Es el desarrollo industrial, estúpido
25/06/2018
Por Javier Martín, Pte. Unión Industrial de Santa Fe
Por Javier Martín, Pte. Unión Industrial de Santa Fe
En 1992 el entonces presidente de los Estados Unidos George Bush tenía un 90% de aceptación popular y era considerado imbatible para las elecciones presidenciales de ese año. En ese contexto, James Carville, estratega electoral de Bill Clinton, señaló que éste debía enfocarse sobre cuestiones relacionadas con la vida cotidiana de los ciudadanos y sus necesidades más inmediatas, popularizando la frase “es la economía, estúpido” que se convirtió en un eslogan que resultó decisivo para derrotar a Bush. Desde entonces dicha frase se usa para destacar lo esencial en determinada situación o circunstancia.
En Argentina hemos visto a lo largo de las últimas décadas ciclos de crecimiento económico que no han logrado consolidarse en forma sustentable, generando en consecuencia crisis recurrentes. Y al intentar encontrar las causas de dichos ciclos muchas veces los analistas políticos navegan en consideraciones teóricas cuando, quizás, la respuesta más sencilla sea: “es el desarrollo industrial, estúpido”.
Crecimiento económico
Cuando hablamos de crecimiento se nos vienen a la mente muchos temas que afectan a la economía, como pueden ser: el nivel de inflación, costos, financiamiento, tasa de interés, importaciones, exportaciones, nivel de empleo, presión impositiva, tamaño del estado, etc.
Pero si nos enredamos en la complejidad de todos esos factores, perderemos de vista la simpleza de los conceptos importantes, por lo que quizás conviene comenzar por lo más básico: el PBI (Producto Bruto Interno) de un país es la suma del valor creado por cada uno de sus agentes económicos en las distintas actividades productoras de bienes y servicios. Cuanto más grande sea su PBI más riqueza genera ese país, por lo que el primer objetivo para crecer debería ser: producir más y con mayor valor agregado.
Restricción histórica.
Partiendo del objetivo de crecer y producir más, debemos considerar que todo incremento de la producción requiere un aumento de la demanda por maquinarias e insumos que pueden ser nacionales (lo que genera más demanda interna) o importados (lo que demanda más dólares para pagar esas importaciones). A su vez, la mayor producción se podrá destinar a atender el mercado interno (que irá en aumento por el crecimiento económico) más las exportaciones (que aumentarán por producir más que lo que demanda el mercado interno).
Si correlacionamos cuántos pesos necesitamos aumentar nuestras exportaciones y nuestras importaciones por cada peso de PBI que crecemos, obtenemos lo que se conoce como elasticidad del comercio exterior. Para Argentina los valores históricos de los últimos años se ubican en alrededor de 0,99 para las exportaciones y 1,8 para las importaciones.
Eso significa que por cada peso de aumento del PBI nuestro país incrementa sus exportaciones en 0,99 pero, a su vez, necesita aumentar sus importaciones en 1,8. Evidentemente, un crecimiento sostenido por varios años implicará que en algún momento el país se quedará sin divisas para importar y continuar el incremento de la producción.
Y ese “estrangulamiento externo” ha sido la principal restricción histórica a los procesos de crecimiento desde 1920 a la fecha en Argentina. Hemos tenido sucesivas devaluaciones que mejoraron temporariamente la situación de la balanza comercial junto con algunos planes de sustitución de importaciones, pero todo eso no ha resuelto la causa raíz del problema: necesitamos cambiar estructuralmente nuestra elasticidad del comercio exterior. Y para ello es necesario promover un proceso de “industrialización” de las cadenas productivas de tal manera de reducir la demanda de dólares para la importación (por vía de sustitución de importaciones críticas) e incrementar la oferta de dólares (aumentando la cantidad de productos que se exportan y el valor agregado de los mismos). No se trata de pretender producir todo de todo. En un mundo global e interconectado ello no sería posible. Pero sí se trata de entender que la única manera de cambiar de raíz nuestra debilidad externa es industrializando más la producción nacional y sustituyendo importaciones críticas.
Crecimiento virtuoso.
Ahora bien, resolviendo la restricción externa para mantener el crecimiento económico no es suficiente para que nos desarrollemos como país. Un incremento del PBI per se no garantiza que la mayor riqueza generada se distribuya mejor, ni que esos beneficios sean perdurables. Para que eso suceda el proceso de acumulación de riqueza debe ser virtuoso y sustentable. Para ser virtuoso, el crecimiento económico debe promover el desarrollo social (reducción de la pobreza y aumento de la equidad). Y para ser sustentable, el proceso de crecimiento se debe basar en un modelo de país que perdure en el tiempo a través de los distintos gobiernos que se sucedan.
Y es aquí donde entra la industria como factor movilizador y de inclusión social. Si se agregan progresivamente niveles de industrialización a lo que producimos en el país iremos pasando de productos de menor valor agregado a productos de mayor valor agregado. Ese proceso industrializador creará más riqueza, generará empleos genuinos que requerirán más calificación, esos empleos demandarán mejores remuneraciones que también mejorarán la distribución de la riqueza, lo que también será un estímulo al consumo de bienes y servicios en el mercado interno, lo que derramará crecimiento económico hacia otros sectores, los que demandarán más producción reiniciando el proceso de crecimiento en espiral ascendente, conformando un círculo virtuoso de acumulación de riqueza.
El modelo productivo
Ese proceso de industrialización virtuoso es muy difícil que se dé en forma natural por las fuerzas del mercado. La tendencia primitiva de los agentes económicos es la maximización del beneficio individual, que no siempre lleva a la maximización del beneficio común. Se requiere de una inteligente y direccionada intervención del Estado para interactuar con el sector privado donde y cuando sea necesario, coordinando la política cambiaria y la administración del comercio exterior; mejorando la infraestructura productiva; incentivando a través del sistema tributario la innovación tecnológica, la creación de valor y empleo privado y orientando los flujos de capitales hacia el financiamiento productivo. En otras palabras, una intervención inteligente y direccionada en función de un “modelo productivo” nacional.
Y este es el gran debate que se debería dar en Argentina: ¿Qué modelo de país queremos? ¿Queremos ser como Chile o Australia como algunos proponen? Chile tiene 17,9 millones de habitantes y le alcanza con exportar minerales (cobre) y productos de relativamente bajo valor agregado (vino, arándanos y frutas). Ellos no tienen un complejo industrial fuerte. Australia tiene 24,1 millones de habitantes y también le alcanza con un modelo agroexportador.
La gran diferencia con la Argentina es que nosotros tenemos casi 44 millones de habitantes y con el modelo agroexportador no nos alcanza para asegurarles un futuro a todos los argentinos. Si miramos otras experiencias a nivel mundial, veremos que no existen países con más de 40 millones de habitantes que se hayan podido desarrollar sin un fuerte proceso industrializador que motorice un crecimiento inclusivo. Corea y Taiwán son dos claros ejemplos.
Ese “modelo productivo” debería ser el eje estratégico a largo plazo sobre el que se diseñen el resto de las políticas públicas en las distintas áreas y sobre el que el sector privado invierta, genere crecimiento y desarrollo social.
Teniendo ese modelo productivo como faro, y con un Estado presente y activo, la interacción público-privada debería propender a los siguientes objetivos:
– Defender la competencia para evitar la acumulación excesiva del poder económico en monopolios u oligopolios de mercado que impongan sus condiciones al resto de la cadena de valor.
– Promover nuevas actividades industriales “multiplicadoras”, con alto valor agregado, en las cuales podamos ser competitivos internacionalmente, pero que, internamente, difundan los avances tecnológicos al entramado productivo, incorporen componentes nacionales y generen mano de obra local.
– Apoyar a nuevos emprendedores, a proyectos de crecimiento industrial nacional y a la internacionalización de empresas argentinas, propugnando el sano crecimiento de una burguesía industrial nacional. Brasil es un ejemplo en ese sentido.
– Atraer a la inversión extranjera directa por sus tres ventajas importantes: i) ingreso neto de divisas que facilita la acumulación de reservas internacionales; ii) incorporación de avances tecnológicos en nuevos productos, procesos o tecnologías que no siempre se encuentran en el país y iii) rápido crecimiento de exportaciones en aquellas empresas internacionales que ya tienen sus cadenas de comercialización desarrolladas. Sin embargo, esta inversión extranjera debería estar sujeta a compromisos de incorporación de componentes locales, mano de obra y, además, difusión de tecnologías al resto del entramado industrial nacional.
– Administrar el comercio exterior. Ningún país del mundo regala su mercado interno y para ello recurren a un combo de aranceles, medidas para-arancelarias, tratados de libre comercio, acuerdos de mercado común, etc. El objetivo es claro: se permite la importación de lo que le conviene al país, y no entra lo que no conviene. En todos los casos el objetivo final es promover la innovación local, facilitar la creación de valor y defender el empleo nacional.
– Coordinar las políticas cambiaria y comercial para contrarrestar movimientos del tipo de cambio real con adecuaciones de incentivos a la exportación como ser: draw-backs, financiamiento a exportadores a tasas subsidiadas (pre y post embarque), zonas de promoción de exportaciones etc.
– Mantener políticas de absorción monetaria por fuertes ingresos de divisas (o por la inversión extranjera directa o por las exportaciones) de tal manera de no perjudicar la competitividad del tipo de cambio para los exportadores.
– Adecuar el sistema tributario eliminando impuestos distorsivos y estableciendo incentivos tributarios para promover el ahorro interno, la inversión en tecnología, la capacitación de mano de obra, la reinversión de utilidades en el país y el incremento de la capacidad productiva. Además, el sistema tributario es una herramienta de redistribución del ingreso a través de impuestos progresivos que graven más la renta (impuesto a las ganancias) y menos el consumo (IVA). Además, debe haber esquemas diferenciales para Pymes.
– Gestionar el flujo de capitales, ahorros y excedentes del país para facilitar el financiamiento productivo a mediano y largo plazo. Si no existe una proactiva intervención del estado los flujos se orientan hacia créditos al consumo a corto plazo, desfinanciando la inversión en proyectos productivos. En este sentido, el trabajo de tantos años de Brasil con su Banco Nacional de Desarrollo y su Fondo para el Desarrollo del Centro Oeste son claros ejemplos para seguir.
– Ayudar al sector Pyme y a los nuevos emprendedores para el acceso al crédito, a través de un banco nacional de inversión, sociedades de garantías recíprocas o el mismo Banco Nación.
– Mejorar la infraestructura productiva, entendiendo por tal al conjunto de factores relevantes para estimular y facilitar la producción, como ser el desarrollo de parques industriales, los clusters por actividad, instituciones asociativas y cámaras empresariales, rutas caminos, puertos, ferrocarril, puentes, autopistas, y en un mundo globalizado las comunicaciones e internet.
– Mantener y estimular un sistema de investigación, ciencia y tecnología que combine esfuerzos del estado (Conycet, Parque Tecnológio, UTN, UNL, etc.) y también del sector privado a través de sus centros de investigación y desarrollo.
– Incentivar la calificación de los recursos humanos que tendrán en sus manos las nuevas tecnologías. Debemos generar oportunidades de desarrollo para los 44 millones de argentinos y, en ese contexto, la buena educación primaria, secundaria y universitaria es quizás el principal factor de desarrollo y movilidad social ascendente (en especial si la educación pública está al alcance de todos).
– Cuidar el impacto medioambiental y la sustentabilidad de nuestro sistema productivo. Para ello es clave la promoción de los sistemas de gestión ambiental y los esquemas de producción más limpia.
– Considerar al sector energético (electricidad, gas, petróleo) como un recurso estratégico y que debe ser sustentable. Por ello se deben promover la investigación, producción y uso de energías limpias y renovables.
– Administrar el tamaño del estado y el déficit público para que se mantengan en niveles razonables de tal manera de permitir al Estado actuar donde debe hacerlo en forma eficiente y eficaz pero que, al mismo tiempo, el déficit no se convierta en tóxico para el sector productivo. En última instancia, la mejor manera de mantener el tamaño del estado bajo control es a través de un proceso de crecimiento y desarrollo virtuoso que cree oportunidades para todos, de tal forma de evitar que el estado se transforme en la herramienta de última instancia para evitar el desempleo generalizado.
Conclusión.
Argentina necesita crecer, pero desde 1920 en adelante hemos tenido una recurrente restricción o estrangulamiento externo que truncó cíclicamente esos procesos de crecimiento. Para resolver ese obstáculo es necesario industrializar nuestra producción de tal manera de mejorar la elasticidad del comercio exterior.
Sin embargo, aún resolviendo la restricción al crecimiento, el mero incremento del PBI no necesariamente significará desarrollo social. Para que eso suceda el proceso de acumulación de riqueza debe ser virtuoso y sustentable. Para ser virtuoso el crecimiento económico debe promover lareducción de la pobreza y el aumento de la equidad. Y para ser sustentable se debe definir un “modelo de país” como eje estratégico a largo plazo sobre el que se diseñen el resto de las políticas públicas.
Para que el crecimiento genere desarrollo, en países como la Argentina con más de 40 millones de habitantes, se hace necesario un proceso de industrialización virtuoso que es muy difícil que se dé en forma natural por las fuerzas del mercado. Por el contrario, se requiere de una inteligente y direccionada intervención del Estado interactuando donde y cuando sea necesario con el sector privado, coordinando la política cambiaria y la administración del comercio exterior; mejorando la infraestructura productiva; incentivando a través del sistema tributario la innovación tecnológica, la creación de valor y empleo nacional y orientando los flujos de capitales hacia el financiamiento productivo. En otras palabras, una intervención del estado inteligente y direccionada en función de un “modelo productivo” nacional.