ENFOQUE PORTADA

El empleo público, con cotización en alza

Por Sergio Dellepiane – Docente

A esta altura del S.XXI, no debe representar ninguna novedad que, en nuestro país la silla de cualquier dependencia pública cotiza en alza. A la hora de elegir entre un empleo en alguna dependencia del estado o competir por uno privado, en igualdad de condiciones contractuales; 6 de cada 10 argentinos prefieren recibir un salario del Estado. (Cecap – U. Austral  – Sep’21).

Si bien el eufemismo señala que se “trabaja en y para el Estado”, la realidad nos muestra otra cosa. Lo más complicado reside en que estas pretensiones de refugio laboral chocan con el enorme costo que representan para la cuenta “gastos corrientes” y que, año tras año, se presenta más abultada e impagable con recursos genuinamente obtenidos (los  que aportamos los ciudadanos). En períodos de déficit fiscal se convierten en otro lastre adicional a financiar, con el agravante “ad aeternum” para los contribuyentes, de la condición de intangibilidad del empleo público; independientemente de la idoneidad, responsabilidad, ética y cumplimiento de las obligaciones inherentes al puesto que se ocupa. Permanencia, persistentemente gravosa e incremental, del “paga Dios”.

No necesito hacer la salvedad de aquellas posiciones que requieren las funciones indelegables del estado para cumplir adecuadamente con sus obligaciones. Más y mejores bienes y servicios públicos para toda la sociedad. Todo lo superfluo deviene en gasto insustancial y se transforma en pesada carga contributiva, ineficiente, inútil y por lo mismo, desechable.

Preferencias.

Al profundizar en la lectura del estudio de referencia, su trastienda nos exhibe los motivantes ocultos de tal preferencia. Ante las desastrosas consecuencias de nuestros recurrentes fracasos económicos, una buena parte de la comunidad prefiere la estabilidad y permanencia por sobre la vorágine de los cambios y desafíos con los que la vida nos sorprende cotidianamente. Hay que hacer lugar a la frustración y la incertidumbre como factores predominantes en la elección de “lo seguro”, aunque ello implique enterrar profundamente algunas lógicas ambiciones. La diaria asegurada, antes que el sueño de lo imposible o inalcanzable. “Más vale pájaro en mano…”.

No debe soslayarse, de esta selección antinatural, al mundo empresario que no logra empatizar, al menos en los grandes conglomerados urbanos, con una sociedad que no los elige pues los asocia en la mayoría de los casos, con insensibilidad y ganancias excesivas para sí y los suyos. El olvido colectivo se lleva puesto, sin contemplaciones, el aporte empresarial ineludible; la parte correspondiente a la inversión, el capital hundido y el cumplimiento, mientras puede, en tiempo y forma de obligaciones laborales, impositivas y legales.

Repartir beneficios sin compartir riesgos es una exigencia sin sentido. Las mayorías necesitadas no reconocen ni las trabas burocráticas ni los avatares diarios, sindicalismo incluido, que la vida misma propone a quien pretende progresar por su cuenta. Todo, exacerbado al extremo, en nuestra “Argentina potencia”. Pura potencia. Nunca acto. Promesas vanas, sin concreciones y festejando derrotas. Cada día un poco más de “sueños compartidos” enquistados, para los mismos de siempre.

Las estadísticas se encargan de recordarnos que en nuestro país hace más de diez años que no se crean más empleos genuinos privados que los alcanzados en el período 2010/2011. Lógico pensar que una de las causas radica en la atractividad que propone el estado como empleador. Éste no quiere despedir (poder puede); tampoco puede quebrar, independientemente del rojo furioso, ya consuetudinario, de sus balances anuales.

La intangibilidad laboral, algo que entre nosotros es para supervivientes del jurásico; en el mundo desarrollado no existe hace más de medio siglo.

Controles.

Otro elemento a considerar es la sucesión de crisis, atravesadas por la mayoría de los ciudadanos, en poco más de veinte años. La conciencia colectiva reconoce que el sector privado sobrevive, si ajusta el nivel de empleo en función de la gravedad por la que atraviesa. Esto no ocurre en el sector público destinado, por ideológicamente apropiado, a absorber desempleados con el impúdico fin de corregir ficticiamente estadísticas oficiales, inconvenientes y perjudiciales para la pretensión de continuidad. Incluir aquí a familiares directos e indirectos, amigos, conocidos y no tanto; recomendados, exigidos o forzados y como cancelatorios de deudas políticas. Agregue ahora el adjetivo que más le cuadre y el ejemplo que tenga a mano.

Un tercer aspecto tiene en cuenta la ausencia de controles eficientes dentro de la inmensa mayoría de los organismos públicos. Está suficientemente comprobada la mínima o nula productividad de buena parte de los empleados públicos. Nadie debe hacerse el desentendido. Ejemplos sobran y excepciones siempre hay. En el interior del país se lo asocia al horario fijo establecido para la administración pública que permite el desarrollo de una segunda actividad laboral rentada durante el resto del día. (A veces, incluso, dentro del propio horario de la administración pública)

La idea del estado como casi única salida laboral naturaliza la falta de perspectiva en el sector privado formal. Lo que se ha alterado es la capacidad de la sociedad en su conjunto para ofrecer a su gente el “progreso social”. Casi como una capitulación de la esperanza para las nuevas generaciones. Se les agotan las expectativas desafiantes y alentadoras. Así, el empleo público representa nada más que un conformismo exasperante.

La evidencia empírica muestra que el “estado presente”, aquél conformado por los inquilinos del poder que creyéndose omnipotentes, pretenden planificarlo todo, pero terminan “haciendo nada” y sólo consiguen restringir, de manera arbitraria, el ejercicio de la libertad individual; obturando cualquier alternativa viable al desarrollo independiente; por lo que dejan exclusivamente abierta la vía dependiente del “empleo público”.

No significa más que la venta o alquiler de modo temporario o permanente de la propia dignidad trocada por la dádiva estatal, convertida en “empleo público”. No es otra cosa más que la sumisión de la voluntad personal a cambio de algún bien o servicio que, al final, inhibe cualquier arresto de erigirse en artífice de su propio destino.

Si “todos los caminos conducen a Roma; estamos obligados, irremediablemente, a convivir con el lastre infinanciable del empleo público irredento, soportado por contribuyentes genuinamente exhaustos.

“El control sobre qué se hace y como se trabaja en el estado, es nulo”- J. J. Llach – 2021