Fallos del Estado
03/02/2022

Por Sergio Dellepiane – Docente ///
¿Debe el Estado intervenir cada vez que el mercado falla, o la decisión debe basarse en la comparación entre las fallas del mercado y las del Estado?

Los fallos del Estado surgen, en contraposición de los fallos del mercado, para cuestionar la actuación del mismo Estado y su intervención en la vida económica de las naciones.
¿Desde cuándo se habla de los fallos del Estado? En los debates no académicos, desde la década de 1990; pero la escuela de la decisión pública nació en 1962, cuando James Mc Gill Buchanan y Gordon Tullock publicaron “El cálculo del consentimiento: el fundamento lógico de la democracia constitucional”.

Lo cual no quiere decir que dicha escuela fuera incluida desde entonces en la denominada corriente principal del análisis económico. De hecho, aún no ha tenido su merecido reconocimiento.
En la década de 1960 surge, dentro de los economistas occidentales, una corriente muy crítica con la regulación e intervención estatal en la actividad entre privados. Dicha regulación trataba de corregir lo que se conoce como los fallos de mercado. Se plantearon nuevas teorías que trataban de medir, igual que lo hacían con el mercado, fallos que, por la intervención del Gobierno, se producían en la vida económica de las naciones.

La historia de los fallos del Estado nos remonta a 1964. En dicho año, el economista británico de la escuela de Chicago, y premio Nobel de Economía, Ronald Harry Coase comparó dos sistemas económicos.
Uno era un sistema económico real y el otro un sistema utópico de regulación económica; tratando de definir la situación que se da cuando fracasa la aplicación de determinadas medidas por parte de cualquier gobierno. A esto lo denominó “Fallos del Estado”.
Investigaciones.
Tras la aparición del término, innumerables economistas han hecho referencia a estos fallos del Estado. Su fin ha sido el de cuestionar la labor intervencionista de los Gobiernos y su supuesta eficiencia en la economía real. Las mayores críticas aparecen cuando se verifica palmariamente una asignación deficiente de los recursos púbicos disponibles que, por definición, siempre son escasos.
El economista Thomas Sowell acuñó una frase a la que adhiero fervientemente: “Las políticas siempre deben medirse por los efectos que estas tienen en la sociedad, no por la intencionalidad con la que se aplicaron”. Esta frase hace referencia a esos fallos del Estado que, pese a no ser voluntad del Gobierno, se producen debido a su intervención. Nada se dice de su intencionalidad, solo se analizan los resultados obtenidos.
Entre los más críticos con los fallos del Estado se encuentran los economistas de corte liberal. Dichos economistas, debido a los principios que promueve el liberalismo, son muy críticos con la intervención estatal, destacando su supuesta ineficiencia en la gestión de la economía. Nunca ningún extremo se presenta como la solución más conveniente.
A lo largo de la historia, dicha intervención se ha estado justificando por una serie de fallos demercado que ocasionaban problemas en la economía de una determinada sociedad. Sin embargo, dichos fallos de mercado, cuando no eran corregidos por el Estado, no encontraban respuesta adecuada. Tampoco existía figura alguna que cuestionase la labor del Estado en la solución de los problemas surgidos.
Aparecen entonces, los fallos del Estado. Este accionar permitía calificar aquellas situaciones en las que la intervención del gobierno generaba peores resultados que la interacción libre de los agentes socioeconómicos.
Un fallo del Estado universalmente reconocido y a la vez muy criticado, siempre ha sido, la asignación ineficiente de los recursos acumulados, en especial cuando la discrecionalidad aparece como la razón única para la intervención estatal. (Vgr. clientelismo, nepotismo, connivencia, prebendas, privilegios, gastos reservados, etc)
Estatizaciones.
Un claro ejemplo de fallo del Estado se produce en la economía un país, cuando el Gobierno nacionaliza la producción de cualquier bien o servicio sin fundamentos sólidos y mucho menos estratégicos, sino más bien sometido a presiones sindicales y/o sectoriales, pero fundamentalmente ideológicas. Lo anterior provoca una pésima asignación de los recursos, teniendo el Gobierno que asumir el coste de todas las acciones con sus consecuentes pérdidas que deberán ser afrontadas con los recursos públicos disponibles. (Vgr. Rio Turbio, Astilleros Río Santiago, Aerolíneas Argentinas, Etc)
El Estado también puede ser fuente de distorsión cuando no ajusta las tarifas de servicios esenciales en función de la inflación, por lo cual el consumidor decide cuánto consumir sobre la base de lo que paga; como si la generación, trasmisión y distribución fuera barata, cuando en términos de recursos es decididamente cara. Lo cual exige subsidios crecientes, cortes de energía eléctrica, gas, escasez de combustibles; y/o importación de los referidos insumos esenciales que deben ser adquiridos extramuros, a un precio más elevado, pagados anticipadamente y con dólares reales (que supuestamente no tenemos).
Otro fallo del Estado se manifiesta cuando pretende corregir estadísticas de desocupación, incorporando ciudadanos, al mercado del trabajo, a través del empleo público sin reparar en los costos incurridos y en la pesada herencia que dejan por la acumulación, sucesiva y progresiva, de capas geológicas, que parasitan y a la vez, fagocitan recursos limitados y costosos en términos de obtención, cuando bien podrían destinarse a objetivos más beneficios para el conjunto de los contribuyentes.
En la actualidad, frente a cada caso concreto, la cuestión a resolver es: ¿qué falla más, el mercado o el gobierno del Estado? De manera que, si corresponde implementar la corrección pública del accionar privado o no corresponde, es una cuestión empírica y en las cuestiones empíricas no hay verdades ni universales ni eternas, sino que se debe prestar más atención a las circunstancias, a las instituciones y a quienes elegimos para que administren temporalmente lo que nos pertenece a todos.
Sentido Común.
Que, a juzgar por lo vivido, se ha transformado en un elemento cada vez más escaso y, por lo mismo, sumamente valioso.
Quizás debamos pensar en importarlo.
“Los pueblos débiles y flojos, sin voluntad y sin conciencia, son los que se complacen en ser mal gobernados” – Jacinto Benavente