ENFOQUE PORTADA

Inflación: ¿Autoconstrucción multicausal?

Por Sergio Dellepiane – Docente //

Toda decisión, personal o colectiva, que involucre cuestiones económicas debería evaluarse casi exclusivamente por las consecuencias que provoca. Es decir, “ex – post”.

Cualquier análisis previo, “ex – ante”, que pudiera hacerse, a la luz de experiencias análogas anteriores, sólo podrá ofrecer un determinado grado de certeza, que nunca alcanzará el estatus de absoluta, en relación a las consecuencias posibles y probables, de su ocurrencia.

Siempre resultará más agradable oír que la inflación es un fenómeno multicausal, antes que reconocer abiertamente su origen en la expansión desmesurada, sin fundamento y sin respaldo, de la base monetaria nacional. Al aceptar la primera premisa como válida, la realidad te castiga; al adherir a la segunda, todo resulta peor.

La ciencia económica ha demostrado hasta el hartazgo que la causalidad por exceso de dinero sin utilidad, resulta indiscutible como disparadora de fenómenos inflacionarios. El análisis que lo confirma se resume del siguiente modo. El valor total de las transacciones llevadas a cabo durante un determinado período de tiempo debe ser igual al dinero requerido para concretarlas.

La fórmula que comprende el proceso es: M x V = P x T; donde M = Cantidad de Dinero; V = Velocidad a la que dicho dinero se mueve; P = precio pactado para concretar las transacciones; T = Cantidad de Transacciones económicas realizadas en el período estudiado.

De esta lógica biunívoca no se pueden escapar, ni la realidad económica ni los análisis que se hagan de ella. Lo único que tal vez pudiera objetarse es la calidad de su valor anticipativo o predictivo.

Nosotros.

El “caso argentino” muestra que la moneda local se mueve muy rápidamente porque la gente asocia su apropiación a la pérdida de poder adquisitivo, y como el ciudadano de a pie no tiene ninguna posibilidad de influir sobre ninguno de los precios de la economía; al no haber buenas alternativas para su uso ni posibilidades de ahorro que, al menos no pierdan contra la inflación, buscan desprenderse en cuanto pueden, de su propia moneda.

Un aspecto no menor, que influye en la velocidad de movimiento del dinero es la aparición y apropiación de tecnologías amigables (Techfriendly) que facilitan todo tipo de transacciones de mercado, las que, hasta no hace mucho tiempo necesitaban, cuando no exigían, la presencia física de las partes involucradas en el trato. Este elemento ha favorecido el incremento del número de transacciones (Cantidad de operaciones comerciales por unidad de tiempo).

El freno a este sistema lo aporta la velocidad de deterioro de las variables de intercambio, esencialmente la pérdida de poder adquisitivo por exceso de oferta monetaria. Con el transcurso del tiempo, en un régimen inflacionario persistente de cualquier magnitud, se precisa una mayor cantidad monetaria para adquirir un mismo bien o cancelar un determinado servicio. En cuestión de divisas todo es más sencillo: “Al abundar la moneda no deseada, se eleva necesariamente, el precio de la demandada”.

Emisión.

Afirmar, sin sustento científico alguno, que la emisión monetaria, cualquiera sea su magnitud, por encima de la velocidad de las transacciones en un determinado mercado, no genera distorsiones macroeconómicas, es casi como sostener impunemente que la inflación es un fenómeno de “autoconstrucción multicausal”. Sería esclarecedor conocer de parte de quienes afirman tal desvarío, cuáles son aquellas multicausas que identifican y, sobre todo, cómo piensan contrarrestarlas.

Recurriendo al análisis económico podemos intentar una aproximación a ellas, más por lo que se hace concretamente en la vida diaria desde la administración central, que por lo que dicen quienes sostienen como verdad discursiva, la falsedad del argumento.

Una de ellas es la moneda demandada (“dólar”). Se la mantiene “pisada” como medida antiinflacionaria. Se sabe que cualquier devaluación tiene un impacto en los costos de producción. No se puede determinar de antemano la cuantía que se trasladará a precios y menos aún, estimar la caída de la demanda debido a esta decisión. Toda devaluación es recesiva y/o inflacionaria.

Otra, es la regulación de algunos precios, concretamente la de los servicios esenciales (energía eléctrica, gas y combustibles líquidos). Mantenerlos fijos o con incrementos inferiores a la dinámica inflacionaria lleva asociada la no inversión ni en mantenimiento, ni en exploración y explotación, ni en investigación y desarrollo. El extremo del dislate se alcanza cuando para sobrevivir, las empresas concesionarias requieren y reciben subsidios de parte del Estado. Así el ciudadano común aprende que lo que no se paga como tarifa se paga como impuestos al consumo que se traducen en subsidios o como costos más gravosos por importar lo que debiéramos poder producir localmente a menor precio.

Variables.

Por último, salarios y jubilaciones también se usan como anclas inflacionarias. Toda corrección siempre se concreta “en búsqueda de la recuperación de lo perdido”. La realidad enseña. Lo perdido no se recupera. Hacia adelante habrá una aproximación que se volverá a retrasar, cuando no a perder, por el mero transcurso del tiempo. Más grave aún si se acelera el proceso inflacionario.

Para evitar optar entre dos males se ha escogido la peor alternativa, financiar un elevado y creciente déficit fiscal con emisión monetaria sin respaldo, cuya consecuencia es que profundiza los problemas de recesión e inflación que era lo que se pretendía solucionar.

Sólo el ser humano es capaz de tropezar dos veces con la misma piedra.

Los argentinos somos la excepción que confirma la regla. Hemos tropezado demasiadas veces en muy poco tiempo.

“Las causas de la inflación no son, como suele decirse, múltiples y complejas, sino simplemente el resultado de la excesiva impresión de dinero”. H. Hazlitt (1894 – 1993)