ENFOQUE PORTADA

Fracasos de la autoconfianza

Por Sergio Dellepiane – Docente / Dos Florines

A principios del siglo XXI surge, dentro de la Ciencia Económica, un nuevo ámbito de reflexión; la Economía del comportamiento, que cruza a la economía con la psicología. El sesgo más estudiado dentro de esta rama es el denominado “Exceso de autoconfianza”. El ejemplo que mejor lo simboliza se encierra en la afirmación por el que “el 90% de los seres humanos cree que maneja un auto mejor que el promedio de la población y donde más del 95% piensa que tiene mejor sentido del humor que la media”.

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La psicología está en el centro de la explicación del porqué; tan a menudo, los grandes proyectos de cualquier índole tienden a fracasar, o al menos, a excederse muy significativamente sobre sus proyecciones iniciales en cuanto a costos y tiempo de realización.

El exceso de optimismo hizo caer derrotados a todos los conquistadores de la historia antigua, en los campos de batalla. Muchos proyectos “faraónicos” han terminado de manera catastrófica, generando daños económicos y sociales inconmensurables, llevándose puestos a gobernantes de todas las ideologías imaginables a lo largo de los siglos.

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Hay, al menos, dos motivos centrales que explican el grueso de estos errores garrafales: uno es el sesgo de autoconfianza y el otro se relaciona con los incentivos del poder. Los megaproyectos sirven para que políticos y empresarios apalanquen sus carreras sobre ellos. Podemos pensar en famosas propuestas vernáculas como aquello de que con la democracia se come, se cura y se educa (Alfonsín), la plataforma de vuelos espaciales (Menem), el tren bala (Kirchner), el estadio único en Paraná (Urribarri), la lluvia de inversiones (Macri), el encierro salvador en pandemia y el gobierno de científicos, heladera llena y asado para todos (Fernández) y tantos otros desvaríos de los iluminados de turno, que confirman lo aseverado precedentemente. (Lo de la guerra contra la inflación y terminar con la pobreza merecen otro tratamiento).

Errores

En primer lugar, el sesgo de autoconfianza refiere al error sistemático en la calibración subjetiva del éxito y en la toma de decisiones bajo incertidumbre. No es otra cosa más que la sobreestimación del éxito de las propias decisiones o el exceso de confianza en las estimaciones subjetivas previas, en comparación con los resultados reales obtenidos u observados “a posteriori”. Existen dos ámbitos de aplicación, uno de ellos está inserto en la idea pergeñada (nivel de delirio subyacente) y el otro en la ejecución real y efectiva de lo planificado. Aquí es donde se verifica el exceso de gasto y la demora temporal en la finalización de la obra (¿pública?) por sobre lo presupuestado y estipulado, como razonable plazo de concreción efectiva.

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Entre nosotros todo cuesta más, demora más y en la mayoría de las ocasiones no se culminan.

En segundo lugar, aparecen los incentivos del poder. No son más que promesas que aseguran a quienes los reciben, una recompensa por hacer lo que se pretende que hagan. Originalmente los incentivos estaban orientados a motivar a los dependientes, por medio de una retribución dineraria, para que alcanzaran y sobrepasaran las metas de producción propuestas en la industria en la que se desempeñaban. (Taylor – 1915) Tenían una relación directa con la compensación en dinero asociada al objetivo cumplido.

Desde la psicología conductista se pensaba que los incentivos eran necesarios para corregir las fallas de fuerzas automáticas como el mercado, el hábito y el instinto. La ciencia política la introdujo más tarde como dispositivo que altera el comportamiento; así la función de los incentivos es la de asignar responsabilidades y motivar a las personas a dirigir sus esfuerzos para conseguir lo que la organización a la que pertenecen, se propone.

Incentivos

El incentivo ocupa un lugar entre dos formas clásicas de poder: la persuasión y la coerción. La primera emplea el discurso y usa los símbolos para influir en las personas, mientras que la segunda utiliza las amenazas de la fuerza para controlarlas. Cuando se emplean incentivos no se necesita ni convencerlas ni amenazarlas. De todas maneras, los incentivos son éticamente problemáticos.

El diseño de los incentivos adecuados es tarea ardua pues, los inadecuados crean discordia, tergiversan propósitos y pueden hacer fracasar la cooperación. Tampoco son todopoderosos y siempre dejan resquicio a la discrecionalidad en su implementación. Lo que se denomina incompletitud contractual.

Son las necesidades humanas las que dan origen a todo tipo de acciones para motivar, incentivar y movilizar voluntades, aún sin conocer a ciencia cierta los fundamentos de tales propósitos. El ejemplo más acabado de la descripción precedente debe buscarse en la variada inutilidad e ineficiencia manifiesta de las decisiones y acciones llevadas a cabo por los diferentes administradores del bien común en nuestro país, desde 1934 en adelante. Incontables fracasos desde la Argentina potencia a la imposibilidad de ponernos de pie.

A cualquiera de nosotros nos pueden salir mal las cosas que hemos planificado, pero hacer cosas sabiendo que están mal y/o que son éticamente reprochables o hasta que podrían configurar algún delito, es otra cuestión. Lo que queda claro es que todas las ineficiencias de cada una de las decisiones tomadas por los administradores temporales de aquello que nos pertenece a todos, en cualquier ámbito por el que resulten responsables, serán afrontadas por los ciudadanos comunes con más impuestos y/o mayor cuantía de los existentes o, en su defecto, con una peor calidad de prestación de los servicios por los que contribuye periódicamente.

Todo lo ejecutado últimamente, desde la esfera estatal, ha desembocado en ignorancia, dependencia y marginalidad en constante aumento para la población argentina. Los números no mienten, menos aún la realidad cotidiana que se torna cada día más desesperanzadora. Agobia y agota. Tortura y destroza.

Nadie aparece como responsable de los desatinos y todos los involucrados terminan impunes.

Algo debe comenzar a modificarse para construir un país acorde a lo que anhelamos.

La dimensión del Estado genuino y sostenible, sólo puede ser proporcional al nivel de recursos disponibles que la sociedad posea al momento de mantenerlo”. F. Hayek – (1899 – 1992)