AL DÍA PORTADA

Hugo Porta, el último romántico del deporte que resiste el tiempo y los cambios con la humildad de un mito

Considerado el mejor “apertura” de rugby de la historia argentina, Hugo Porta visitó Paraná por motivos vinculados a la empresa familiar que fundaron su padre y su tío hace 70 años. Se encontró con amigos, recorrió la ciudad y regaló selfies con quien se lo pidiera. Accedió a una entrevista donde desnudó su historia profesional, aspectos de su vida personal y dejó bien claro que no se mueve un centímetro de sus convicciones. Alma y vida de un hombre distinto, que a, fuerza de patadas, entereza moral y don de buena gente se convirtió en una leyenda insoslayable. Gustavo Sánchez Romero / Dos Florines

La mañana del último día de septiembre se desliza luminosa por el Parque Urquiza. Ya alcanzó las 9.30, y parece que recién comienza a escalar el día, pero para él comenzó un par de horas antes.

Ahora está llegando, con paso cansino al lugar de encuentro, y lo hace con parsimonia y como disfrutando los rayos del sol que desfilan oblicuos, colándose por entre las hojas de los plátanos y los lapachos de calle San Martín. Viene lento, hablando con fruición con su hijo Mariano y Carlos, su amigo que coordinó esta entrevista.

Acaban de desayunar en Lapan, el coqueto restó de delicatesen que Ricardo “Chani” Annichini posee en Paraná. Se conocen de los tiempos que el inefable rugbier, empresario y emprendedor local jugó en Banco Nación, club que le permitió alternar un fugaz pero intenso paso por Los Pumas.

Hugo expresará luego que lo quiere como un hermano, y se ríe cómplice cuando lo define como un personaje inigualable. No el erra ni un tranco de pollo con la percepción. Quizá el desayuno se interrumpió por este compromiso, y cualquiera hubiese pagado por ser testigo de ese encuentro.

Cuando me saluda con un cálido apretón de manos, un bocinazo desde una Hilux distrae al clima; y ni hablar el grito de reconocimiento que brota de un Corsa blanco que se desplaza detrás.

Es en ese momento que caigo en la sórdida cuenta que tendré frente a mí, nada menos que por 52 mintuos, a una de las leyendas vivientes del deporte y la vida.  

Es en ese momento que me cuestiono si estaré a la altura profesional de encaminar el único diálogo periodístico que tendrá en la ciudad hacia los recodos de su memoria y su alma, donde habitan los mágicos recuerdos y conceptos que sirvan como insumo básico para presentar un plato digno cerca del mediodía de este domingo.

Este hombre, Hugo Porta, de él hablamos, ya atravesó el umbral de los 71 años y es más pequeño de lo que hubiese esperado. Y como compensando el paso del tiempo que se emperra en fijarse en su rostro, su mirada firme y su paz interior definen un estilo que lo convirtieron en el gran capitán de Los Pumas. No es otro que el ídolo que atravesó el tiempo y el espacio con una patada impiadosa y un elegante criterio para manejar grupos y situaciones.

Rompemos el hielo hablando de fútbol, y lo pongo en autos acerca de mi supina ignorancia de su deporte, y él lo comprende con cierta candidez.

Su deporte, el rugby, lo empezó a jugar luego de probar con el tenis  y el fútbol, y terminó consagrándolo.

“De excelente juego con el pie; precisión, eficiencia, potencia, habilidad para distribuir el balón y visión de juego fue uno de los mejores jugadores del mundo en su época, y el mejor apertura junto a Naas Botha. Es considerado el mejor jugador argentino de la historia. Desde 2008 es miembro del Salón de la Fama de la World Rugby”. Con esta apología se encontrará cualquiera buen lector que escriba su nombre en Google, y todo indica que es una buena pero ajustada síntesis.

Lo que no dirá Internet es que todo esto lo aplica a la vida, que es un romántico en su perspectiva que parece desbarrancar con el paso del tiempo. Pero cada mojón de la vida lo encuentra firme en convicciones y con un ética casi prusiana. La antinomia lo obliga a ubicarse claramente del lado del amateurismo contra el avance del profesionalismo que parece irrumpir inevitablemente en el deporte de la ovalada. Y en eso no duda un ápice, pero lo hace como un franciscano, que camina descalzo entre las piedras y su ejemplo cunde entre las incertezas del momento.

“Con el rugby encontré el lugar donde me completaba y satisfacía, donde podía ser yo. Jugaba al tenis y sufría. Nunca jugué para ser Puma, aunque siempre tuve esa ilusión. La primera vez que me dieron una camiseta Puma para ir a Uruguay llegué a casa y se la mostré a mis padres; y esa noche dormí con la camiseta puesta. Tenía 17 años. Pero no es que te des cuenta. Te parece que por acá va, y esto es lo que me gusta. Te empezás a dar cuenta que sos un poquito diferente, pero no mucho más. Mi club no tenía primera, y la primera jugaba el sábado y Banco Nación jugaba los domingos. Y yo me iba a las canchas a ver a determinado jugador para aprender técnicas que yo veía que él tenía y otros no. Con el tiempo te das cuenta que tenés grandes maestros que me enseñaron lo que yo pregono hoy. Sin dudas ellos me enseñaron a entender este juego como lo entendí siempre”, describe sobre sí mismo.

Y lo entendió como entiende la vida, que parece fluir de sus palabras y de sus gestos. Parece que habla de rugby, pero habla de la vida, de los valores, del tiempo como materia, del incesante tiempo, de cada solitario instante. Quien quiera oír, que oiga.

Grieta.

– ¿En su camino a la profesionalización a ultranza el rugby está modificando esos valores que usted vindica?

-Yo creo que el rugby hoy tiene un desafío muy gran por delante y es que muchos de los jugadores y de los que están involucrados en la comunidad del rugby es gente que estuvo y aporta gente para la sociedad y hoy estamos estigmatizados por esto de los grupos de jugadores violentos, y es algo que viene de la cancha. En vez de enseñarle al jugador no lo hacen. Faltan maestros que digan que el rugby no es un juego violento, que el rugby es un juego de iniciativas. Iniciativa para atacar, iniciativa para defender, iniciativa para hacer juego…

-¿Está diciendo que no hay en el deporte en sí mismo semillita alguna que expuesta en otro contexto florece como violencia?

-No, yo no lo creo. Creo que el rugby ha hecho grandes aportes a la sociedad con gente que ha hecho mucho bien y te puedo nombrar médicos, políticos y vas a encontrar en la historia un montón de gente que ha jugado al rugby y el rugby los ha hecho mejores.

Hugo Porta ama el rugby, pero tiene claro que la vida está en otro lado. Al menos eso ha aprendido con el tiempo y su sabiduría le permite comprender que hay tiempo para todo, y el secreto está en darle al César sólo lo que le corresponde.

Fue jugador, dirigente, embajador argentino en Sudáfrica durante la gestión de Carlos Menem, donde se granjeó la amistad de Nelson Mandela, aunque él la relativice, funcionario a cargo de Deporte y acepta que nunca ganó un peso con el rugby –“al contrario, siempre puse”, dirá sin recelos- y se ubica claramente en el lado del mostrador del amateurismo para explicar su mundo, que en definitiva es el de todos nosotros.

Vayamos de lo general a lo particular, así podemos poner en contexto la figura de este hombre distinto que pasó por Paraná un par de días y regaló un rosario de conceptos y definiciones que no es muy común recibir por estos arrabales donde la ignorancia y soberbia suele disfrazarse de sistemas.

– De lo poco que sé de rugby puedo advertir que el deporte ha iniciado un arduo proceso de modificar sus reglas en función de la dinámica del juego, de la profesionalización, pero también de cuidar al jugador. Esto no sucede en otros deportes y mucho menos con el país.

-Uno tiene que pensar si este proceso fue para mejor o para peor. Yo no sé si el rugby que se juega hoy es mejor para la formación del individuo que el rugby que se jugaba en mi época. Yo siempre respeté a las personas con pensamiento propio. Creo que el deporte tiene que ser un vehículo hacia el futuro de un jugador. Yo no estoy de acuerdo con los sistemas. Yo creo que en la posibilidad de expresión del jugador.

– ¿Y cómo se desarrolla una estrategia sin un sistema?

-Se desarrolla en base a las capacidades de cada jugador, pero no encerrándolo en un sistema. Yo creo que hoy a un jugador se le impone más lo que no puede hacer que lo que sí puede desarrollar. A mi nieto, que tiene 10 años, muchos de los que le enseñan a jugar al rugby le dicen que se pare y espere acá. Y yo lo que le digo es que debe estar lo más cerca posible de la pelota. Lo que vos decís es verdad, es necesaria una estrategia, pero debe hacerse en base a la aptitud de cada uno de tus jugadores y a lo que vos podés planificar. Lo importante es darle al jugador el espacio para poder expresarse. A veces hay un desconocimiento de parte de los entrenadores y otros temen que los jugadores se desarrollen a un nivel, a un límite que él no conoce y haga cosas que no conoce…

-¿Qué crezca tanto que no pueda domesticar su potencialidad?

-Claro, que no esté preparado para eso. Si vos a ver a los chicos que juegan ahora verás que están tan presionados por el entrenador como por sus padres, y a veces el chico agarra la pelota y mira para afuera buscando a alguien que le diga cómo tomar la pelota y correr. No lo hace por la alegría de disfrutar del juego. Está esperando lo que le dice el padre o lo que le dice el entrenador. Yo creo que con el rugby hoy, con estos sistemas, va a llegar un momento en que se le van a desatar los cordones de los botines y lo va a mirar al entrenador y le dirá: “Vos no me dijiste cómo me tenía que atar los cordones”.

-Pero si uno mira Sudáfrica o Nueva Zelanda verá que tienen sistemas muy férreos y respetan a rajatablas.

-Pero no es nuestra cultura. El deporte, como el arte, es una expresión de la cultura. Y nosotros no sentimos como los neocelandeces, no sentimos como los sudafricanos. Nosotros, como latinos que somos, podemos sentir como los franceses.

– ¿Caóticos, anárquicos, desordenados, nostálgicos….?

-Totalmente y todo eso. Y yo creo que la manera de poner en crisis a esos equipos de élite es hacer cosas que estén fuera de los sistemas.

– Pero en ese caso; ¿No vamos a depender siempre de un Maradona, de un Messi, de un Vilas, de un Porta o de un Menem, un Kirchner o un Macri?

-Lugar para el talento tiene que haber, y hay que dejar que se exprese ese talento. ¿Vos te imaginás un equipo argentino de fútbol sin Messi?

– La pregunta sería en todo caso no imaginarlo sin Messi, sino si habría un equipo sin un Messi.

-Es cierto. Pasa eso en la Argentina. Yo de política sé poco, pero es claro que ponemos siempre la esperanza en uno. Y bueno, como te dije antes, no deja ser una expresión de lo que somos.

– ¿Y cómo vivir hoy sin sistemas en un mundo que no puede prescindir de ellos?

-En lo que uno tiene que ser rígido es en el tema de la disciplina, en el tema del esfuerzo. Hay cosas que no se negocian y no se tienen que negociar y uno las tiene que mantener, porque son los valores.

Principios.

La única vez en la mañana que cambia el semblante es cuando pregunto si alguna vez dirigió la empresa Gatic S.A, como aparece consignado en algunos medios. Lo niega con énfasis, aunque pondera gentilmente a los dueños de la compañía.

Cuesta creer que este hombre que era una saeta en la cancha se convierta casi en un talibán de los valores y la ética deportiva como eje y directriz de su vida. Una anécdota que Carlos Galuccio pone en su boca, y él la eslabona, es todo un fiel capitulo que cincela su vida. Creer o reventar.

“Yo sé que soy una raza en extinción y tener el mote de ser un amateur me llena de orgullo”, dirá él ante este cronista, como excusándose de lo que no ha hecho ante una pléyade de fariseos.

“En algún momento era tan a ultranza esto del amateurismo en el deporte y en mí que, con mis ahorros, intenté abrir un negocio de venta de artículos deportivos y le quise poner Hugo Porta. Fue entonces cuando la Unión de Rugby me llamó y no me dejó hacerlo y tuve que poner otro nombre. Ellos decían que yo tenía mi nombre porque mi club me dio la oportunidad y haber jugado en la selección fue importante para darme a conocer. Y sostenían que si yo usufructuaba mi nombre no era legítimo porque lo que conseguí en realidad para mí lo conseguimos entre todos. Este parece un concepto muy particular hoy. Pero en ese momento la mayoría que jugaba al rugby o estaba en el ambiente lo veía de esa manera”, describirá el maestro en un intríngulis que lo define de pies a cabeza. Ese es el modelo con que practicó deportes, educó a sus dos hijos y juega con sus tres nietos.

Seguir hablando con él y dejarse llevar por la corriente de su relato por cualesquiera sean los brazos de ese río prolífico y asombroso que es su vida, nos mostrará siempre el mismo paisaje. Ética, pasión, compromiso y humildad.

– ¿Cómo afecta la alta visibilidad, la tensión de la exposición al que es sometido el jugador hoy?

-Antes no había la necesidad de la exposición, pero sí había un tema de aprovechar las oportunidades, que no eran tantas como las de hoy. Uno tenía la oportunidad de ponerse la camiseta de Los Pumas dos veces por año. O quizá te ibas de gira y no eran más de seis veces. Eso también influía en las expectativas de lo que ibas a hacer. Antes teníamos miedo y ansiedad. Uno siente miedo. Y eso es un testeo para quién es líder de ese momento. Todo eso que se habla en la cancha y esos círculos que arman los jugadores me parece que es todo medio verso. Lo que se habla, se habla en la intimidad del vestuario, y el resto es cartón pintado.

– ¿También se perdió la intimidad por la necesidad del show que imponen los medios de comunicación?

-Hay lugares donde la intimidad siempre hay que guardarla, y el vestuario es uno. El vestuario es para los jugadores. Hay momentos en que veo que se transmiten los torneos internacionales y las cámaras entran al vestuario y filman la intimidad de lo que está pasando y es una cosa que no entiendo, porque el vestuario donde vivís es un momento tuyo y tus compañeros, y es tenso. Yo no sé ahora, porque ahora hay competencias permanentemente, y no sé si se vive ese estrés de prepararte para algo que te va a exigir. Uno lo disfruta al vestuario, pero es algo raro, porque en el fondo tenés miedo. Miedo al fracaso, miedo a cómo te va a ir, estás expuesto ante 50 mil personas y la televisión.

– Y todo por la pasión y nada de dinero…

-Nunca. La entrega era totalmente genuina y por lo que jugábamos todos. Ahí tenías que organizar tu vida en función de eso. Trabajo, estudio, familia. Yo me siempre me preguntaba si alguna vez me iba a llegar la oportunidad de ir a Los Pumas. Y entonces me decía que me esfuerce en mi club que el resto lo dirá el tiempo.  

– ¿La selección era genuina, acorde a la calidad de los jugadores?

-Siempre que hay un ser humano que elije hay otro que piensa diferente, pero generalmente, en el seleccionado argentino juegan los mejores. En mi época era muy importante ser una buena persona. Se consideraba mucho que si vos armás equipos de buenas personas, aunque no sean grandes jugadores, seguramente el equipo puede rendir como si fuesen todos estrellas. Se arma una hermandad que lleva a ponerte contento cuando juegas bien vos, pero también cuando le pasa al que está al lado tuyo y se puede lucir. Esa es la esencia de un equipo, no sólo hacer las cosas bien por vos sino por quien te acompaña.

-Se lo pregunto porque parecía no ser tan accesible antes acceder a los Pumas para quienes eran del interior.

-Bueno, quizá era más difícil, pero no era inaccesible. Siempre en el seleccionado argentino hubo jugadores del interior. Por ahí no tenían la visibilidad que tienen hoy. Yo a “Chani” lo vengo a ver no porque jugó en la selección, sino porque jugo un año conmigo en Banco Nación. Compartimos un montón de otras cosas.

-Hay algo que me pareció disruptivo cuando conocí la noticia y es el libro “Los desaparecidos del rugby” que escribió la socióloga sanjuanina Carola Ochoa y que describe el drama de muchachos de La Plata ante la dictadura militar. ¿Los rugbiers de antes eran distintos?

-No creo tanto. Puede ser que hayan sido algo diferentes en algunos puntos, y el momento del país era distinto. Y esos chicos estaban inmersos en una sociedad que estaba muy politizada y adoptaron una posición que los llevó, lamentablemente, a que les pasará lo que les pasó. Pero eso también señala que el rugby no es una isla, y que es parte del contexto en el que se desarrolla.

-Volviendo a lo personal. Nunca cobró un sueldo en el rugby, no pudo usar su propio nombre, nunca cobró publicidad….

-(Ríe)… Siempre la puse, nunca saqué. Nunca hice una publicidad. Hay varias publicidades que han hecho los capitanes de Los Pumas de todas las épocas. Hay otra publicidad de un jabón que se cae dentro de un vestuario. Bueno, a mí no me viste debajo de esa ducha. Hay lugares de donde no se vuelve…

– Del ridículo decía Perón, y lo digo yo para no involucrarlo…

(risas más fuertes y comunes)… Y puede ser. Creo si vos amateur, si tenés una posición la tenés que mantener. Y que vengan a mí a hacerme firmar una propaganda duchándome por un jabón, y que me van a pagar por eso no me suma nada. Y sería perder mi condición.

– No quiero comprometerlo, pero existen ex jugadores que se convierten en influencers, lobbystas, embajadores de marcas o directamente promotores de nuevos negocios… ¿Cuál es su opinión?

-No lo veo ni bien ni mal. Es otra cosa. No lo comparto en absoluto. Lo dejo pasar.

– ¿Y qué pasa con un chico de 18 años que es tentado para jugar en Europa y decide irse?

-Esto es como la virginidad. Hay barreras. Si cruzaste la barrera y querés ser profesional, bueno asumí que sos profesional. Entonces hacé de tu oportunidad lo mejor que puedas, trabajá eso. Está bien, pero no quieras volver después con un esquema que dice “mientras no juego en Europa por guita vengo y juego para mi club”. En el club ya hay un tipo que estudió o laburó durante el día, o ambas cosas, y que viene y se entrena a la noche y que tiene su lugar donde puede jugar al rugby y divertirse. Me parece mal y esto el rugby lo tendría que sincerar. Porque todo bien con el amateurismo, pero cuando viene alguien de los que está en el profesionalismo, “pongámoslo porque el club lo necesita”. Este estuvo ganando plata y fenómeno, porque sos profesional. Pero este que estás desplazando dejó su vida para jugar al rugby en el club, y entrena y es feliz jugando. Dejémoslo en paz y cuidemos su lugar.

El amigo de Mandela.

Si llegó hasta aquí con la lectura, estimado lector, y no sintió que las palabras de este gigante que se apoya en dos columnas impertérritas no lo conmovieron y no siente que le ataron un nudo en la garganta, deberá revisar algo dentro suyo. Con todo respeto.

Imagínese ahora lo que sucede en quién está sentado frente a él, a pocos centímetros de distancia y recibe sus conceptos como estiletazos al corazón, pero con la serenidad de un pontífice.

Habrá que decir que Hugo Porta llegó con su hijo Mariano, de gran parecido, con el fin de explorar cuestiones comerciales para la empresa familiar que nació hace 70 años, y tiene de vida tanto como él.

“Esta empresa casi nació conmigo, y la fundaron mi padre y mi tío. Es una empresa que distribuye griferías y sanitarios y lo que hacemos es proveer a grandes obras. Es algo de toda la vida. En principio, cuando era muy niño, dormía en un lugar que era living y dormitorio y había un montón de cajas de manzanas, llenas de canillas, que era lo que vendía mi viejo en ese momento. Toda la vida viví en Núñez, cerca del club Banco Nación y por eso fui a jugar allí, me quedaba a tres cuadras de casa”, rememora sobre su principal ingreso económico de su vida.  

– ¿Cuántos cree que defienden esta posición romántica que usted profesa?

-Algunos dicen que soy el último romántico del rugby…

-Si así fuera no está mal…

-No. Yo dejé de jugar al rugby hace muchos años. Ya tengo 71. Y veo que la gente tiene en cuenta lo que uno dice. Entonces debe haber mucha gente que piensa como yo.

-Hay una intersección en esto con Marcelo Bielsa, por esa profesión de fe hacia el amateurismo…. Pero a él lo llaman loco.

-No… lejos. Él es una personalidad del fútbol, yo apenas soy un tipo que jugó al rugby y muchos años, y que lo hice más o menos bien y me divertí mucho y creo que la gente también lo hizo. No mucho más.

– ¿Por qué decide en un momento girar el timón hacia la política institucional siendo diplomático y funcionario?

-Porque el rugby me enseñó a que hay que asumir responsabilidades. Y una de las cosas que me enseñó es a manejar mis tiempos. Hubo un tiempo que jugué al rugby y me divertí. Otro tiempo en que tuve que estudiar. Otro en el que tuve que trabajar. Una etapa fue cuando el Presidente del país te llama y te pide asumir una responsabilidad en beneficio del país, me parece que está bueno.

-Todo indica que no podría haber tenido como destino otro lugar que no sea Sudáfrica.

-Yo siempre me sentí embajador de la argentina. Siento que la gente fuera del país, en países donde se juega al rugby especialmente, me relaciona con la Argentina. Entonces siempre me sentí embajador, alguien que representaba la cultura y la forma de los argentinos.

-Eso implica resignar algunas cuestiones personales, como por ejemplo no ir “morfando un sánguche” por la calle…

-Por qué no. Yo voy “morfando un sánguche” por la calle. Soy uno más. Mandela (Nelson, ex presidente de Sudáfrica) era un tipo que me escuchaba hablar y me decía: “I see, I see”. Y yo decía que no podía creer que él sintiera que un tipo como yo podía estar iluminándolo.

-¿Llegó ser amigo de Mandela?

-Mandela era un tipo tan extraordinario que me hizo sentir que yo era amigo suyo. Tuve muchas oportunidades en las que estuve con él, muchas veces solo hablando y hablando…

-Seguramente lo admiraba….

-Yo a él. Mandela sabía que yo era un buen jugador de rugby y tuvo ese concepto. Siempre me agradeció el haber asumido la responsabilidad de ir ahí para tratar de mejorar la relación entre ambos países.

-De hecho lo hizo, al menos eso destaca el balance de su gestión, aunque con algunas turbulencias…

-Hicimos muchas cosas. Partimos de cero. Como que habría que reprogramar nuevamente toda la diplomacia. Creo que, así como evolucionan las comunicaciones, quizá tendríamos que mirar y repensar las funciones de los embajadores. Creo que hoy se tiene mucho más a desarrollar relaciones bilaterales en lo comercial, y me parece que mejorando lo comercial mejoran las relaciones políticas entre los países. Entonces me parece que hoy, más allá de lo político, es importante buscar oportunidades para el país. Y no hablo sólo de Sudáfrica, hablo del mundo. Hablo de replantear las estrategias de la diplomacia de la Argentina.

– ¿Por qué se quedó en la Argentina pudiendo ser ciudadano del mundo?

-Porque soy argentino, porque tengo mis raíces en el país, porque afuera del país siempre sería un extranjero y acá soy siempre un local.

– Pero infiero que hay un lugar en el alma donde esta Argentina le duele…

-Sí, me duele. Pero habiendo vivido afuera algunos años se aprende a valorar cosas que son triviales. Cosas de la vida cotidiana que hacen a nuestra cultura y que uno extraña muchísimo cuando está lejos. Yo viví afuera como embajador. Acá no comía un alfajor, pero en Sudáfrica daba la vida por un café con leche con un alfajor de dulce de leche. Y extrañás esas cosas. La familia. No tener la oportunidad de ese acceso a los amigos y hacer cosas que no están programadas y lo que hace a nuestra manera de ser. Creo que hay que quedarse en el país.

-Cuando mira hacia atrás, luchando contra tantas cosas, sin cobrar un peso y con tanta relevancia pública; ¿Siente contradicciones?

-A mí me pegaron mucho los 70 años. Me pegaron mal. Es una etapa de la vida y mirás para atrás y ves tantas cosas… pero mirás para adelante y te preguntás cuánto me queda. En general estoy contento con lo que he hecho, y empezas a valor cosas como que mis dos hijos estén bien, y tengo tres nietos. Mirás esas cosas. Y decís que vas a disfrutar todo esto, y he tenido una compañera en la vida que se ha bancado muchísimas cosas, que me ha acompañado siempre. En esta etapa tendremos que mirarnos y ver cómo gastamos lo mejor posible el tiempo que nos queda juntos.

-¿Por qué el deporte no es una política de Estado para los gobiernos?

-De eso la culpa la tenemos los deportistas que no le demostramos a los políticos todo lo que se puede hacer a través de los deportes. El deporte está subvaluado en la Argentina. A partir del deporte se puede educar, se puede formar gente, se puede tener buena salud. en una mente sana es necesario un cuerpo sano. Habría que repensar cuál es la función del deporte: si crear monstruos que sean súper atletas y súper millonarios o crear gente que pueda trabajar en equipo, gente para trabajar con un sentido social distinto.

-Si le aseguraran 30 años más de vida; ¿Qué haría para que esto sea distinto?

-Mucho más de lo que he hecho no creo. Sería importante tener políticas de Estado que permita que en los lugares donde se nuclea la juventud el deporte tenga una importancia distinta. Y con esto léase las escuelas, que la gente tienda a que el deporte no sea ganar o perder y morir. Se aprende mucho más perdiendo que ganando. De hecho, yo siempre digo que por muchos soy considerado una persona exitosa y he perdido mucho más de lo que ganado. Yo jugué en Banco Nación y perdí mucho más de lo que gané. Jugué 30 años y salí campeón dos veces.

-También fue presidente…

– Lo de presidente fue ahora, Nuestro club es chiquito y entre los que estamos decidimos quién lidera. Pero un club es un país chiquitito. Lo importante es darle un lugar a eso y seguro que hay muchos que piensan distinto a mí, pero eso no es lo más importante.

Vértigo y profundidad.

Con Hugo Porta hablamos de diarios y periodistas, que también fueron clave en su vida. Este hombre de costumbres someras dice que se levanta todas las mañanas y busca el diario papel –La Nación- que el viejo y querido canillita le deja en el umbral de su casa en Buenos Aires. Y valora ese viejo ritual que repite sin solución de continuidad. “Debo ser el único en el barrio que lo recibe, a pesar que uno anda todo el día con el teléfono en la mano”, subraya como expresando la contradicción inevitable.

“Vivo como una ceremonia estar con el diario desayunando y leyendo noticias. Y me pasa que miro siempre los mismos títulos, los separo, miro primero los de deportes, miro la página de los chistes y recién veo las noticias. Es como que se establece un diálogo íntimo, personal entre vos y el papel. Cuando La Nación cumplió no sé cuántos años le escribí a los Saguier (familia propietaria de la editorial) diciéndoles que, aunque ellos no lo supieran, todos los días desayunaba y conversaba con ellos”, reseña como al pasar.

Es casi una experiencia religiosa que lo saca del vértigo del mundo en el que vive, y, mal que le pese, es allí donde queremos que reflexione para beneplácito de todos. Su sabiduría es tan mundana como elástica, y seguramente lo pondrá más en relieve conforme se sucedan los años.

-En los clubes y en el deporte se reproducen las miserias y antinomias de la sociedad… ¿Cómo resuelve esas diferencias un capitán?

-Por supuesto. El rico y el pobre, el solidario y el egoísta, el que llega a horario y el que no. Un buen capitán resuelve eso en principio con el ejemplo. Y después hablando con la verdad y sincerándose con cada uno de los que integran el equipo. Si uno llega tarde debe sentir de parte del equipo el mensaje por el cual tenés que llegar temprano sino te quedás afuera.

-Dijo que afuera de la cancha le decían Huguito pero adentro le decían Hugo. ¿Se sintió alguna vez ofendido?

-No hubiese permitido que me ofendan en una cancha. Lo de Huguito es porque mi viejo me puso el mismo nombre y laburé toda la vida con él, y en el momento en que yo era Hugo y él era Huguito era los fines de semanas. Por eso decía que el deporte sirve para que uno pueda expresarse. Tal fue la influencia de mi viejo, y tanto es así que yo dejé de jugar al rugby y durante una etapa debí alejarse, pero mi viejo seguía yendo a la cancha a ver los partidos porque era el padre de “Hugo”, y lo sentía como una responsabilidad.

-¿Por qué Los Pumas que han crecido tanto y no ha generado grandes jugadores que trasciendan a Hugo Porta?

-Hay muy buenos jugadores. Lo que pasa es que hay muchos más jugadores, pero como juegan tantas veces y muchos juegan afuera, ya nadie sabe los equipos de memoria, como pasa en el fútbol. Pero grandes jugadores hay y la Argentina siempre produce. Porque podemos estar o no de acuerdo cómo se trabaja en los clubes, pero no hay duda que los clubes trabajan mucho y cumplen una función social clave.

– ¿La distancia que existe en los resultados de la Argentina que parece que nunca termina de pegar el salto y los que obtienen los países líderes es la misma distancia entre lo amateur y lo profesional, o existe otra barrera?

-No creo que el profesionalismo tenga que ver con esto. Creo que es muy importante la cantidad de jugadores. Creo que hay países que son más que la Argentina porque pueden elegir entre más cantidad de jugadores, porque hay una cultura distinta y el rugby es otra cosa. Pero la Argentina siempre produce buenos jugadores.

-Entonces, definitivamente, no cree que el profesionalismo le aporte demasiado al rugby argentino….

-No, no lo creo. El amateurismo no necesita al profesionalismo, pero parece que el profesionalismo sí necesita al amateurismo. Lo lamentable es tener una estructura del rugby argentino que esté armada para satisfacer las necesidades del 5 o 10 % de la población. Si hacemos esa misma relación con un gobierno no es admisible que gobierne para 2 millones de personas y no para 45 millones.  Lo importante siempre es la felicidad de los chicos y los jóvenes. ¿Andre Agassi era feliz jugando al tenis? No lo era. Y fue un gran jugador.

Intimidad.

El tiempo se va diluyendo entre los dedos de la agenda diaria, y como si la generosidad de Hugo Porta no haya alcanzado, por algún motivo decide abrir su corazón y describe una intimidad familiar que no esperaba, que me hiela la sangre y me desborda profesionalmente, pero que lo describe como un verdadero caballero lo hace, quizá, sólo por el buen gesto de interpretar el rol de quién está enfrente.

Hugo se meterá en la angustia ede su derrotero más profundo y personal, y lo hará público, quizá para que todos terminaron concluyendo que no existen vidas inmaculadas de dolor, y que, en todo caso, de lo que se trata es de que también en el deporte se pueden encontrar las salidas a los laberintos que enlutan el alma. Quizá nos enseña que, también, en los pliegues de la vida cotidiana existen elixires para sobreponerse a los sinsabores de la vida.

Todo emerge cuando le preguntamos acerca de si  es posible concebir una relación íntima con el rugby que se destaque por encima de otros aspectos de la vida.

Él no modificará su semblante ni su voz sufrirá variaciones. Pero estaba claro que dentro suyo había un combate sin cuartel, y que finalmente terminó ganando el hombre sobre el mito.

“El rugby me dio la oportunidad de compartir. Yo soy hijo único. Y soy único dos veces. Porque tuve un hermano. Pero mis padres tenían una incompatibilidad sanguínea extrema. Mi hermano no resistió y falleció ante los intentos de transfusión total que había que hacerle. Yo tenía nueve años. En mi casa no se hablaba de eso, y el murió a las horas de nacer. Yo lo vi. Pero en mi casa nunca se habló de eso. Hasta que falleció mi vieja, y Mariano, mi hijo, arreglando unos papeles vio un acta de defunción y preguntó qué era esto. Supe que mi hermano se había llamado Javier. Entonces empecé a hablar de él, porque antes no lo hacía y a pensar y justificar muchas actitudes de mis viejos en cuanto a que yo era de cristal y había que cuidarme mucho, y por eso no querían que jugara al rugby para no lastimarme. Pero yo era un atorrante incorregible. Y el rugby me enseñó a entender eso. Y a que se podía aprender a compartir, a ayudar. Yo era un desastre. Rompía las raquetas contra el piso cuando jugaba al tenis. Le pedía a mi viejo que no viniera a verme. Era un malcriado. El tema de poder compartir, entender que uno tiene mucho y debe compartir, pero a su vez que hay otro que puede tener más que uno. Cuando uno es hijo único es difícil eso. Pero el rugby estaba ahí para enseñarme a vivir”, descerraja Hugo Porta, y una leve pátina húmeda se apodera de sus globos oculares. No sólo a él.

Este arquitecto de profesión, que eligió no ejercer nunca, no puede evitar construir el sentido de sus palabras con la profundidad y la estética de Le Corbusier. Y tengo para mí que, intímamente, lo sabe.

– ¿Trabajó este tema y el manejo del éxito en terapia?

-Pasé por mi etapa de terapia un tiempo. También hice terapia con mi familia. En cuando fui jugador no atendí a mi familia suficientemente. Me ayudó mucho mi mujer y a veces intento devolver eso con los hijos y los nietos.

– Es más difícil convivir con éxito que con el fracaso; ¿Cómo fue en su caso?

-Lo importante es ser auténtico y honesto. Cuando pasa eso, el éxito no te puede pasar. No te la podés creer, y como dice el tango la fama es puro cuento. Más o menos manejo eso.

– ¿Y con el periodismo cómo se llevó?

-Con algunos bien, con otros mal. Sufrí algunos cuando estuve en la función pública. Generalmente el periodismo me cuidó. Y se lo agradezco. Espero que usted también lo haga.

No pude responderle. No sería ético. Termina la entrevista y apenas atiné a estirarle la mano con una sonrisa, pero sin desprenderme de la infausta distancia que me imponía el rol de entrevistador. Lo miré y le agradecí. Sospecho que él sabe que me hubiese gustado mucho despedirlo con un abrazo. Mis ojos se lo decían a gritos. Quizá hubiese sido la mejor forma de agradecerle por tanto, y disculparme por tan poco.