ENFOQUE PORTADA

Dinero bueno, dinero malo

Por Sergio Dellepiane – Docente //

En uno u otro período de la historia de la humanidad se han empleado una sorprendente variedad de instrumentos para las transacciones de bienes y servicios entre seres humanos.

El término “pecuniario” procede del latín “pecus” que significa ganado. Uno de los tantos elementos utilizados por el hombre como dinero. La sal, la seda, las pieles, el pescado seco, las plumas y hasta las piedras en la isla de Yap (O. Pacífico) se han empleado como medio de pago.

El dinero más primitivo registrado no era otra cosa que las conchas de caurí o cowrie (hogar del caracol de ese nombre) y los abalorios (bolitas de vidrio perforadas). Los metales – oro, plata, cobre, hierro y hasta estaño – se usaron en economías más avanzadas, antes de la victoria del papel y la tinta de los contables.

El elemento común que une y atraviesa tal diversidad de elementos empleados como facilitadores de los intercambios (trueque) es el hecho de su aceptación, en un lugar y tiempo concretos, a cambio de otros bienes y/o servicios; y en la convicción de que otros semejantes aceptarán también dichos artículos para adquirir lo que necesitan y/o desean, o para cancelar sus deudas.

Intercambio.

Un tipo de dinero muy interesante y del que pueden extraerse muchas enseñanzas fue el tabaco, utilizado habitualmente en el norte del continente americano. Durante varios años fue declarado la única moneda legal en Virginia, Maryland y Carolina del Norte.

La Ley de Gresham, de las más antiguas para la ciencia económica, sostiene que “el dinero malo desplaza al dinero bueno” por lo que siempre se cumple que “el precio del dinero en términos de bienes es lo contrario del precio de los bienes en términos de dinero”. Tómese su tiempo para pensarlo. Es un axioma verdadero.

Cuando los contribuyentes deben cumplir con sus compromisos fiscales, siempre lo harán utilizando primero, el dinero malo, en cuanto a resguardo de valor y de poder adquisitivo; lo mismo que para cancelar sus gastos corrientes.

Una verdad de Perogrullo es que nadie, en su sano juicio, conserva por demasiado tiempo dinero malo. Lo mantiene en su poder hasta que puede desprenderse de él a cambio de algo que represente un mejor valor.

Hacia el 1700 de nuestra era, sólo el tabaco de pobre calidad circulaba como dinero, y por lo mismo, perdía cada vez más valor de intercambio. En 1727 se legalizaron los billetes de tabaco. No eran otra cosa más que certificados de depósito, emitidos por inspectores gubernamentales, quienes daban fe de la calidad del tabaco depositado en almacenes determinados. Estos recibos desempeñaron la función de moneda hasta principios del S.XIX.

Durante la segunda guerra mundial, otra forma de tabaco – los cigarrillos – fueron el medio de intercambio habitual en los campos de prisioneros alemanes y japoneses. Sólo se usaban para las pequeñas transacciones. En las operaciones de mayor magnitud se prefería el brandy, sin dudas, el medio de pago más líquido del que tengamos constancia.

Uso y abuso.

Miles de años después de sus primeros usos, cualquier medio de intercambio empleado, sigue verificando irrefutablemente el hecho por el que, un aumento más rápido de la cantidad de dinero que de la cantidad de bienes y servicios producidos, que se pueden adquirir con él, provocará inflación aumentando los precios de aquellos, en función del tipo de dinero utilizado.

Nunca importan las razones por la que se decide incrementar la cantidad de dinero. Cuanto más velozmente se lo reproduzca, más rápidamente convertirá el dinero bueno en dinero malo.

Para la Ciencia Económica no caben dudas; en el mundo moderno, la inflación es un fenómeno relacionado directamente con la cantidad impresa de papel moneda.

Reconocer esta situación de causa – efecto, es sólo el primer paso para comprender el origen y buscar soluciones posibles al problema de la cantidad de dinero circulante; cuyo exceso sin respaldo, origina primero y acentúa después, el proceso inflacionario.

Lo que realmente interesa es la cantidad de dinero existente por cada unidad de producción. Nada es más importante para el bienestar económico de largo plazo de una nación, que el crecimiento sostenido de la productividad.

Gastar, más allá de las reales posibilidades, hará percibir en el corto plazo, un estado ficticio de bienestar; pero prolongado en el horizonte temporal, mutará en frustración al comprobar la necesidad de realizar un mayor esfuerzo, por encima de lo acostumbrado, para intentar superar el estado de endeudamiento contraído que, agravado por el costo del dinero en el tiempo – tasa de interés – siempre conllevará sensaciones de malestar, al menos en aquellos ciudadanos éticamente irreprochables que pretendan cancelar los compromisos contraídos.

Circulante.

Desde tiempos inmemoriales, emperadores, reyes y parlamentos han sucumbido a la tentación de incrementar la cantidad de dinero disponible con el fin de adquirir todo aquello que fuera necesario para sostener guerras, construir monumentos, mausoleos y palacios, o satisfacer sus instintos, los más sublimes y los más perversos. (¿perpetuarse en el poder?). A toda época de esplendor le siguió, siempre, un período de alta inflación.

Otras consecuencias se verifican irremediablemente. Mayor cantidad de dinero en circulación eleva los precios por lo que con el dinero que se poseía antes, se pueden comprar menores cantidades de lo mismo, ahora. Todo dinero adicional emitido es equivalente a un impuesto sobre el dinero efectivo existente. Dinero bueno que, por la voluntad del gobernante ¿inepto? ¿malintencionado? ¿ignorante?, se transforma, inevitablemente, en dinero malo.

En 2021, en Argentina, se emitieron $1.3130.000.000.000 por sobre la base monetaria existente a principios del mismo año. (BCRA – 27/12/21)

¿Dinero bueno o dinero malo?

Saque Ud. sus propias conclusiones.

“La inflación es como el pecado. Cada gobierno la denuncia, pero cada gobierno la practica” – Georg Lichtenberg – (1742 – 1799)