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El albacea que vaticinó el futuro en Paraná, justo antes de la caña con ruda

Un viaje a la memoria colectiva con un episodio del por entonces precandidato a la presidencia del FdT, Alberto Fernández, en un encuentro con empresarios en el CPC, exactamente el 30 de julio de 2019. La indefinición sobre el rumbo económico de su gobierno sería premonitorio para una gestión ambivalente y sin norte. Gustavo Sánchez Romero – Dos Florines ///

El 30 de julio de 2019 se levantó frío pero luminoso. Las barrancas de la ciudad todavía guardaban una pátina incómoda de rocío blanco cuando los pasillos del Centro Provincial de Convenciones advertían cierto nerviosismo y alteración.

Esa mañana llegaría por primera vez Alberto Fernández.  El por entonces precandidato a presidente de la Argentina -ungido por Cristina Fernández a través de un tuit en un acto que fue presentado por el Frente para la Victoria como una “jugada maestra” de la ex presidenta para un cuarto gobierno kirchnerista y recuperar el poder que aún estaba en manos de un decepcionante Mauricio Macri- regaló a los empresarios paranaenses uno de los episodios premonitorios más inequívocos que, con el diario de el lunes, resulta palmariamente revelador.

Ese inusual mediodía, el ulular de voces histéricas desarmaba la pueblerina paz de la Costanera alta de la ciudad.

En el acto de oficiar -como un ritual lejano, las respuestas a los periodistas –se presentó flanqueado por Gustavo Bordet, Marcelo Casaretto, Edgardo Kueider, Stefanía Cora y Blanca Osuna, y el futuro presidente en lanzada campaña proselitista no se privó de fustigar a Macri, al Fondo Monetario Internacional, y a las Leliqs (letras del Estado de corto plazo que fueron sustituidas por las Lebacs, que son adquiridas generalmente por los bancos).

“Podemos mentirle a la gente y decirle que le economía está tranquila porque el dólar está quieto. Digo estas cosas y ¿quién me responde?, el Fondo. Es como alguien dijo ayer en un tuit, hay que pegarle al chancho para saber dónde está el dueño. Yo lo critico a Macri y me responde el Fondo Monetario… Dicen que las Leliq no suponen emisión, pero el día que te quieran cobrar las Leliq los bancos vas a tener que emitir para pagar todo esto, el día que no te renueven las Leliq vas a tener que hacerte cargo de esta deuda”, vaticinó el futuro hombre fuerte en la capital entrerriana, y que por entonces congregaba la esperanza de recuperación de los argentinos.

En la agenda preparada para ese día se encontraba una visita a un laboratorio del Parque Industrial de Paraná, un encuentro con emprendedores, sindicalistas, universitarios y profesionales, entre otros. La actividad comenzaba más temprano con lo que fue presentado como un encuentro con empresarios pymes y sectores productivos.

Según pudo saber en la fecha Dos Florines –y lo consignó en una nota titulada “Alberto, su propio Minotauro cuando habla de economía”- Alberto dejó lo que, a la luz del tiempo y la distancia, sería el reticulado que lo terminaría sepultando en su propia desidia e inacción.

Decepción.

Según fuentes que participaron de ese encuentro, del 30 de julio de 2019, fue el empresario Gabriel Bourdin -titular de Petropack y hoy presidente de la Unión Industrial de Entre Ríos y de diálogo fluido con el gobernador Bordet- quien le espetó una pregunta que atragantó al ex jefe de Gabinete que, dicen que dicen, justo intentaba ingerir una medialuna.

– “Usted dijo hace un tiempo que el período 2005-2011 fue el único donde hubo superávit fiscal y que hay que volver a eso. Pero dijo también que no piensa emitir, no tomará deuda y no hará ningún ajuste. ¿Puede decirnos cómo lo logrará?- interrogó el empresario con audacia y cierta picardía ante el escozor del buen número de funcionarios que siempre acompañan al campeón.

Alberto Fernández advirtió que no tendría una respuesta que satisfaga al auditorio y respondió escueta, ingrávida y evasivamente.

“Creciendo, lo lograremos creciendo”, dijo el candidato.

Con la mirada buscó auxilio en los propios para que le lancen un salvavidas antes que se hunda en el propio intríngulis de su confusión.

Los empresarios, que no eran pocos y algunos pueden ser considerados algo más que Pymes, sintieron que estaban ante el juramento de un señor muy obeso que les pedía apoyo para iniciar un proceso de adelgazamiento. Sin embargo, aseguraba que bajaría de peso pero que no podía comprometerse a más. Es como si dijera “no voy a hacer dieta, no haré ejercicios y no me someteré a ninguna operación”. Pues bien, y entonces cómo será que logrará perder tantos kilos: “adelgazando”.

La analogía no hace más que prescribir que con meros voluntarismos no se baja de peso, ni si gobierna un país como la Argentina.

Alberto Fernández no tenía por entonces la menor idea acerca de con qué herramientas haría frente a la difícil coyuntura con que asumiría su función como titular del Poder Ejecutivo Nacional.

Tampoco la tiene mil días después.

Sin embargo, los empresarios salieron de aquel encuentro con la sesuda presunción que el Frente de Todos no tenía intenciones de controlar el gasto público excesivo y aplicaría políticas expansivas. La pandemia y sus genuinas (y otras no tanto) consecuencias exacerbaron esta máxima que el futuro presidente desplegaría en Paraná.

No importan los problemas, de los que no me ocuparé. Mi preocupación es crecer. Un chino.

En definitiva, la estrategia política-económica de este gobierno de Alberto y Cristina se sostuvo en renegociar la deuda privada (herencia de Macri) con los acreedores locales y los externos –los bonos de esa operación apenas valen el 20 % de su valor nominal- y acordar un plan sui generis con el Fondo Monetario Internacional que le permitió no desprenderse de dólares propios para hacer frente a los compromisos con la entidad financiera internacional. Aun así la desconfianza doméstica e internacional no ha dejado de incrementarse, sin crédito al Estado o a las empresas.

El Índice de Riesgo País y los niveles de inflación son indicadores que no hacen más que confirmar esto.

Tres años exactos después de la inasible respuesta –inexplicable para un jefe de Estado- Alberto Fernández está en un punto muerto, inmóvil, atrapado en las arenas movedizas de su propia desidia e indefinición y el archivo nos recuerda ese episodio en Paraná para concluir, en forma inequívoca, que el kirchnerismo no tuvo un programa de gestión, en una senda muy lejana a la que Alberto había prefigurado.

No sólo generó niveles inéditos de emisión monetaria; la deuda en pesos contraída en dos años y medio con los actores del mercado doméstico casi duplica en dólares la tomada por Mauricio Macri con el FMI, las demoras y oscilaciones han puesto a su gobierno ante la inminencia y necesidad de un ajuste ortodoxo al estilo clásico, en momentos donde la tensión social no deja margen para los balbuceos.

Kafkiano.

“Mi última petición. Todo lo que dejo atrás (…) en forma de cuadernos, manuscritos, cartas, borradores, etcétera, deberá incinerarse sin leerse y hasta la última página”. Estas son las palabras que el escritor y amigo de Franz Kafka, Max Brod, encontró entre los archivos de su casa cuando éste murió. Diez años atrás, Kafka, enfermo por una fiebre pulmonar, escribió a su amigo dejándole una lista con los pocos libros que debían sobrevivir a su partida. Brod, el albacea del escritor checo, no quiso sostener el compromiso testamentario y al incumplir el deseo postrero del eximio escritor permitió al mundo conocer obras como “El Proceso” y cientos de manuscritos que alumbran a la humanidad desde el siglo XX.

En algún punto, Alberto se comportó como Max Brod, ya que no pudo sostener su compromiso, y está muy cerca de estrellar el poder que la jefa le confió por espacio de cuatro años.

Cristina Fernández de Kirchner, al designar a Alberto Fernández como cabeza de lista en un país presidencialista brindaba varios mensajes a la sociedad, pero también hacia adentro de su fuerza, especialmente uno al que le puso mucha determinación: Alberto era un dirigente sin una estructura partidaria que lo sostenga y sin capacidad de liderazgo para cuestionar el poder inmanente del kirchnerismo, que además sería quien colecte los votos para derrotar al macrismo.

Por tanto, el presidente no sería otra cosa que el albacea cuya función no sería otra que administrar el preciado bien del que Cristina se siente dueña: el Estado.

Su norte estaría puesto en devolver el poder para que –si la sociedad lograba asimilarlo en algún momento- Máximo fuera el real sucesor apenas cuatro años después, o en su defecto su exégeta predilecto, Axel Kicillof.

Hoy Alberto ha entregado el poder irrevocablemente, o al menos lo poco que le quedaba de él tras un arduo proceso de desgaste donde fue esmerilado sin prisa pero sin pausa, y hoy llega a constituirse en resorte decorativo de un gobierno del que aún no sabemos bases, fundamentos y sentidos.

Sergio Massa y Cristina Kirchner deberán responder, cuando el flamante superministro asuma, tres preguntas básicas: a) ¿Cuál es el límite de la emisión monetaria?; b) ¿Hasta dónde seguirá endeudándose?; y c)¿Cuál será la profundidad del ajuste que debe realizar este gobierno si quiere llegar al 2023 con alguna posibilidad de competir electoralmente?

Alberto acaba de sacarse, a fuerza de empujones y realineamientos de su propia fuerza, el poco poder que le quedaba.

¿Asumirá Cristina el rol que le cabe y del que no puede escindirse y acompañará lo que haga Sergio Massa en el futuro?: ¿Contará con su anuencia y aprobación la estrategia de estabilización de las principales variables económicas brindando certezas a los mercados y a los ciudadanos, o seguirá jugando a las escondidas acortando la cancha de su fuerza política y poniéndole un límite en el tiempo y el espacio?

Hay tantas preguntas pendientes que el Kirchnerismo debe responder por estas horas que aquella travesura de Gabriel Bourdin -que puso a Alberto contra las cuerdas- parece tan inocente que da risas. Sin embargo, sería risueño si no fuera porque hace exactamente tres años atrás, en Paraná, el presidente de la Nación nos dibujó un futuro tan previsible y claro, pero nosotros no fuimos capaces de advertirlo.