ENFOQUE PORTADA

El amargo sabor de la derrota

Por Ubaldo Roberto Domingo / CPN*

La anticipada derrota de un régimen que bajo el amparo de banderas populares y la retórica de la inclusión, la plena vigencia de las instituciones, la democratización de la palabra y la redistribución de la riqueza, no hizo otra cosa que concentrar el poder convirtiéndose en la administración más concentradora de la riqueza, mas primarizadora de la economía, donde claramente hubo dos ganadores, una vez más, el sector financiero y el funcionario público lleno de privilegios con retribuciones cada vez más alejadas y superiores a lo que percibiría en una misma función en lo privado, profundizó el modelo agro importador, haciendo converger la producción en industrias extractivas y en manufacturas subsidiadas por el estado o por los propios consumidores.

Como resultado, han desaparecido franjas enteras de pequeños y medianos productores, diezmando la producción industrial, el comercio y los servicios.

En el trascurso de estos últimos años, las autoridades han destruido otro signo monetario y con este, el poder de compra de nuestros salarios e ingresos. Y en su profundo extravío, estas administraciones terminaron de consolidar, con una política tributaria para el olvido, una acción que penaliza el salario, la actividad productiva y la inversión, en lugar de gravitar sobre la renta financiera o el juego de azar.

El salario se convirtió (en la pérfida interpretación de la economía) en factor inflacionario y desde entonces en variable de ajuste, comprimiéndolo por debajo del IPC (Índice de precios al consumidor). A su vez, esta sociedad que percibe salarios fijos, perdió otra condición, el ahorro, que les permitía comprar otra moneda que no deprecia en el mercado, como lo son las divisas en dólares. Sin protección financiera, con restricción a la compra de divisas, por el cepo cambiario, los entrerrianos en su amplia mayoría, no podían hacer otra cosa que comprar y endeudarse en cuotas y empobrecerse.

El Bordetismo ha fracasado

Al término de ocho años ha llegado el momento de incorporarlo a la lista de fracasos de la historia entrerriana. A pesar de que gran parte de la prensa se empeñe meticulosamente en presentar una provincia “ordenada y previsible”, la realidad muestra otra cosa.

Es un fracaso que reúne (en su definición) la dimensión de los aspectos económicos, culturales, políticos y sociales. Si se apartan los rasgos retóricos y la hojarasca, el Bordetismo, no ha contribuido a construir un presente de mejor calidad que ninguna de las etapas anteriores, cuando se aseguraba que la vigencia del orden institucional, nos aportaría bonanza y prosperidad, como tampoco superó las expectativas que dejo el final catastrófico de la convertibilidad y el paradigma monetarista, de tener una moneda sana o inflación incontenible. Los procesos del pasado reciente fueron respaldados por la abrumadora mayoría de los entrerrianos. Y en cada uno de los casos, se transfirió el poder y la voluntad popular, los atravesó sin la más modesta de las autocríticas por parte del conjunto de la sociedad y de su clase dirigente.

Esa anomalía, que consiste en la pertinaz conducta de esquivar rendir cuentas, de examinar críticamente un proceso histórico, de analizar las decisiones y sus consecuencias sin concesiones.

Esta condición ha sido, nefasta en todos sus términos y ha dado en su génesis, una comunidad que vacila entre la anomia y una cruda indiferencia, (cuando no opta) por despojarse de cualquier responsabilidad cuando se presenta, en todas sus manifestaciones, el desastre final.

Este es un fenómeno anormal (hasta hoy incorregible) de nuestra comunidad que muy lejos de aprender de los errores pasados, reincide en los mismos. En consecuencia, los escenarios toman la consistencia cíclica, el formato circular de periodos cada vez más cortos medidos en años. Estos incluyen fases de crecimiento, bonanzas periódicas, consumo sin aumento de la producción y la productividad, y finalmente, descomposición y apocalipsis.

Ayer una sociedad los apoyó, basándose en clichés, un crecimiento similar a tasas chinas, un consumo amparado en un dólar barato, un mercado interno famélico, sostenido con anabólicos que perjudican a largo plazo la salud de toda nuestra débil economía y no resuelve ninguno de nuestros males, un dudoso sentimentalismo generado por hombres cuya hipocresía no tiene límites. Todo este esquema provincial fue un castillo de naipes. Una fantasía que se sostenía en los melancólicos de un modelo una argentina agropecuaria de fines de siglo XIX, una economía pastoril que no puede sostener el crecimiento de nuestra población, ni darle trabajo ni oportunidades.

El esquema agro importador enclenque, en un mundo dominado por la abundancia de capitales, el monopolio, la supremacía de los Estados Nacionales, la inteligencia artificial, la tecnología aeroespacial, aplicada a la producción, no deja prematuramente de mostrar su genitalidad.

Pero ahora, incluso cuando la sociedad llega a percibir la crisis, los repudia y los castiga en las urnas severamente, incluso desbancándolos de una ciudad donde se creían inexpugnables, me refiero a la empobrecida Concordia.

El desagradable sabor de esta derrota tiene como elemento central la incertidumbre sobre el posible éxito de la nueva gestión y desnuda otra vez más la falta de autocrítica de un partido que por lo visto no pretende otra cosa que mantener el actual status quo, ese que permite a “los tuertos seguir reinando en un país donde se considera a todos ciegos”.

Un gobernador electo que representa un peligro, un desafío, una advertencia, quien puede desbaratar todo un sistema impuesto durante años y cambiar la realidad de una pendiente decadente que nos azota durante años. La suerte está echada, ahora todo depende del nuevo gobernador.

* Asesor económico, financiero y Pymes locales – Especialista en Sindicatura Concursal – Grupo DEC