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Galvani, su rana y nos…

Por Sergio Dellepiane – Docente /

No redescubro la piedra filosofal si manifiesto que, de un modo u otro, una amplia mayoría de quienes habitamos esta nación, aspiramos honestamente a que nuestro país se recupere lo más rápidamente posible del deterioro político, social y económico, en el que nos movemos y convivimos; brindando, en un primer momento, la posibilidad de obtener un empleo regular a los más de siete millones de personas que estando en edad de trabajar, no lo consiguen. Que también puedan contar con cobertura médica, acceso al crédito y tengan la posibilidad cierta de alcanzar una jubilación digna a la hora del retiro.

Nada más que autoestima y dignidad. Hoy no es posible ni soñando. Por un buen tiempo más, tampoco.

Continuamos en una postura yaciente y vergonzosa. Reiterar cifras que reflejan la parálisis en la que nos encontramos es chapalear “en el mismo lodo todos manoseados”, de inflación rampante, sin valor en la moneda, sin crédito externo y sin reservas monetarias reales, aunque con escasas pero decadentes reservas morales en la dirigencia y algo de ética, para los negocios que aún logran concretarse, entre privados.

Insuflar vida en lugar de asfixiar al cuerpo social es un imperativo categórico, tanto para la autoridad gobernante del presente como para las del porvenir.

Sin embargo, al demorar decisiones que se reconocen tan dolorosas como costosas, pero que son estratégicamente imprescindibles; continuamos buceando en la biblioteca de las soluciones mágicas, antiguos textos de alquimia y galvanismo para ir durando. No salimos del “vamos viendo mientras pasan cosas”.

Ninguna reactivación económica será posible si quienes deciden, sólo se aferran al mecanismo del pasamanos de billetes sin valor que parten raudos desde la Casa de la Moneda hacia comercios e industrias y que terminan su recorrido en el bolsillo de los asistidos para convertirse en cualquier cosa menos en inversiones genuinas, generadoras de empleo, demanda de bienes y servicios y así; en progreso y desarrollo, inclusivo y sustentable.

Estertores póstumos.

Urge convertir el pesimismo enraizado en una visión optimista del futuro, enmarcado en un contexto de seguridad jurídica de largo aliento. El shock de confianza que puede modificar las expectativas requiere ineludiblemente de sentido común, aptitud técnica y respaldo basado en la Constitución Nacional. Cualquier otra cosa sólo conseguirá el efecto opuesto. Aterra de sólo imaginarlo.

La renuencia política a enfrentar decididamente y con la convicción necesaria los intereses creados que se encuentran detrás de cada centavo que el Estado gasta, muestra la ignorancia de los inquilinos del poder acerca del rol de las expectativas (Economía Elemental), cuando el capital es privado y los mercados funcionan lo más desregulados posibles.

Para “ponernos de pie” están recurriendo más a las enseñanzas de Luigi Galvani (Bologna, 1737 – 1798) quien observó las contracciones musculares de una rana muerta cuando se le aplicaban pequeños impulsos eléctricos. Mientras la guillotina de la Revolución Francesa hacía rodar cabezas en París, el galvanismo se difundió por toda Europa. Proliferaron los experimentos para reanimar cuerpos exánimes. El Frankenstein de Mary Shelley, amiga de lord Byron, fue creado bajo inspiración de la rana de Galvani.

De modo similar puede inferirse que nuestra sociedad está siendo sometida, más de 220 años después, a experimentos similares a los del boloñés; con el propósito de forzar algún tipo de movimiento en el cuerpo social convaleciente. Hasta ahora sólo ha conseguido lograr algunas contorsiones por medio de descargas sectoriales en vez de brindarle vida, real y concreta, a través de un cambio drástico en sus expectativas.

Sin un horizonte propicio para la inversión productiva, nadie alterará su rumbo económico para ensartarse en pesos y acumular cuentas a cobrar licuadas por la espiral inflacionaria; ni incrementará inventarios de dudosa colocación e incierta reposición; ni asumirá compromisos más allá del día a día, pues sabe que cualquier DNU sacado de la galera, los volverá incumplibles.

Inversión.

¿Quién se arriesgará a invertir existiendo cepo cambiario, presión fiscal insoportable, control de precios, prohibición de despidos, toma de tierras, expropiación de empresas, abusos sindicales, costos laborales exorbitantes, burocracia interminable y persecución a la justicia independiente?

La República Argentina no es una rana del laboratorio de Galvani ni el personaje imaginado por Mary Shelley. Es un cuerpo vivo y vigoroso que ha demostrado a lo largo de su historia poder ponerse de pie si se le insufla confianza, se le despeja el horizonte y se le acompaña paso a paso, sin trabas inútiles, zancadillas oportunistas ni aprietes demagógicos.

Necesitamos más “Creación” de Miguel Ángel antes que el batracio de Galvani. Para no insistir con Frankenstein.

Menos “algunos (los mismos de siempre) toman lo que hay” y más “todos ponen según sus posibilidades”, para que, de una buena vez, Argentina se levante y camine.

“Toda política llevada al extremo debe ser producto de la maldad” – The Last Man – Mary Shelley – 1826

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