ENFOQUE PORTADA

Especular o desaparecer

Por Sergio Dellepiane – Docente ///

Los seres humanos, como racionales que somos, tomamos la mayoría de nuestras decisiones sobre la base de nuestros conocimientos y experiencia vivida. Es decir, elegimos en base a lo que creemos que va a suceder y no sobre la base de lo que realmente va a pasar, por el simple hecho de no saberlo. No somos adivinos ni futurólogos. Como “homo oeconomicus” somos simplemente especuladores.

El economista y doctor en derecho Julio Olivera (1929 – 2016) lo explicaba en sus clases, muy gráficamente, relatando el caso de aquella persona que mató a sus padres. La policía lo metió preso, la justicia luego del debido proceso lo condenó, y cuando el juez estaba por fijarle la pena pidió la palabra para solicitar clemencia dada su condición…de huérfano.

Especula el dentista para que a muchos nos duelan las muelas; especula el gomero al costado de la ruta para que a varios viajeros se les pinche una cubierta; especula el verdulero para que a los vecinos les falten verduras y frutas para cocinar, etc. Especulamos todos, varias veces al día.

Especula el productor, que solamente vende lo que necesita para pasar el día pues considera que los bienes que produce son un mejor refugio contra la inflación que el dinero que recibe al desprenderse de sus bienes y reducir su stock. Especula el consumidor que adquiere más de lo que necesita porque teme quedarse sin existencias por desabastecimiento ante la errática política económica imperante.

Oferentes y demandantes no son diferentes personas, sino que encarnan distintos roles a lo largo de cada jornada. No hay compradores y vendedores del dólar paralelo, hay seres humanos que, en determinadas circunstancias compran y, en otras, venden.

Que haya, presumimos, un mayor movimiento de procesos especulativos en Argentina que en Suiza, no será porque allá aprendieron ética en el seno familiar y en la escuela, y aquí no. Existen sobradas razones de diversa índole que explican esta verdad.

También es verdad que personas que no ingieren líquidos y/o alimentos con cierta frecuencia fallecen en menor tiempo que otras que lo hacen habitualmente. Lo mismo ocurre con quienes no pueden intercambiar el fruto de su trabajo, por aquello que necesitan para satisfacer una necesidad de modo imperioso. Ambos tipos de ciudadanos no pueden encuadrarse dentro del subconjunto especulador. Pero constituyen una mínima porción de la población.

Futuro.

Ante la ingenua pregunta que se hace a niños sobre su futuro, no conozco a nadie que haya respondido “quiero ser especulador”. Por una sencilla razón. No es una profesión. Es sólo un aspecto de la condición humana. Y gracias ella hemos podido progresar y llegar al lugar en el que nos encontramos. Sin la especulación de la “destrucción creativa” podríamos no haber abandonado la edad de piedra.

No debemos criticar estos comportamientos (poder, podemos), sino preguntarnos ¿a qué se deben? Hay que tratar de entender los distintos movimientos especulativos en función de las circunstancias. Como siempre, la respuesta económica incluirá incentivos, expectativas y confianza. Incluye el proceso de evolución humana, creatividad, adaptación, aprendizaje y transmisión de experiencias. Las incomodidades, inseguridades, dudas, miedos y resquemores que el dinamismo del propio proceso generaba, fueron ampliamente compensados con los beneficios que se obtuvieron al atravesarlo. Aun hoy continúa ocurriendo.

Cuando los conocimientos adquiridos se aplicaron a las tareas productivas, el trabajo humano, a través del intercambio y la especulación, adquirió prestigio social. Fue reconocido su valor significante y su verdadera y real importancia para la creación de riqueza individual y colectiva.

El mundo actual no duda sobre la necesaria coexistencia armónica entre trabajo y capital para generar bienestar. La especulación económica es una de sus herramientas, la tecnología otra. Trabajo sin tecnología y capital sin especulación se presentan como sinónimos de ineficacia y de fracaso.

La simbiosis emergente conduce a una vertiginosa generación de seres trabajadores más educados, independientes y por lo mismo, más competitivos y especuladores. Nada que se oponga o contradiga a las fuerzas naturales que hayan impulsado a la humanidad a alcanzar el progreso y desarrollo que ha obtenido hasta el presente. La confianza, completa el apotegma, como el activo más valioso que puede representar a una nación. Ardua y menuda tarea nos espera pues, entre nosotros y por nosotros (por acción u omisión) ha sido malversada, manoseada y pervertida hasta dejarnos en la diáspora del mundo desarrollado.

El futuro sigue dependiendo de nosotros. De nadie más.

“Para cualquier hombre, incluso la honestidad es una especulación” – C. Baudelaire (1821 – 1867)