída en los precios de nuestros commodities de exportación, sobre todo la soja y sus derivados, difícilmente vayan a mostrar una tendencia a la suba, más bien han bajado desde el comienzo de la crisis. Esto obviamente va a dificultar la obtención de saldos exportables favorables y mejoras en la cuenta corriente si la economía tiende a recuperar su dinamismo, los superávits externos que se observan en la actualidad tienen más que ver con la caída de las importaciones por la retracción económica.
La otra consecuencia es la reversión de los movimientos de capitales desde los países emergentes hacia los países centrales, que generan un doble problema: el primero tiene que ver con el corte de financiamiento que implican, ya sea que estén en actividades productivas o financiando algún aspecto del déficit fiscal, y el segundo es que tiende a agravar el problema del balance de pagos en su conjunto, ya que esa salida de capitales genera déficits en la cuenta capital y financiera del mismo. Nuestro país comenzó a experimentar esta última situación a partir de abril de 2018 y ya vimos cómo nos fue: comienzo inmediato de la recesión. En economías como la nuestra, caracterizada por muy bajas tasas de ahorro, el financiamiento externo se hace indispensable a los fines de lograr volúmenes de inversión que permitan sustentar tasas de crecimiento razonables.
Y hablando de financiamiento, la salida de la pandemia requerirá una fuerte inyección de recursos para estabilizar la caída en la producción y retomar sendas de crecimiento, aún con todas las advertencias hechas en la primera parte de esta nota. Los países centrales están preparando paquetes de ayuda que en términos fiscales y monetarios equivalen casi al 20% de su PIB. ¿De qué volúmenes estamos hablando en nuestro país? En las condiciones en que está, y de no solucionar favorablemente la negociación de la deuda con sus tenedores, alcanzaría al 2% del PIB. Está claro que, frente a la magnitud de la caída prevista en el volumen del producto, es muy exiguo el herramental disponible para recrear el funcionamiento pleno de la economía, aun cuando las condiciones sanitarias así lo permitan. Por lo tanto las perspectivas para nuestro país se asemejan más a la forma de L en cuanto a caída y recuperación, esto significa rápida recesión y caída y muy lenta la posibilidad futura de recuperación.
Otro aspecto adicional es que, dado el volumen del déficit fiscal, que se estima este año puede alcanzar a un volumen equivalente de entre el 5% y el 6% del PIB, la caída en la recaudación impositiva producto del cierre de numerosas actividades y la recesión subsecuente y la carencia de financiamiento genuino de dicho déficit, queda como recurso para ello la emisión monetaria, con todos los riesgos que ello implica respecto de la inflación futura, que puede seguir escalando. La política de tratar de anclar el tipo de cambio como mecanismo de control de la inflación será difícil de sostener en el mediano plazo, sobre todo si esa emisión monetaria comienza a distanciar los diversos tipos de cambios no regulados del que sí está regulado, generando expectativas alcistas sobre el mismo. El vínculo entre emisión monetaria y precios no es de ocurrencia inmediata, pero sin duda alimenta los mecanismos de transmisión y sabemos que en nuestro país esos mecanismos de transmisión siempre operan, siendo el tipo de cambio el que más rápido lo hace. Pretender controlar la inflación a través de los controles de precios suena más como medida propagandística que efectiva, en la práctica, salvo en plazos muy cortos nunca fueron efectivos para controlar la inflación, desde el imperio romano hasta nuestros días. Duplicar la inflación en Estados Unidos es pasar del 1% al 2% anual, en nuestro país es superar el 100% al año.
En resumen: un panorama desalentador tanto a nivel internacional como local, con una fuerte recesión ya desatada y con perspectivas de continuidad en el tiempo, que puede llegar a ser el prólogo de una depresión, con el agravante de haber tomado a la economía de nuestro país en una situación ya complicada por la muy débil tasa de crecimiento de la última década y con dos años previos de caída en el producto. Es de esperar que la salida de todo esto se haga con los mayores niveles de coordinación posible a fin de que estos presagios no se hagan realidad.
Néstor Perticarari pertenece a la Escuela de Negocios de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de Entre Ríos (UNER)