Con un emotivo acto, la Uader invistió de honorífico a un Motta auténtico y vigente

29/09/2022

La Universidad Autónoma de Entre Ríos entregó el Doctorado Honoris Causa al reconocido empresario avícola por su trayectoria institucional, su aporte a la actividad privada y su espíritu emprendedor. A sala llena y con un formato que contó familiares, ex convencionales constituyentes, rectores, pares de distintas entidades empresarias, al menos seis intendentes, estudiantes y amigos. Emocionado, el galardonado se mostró sensibilizado, pero no pudo evitar marcas las barreras y la presión fiscal que tienen quienes emprenden en el país y la provincia. Brindó un amplio y meridiano discurso que reconoció a sus formadores y ponderó a equipos de trabajo en su grupo productivo. Gustavo Sánchez Romero / Dos Florines

Se impone expresar algo antes que todo: es justicia.

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El título de doctor Honoris Causa –máxima distinción que entrega una casa de altos estudios- con que la Universidad Autónoma de Entre Ríos distinguió este miércoles 28 de septiembre al empresario avícola Héctor José Bernardo Motta Deppen –así le gustan que lo llamen- se convirtió en un acontecimiento académico, social, económico y político que pocas veces se suelen ver por estos arrabales dominados por el imperio de lo abúlico.

La Uader decidió reconocer la trayectoria institucional, humana, productiva, política y social de un referente ineludible de la actividad productiva de Entre Ríos, quien no sólo es uno de los principales impulsores de la actividad avícola en Entre Ríos –principal cadena de valor con alto agregado industrial y admirable integración vertical- sino que entre sus huellas más visibles pueden reconocerse el apego a lo entrerriano como factor clave. Pero habrá que subrayar que también se pondera su constante y profundo aporte a la institucionalidad del empresario para mejorar la competitividad sistémica de Entre Ríos, su tributo a la consolidación de la instancia gremial institucional del empresariado como concepto, sin perjuicio esto a su impulso a la complementación universidad-empresa para generar instituciones académicas que brinden conocimientos y talentos humanos para fortalecer la actividad productiva. Hasta aquí, lo formal.

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Pero todo eso y más reconoció la Uader al hacer honorífico a un empresario muy especial, que se mostró visiblemente emocionado, que tuvo problemas para eslabonar las palabras de un definido discurso donde agradeció a sus influencias, valoró mucho el gesto académico de la universidad –que tuvo la hidalguía de asimilarlo a todos los empresarios y emprendedores, lo cual estuvo muy acertado-. Pero con un aplomo especial de confirmación de su personalidad pontificó desde el púlpito y reclamó al Estado a hacer esfuerzos para no detener el input innovador e inversor de los hombres de industria de Entre Ríos.

Ese el Héctor Motta que todos reconocen, el de la frontalidad, el de poner cara de nada y decir sus convicciones sin pedir permiso. Pero también, aun cuando un dejo de profunda emoción y humildad lo abordaron las casi dos horas que se desplegó el tramo de la noche donde fue arte y parte, el que deja fluir las aristas de su personalidad más histriónicas confirmando que no dejará de ser genio y figura ni el artífice de sí mismo.

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El “Rulo”, como lo conocen en su Crespo natal, terruño al que reivindicó tanto cuanto pudo, tuvo su noche mágica, donde todos, especialmente sus hijos Augusto y Helen, destacaron una directriz ineludible: la academia entrerriana y la sociedad le hicieron un merecido reconocimiento en vida, lo que lo convierte en mucho más ponderable.

El título honorífico terminó siendo mucho más lo que define su propia naturaleza intrínseca; fue, sin dudas, un susurro al alma de un hombre que hace 78 años viendo haciendo algo tan tangible como es dejar cosas en pie para las futuras generaciones. Que no parezca poco.

Acto.

La Uader configuró un acto prolijo y con cuidado esmero; sin perjuicio de cierta impronta endogámica que suele imponerle a este tipo de eventos.

Sin embargo, es dable destacar dos aspectos que no pueden  ni deben ser soslayados: a) expresó este acto con un espíritu abierto que pondera al empresario como actor social clave para el desarrollo integral de las sociedades, en un claro intento por desprenderse de una condición insular que abraza, en general, a la actividad académica; y b) la superación interna de una disyuntiva venal e innecesaria donde muchos claustros y unidades académicas de la Uader enfocan al paradigma empresario como una expresión neoliberal y a sus actores como exponentes de una cultura rancia de la apropiación de la plusvalía social.

Eso fue un hecho visible en la noche del miércoles, e inducida con un halo de integración y convivencia armónica por el rector Luciano Filipuzzi que se esmeró por reconocer los antecedentes y trayectoria humana y profesional del homenajeado, haciendo hincapié en aspectos personales y anécdotas de la integración entre el sector productivo y la universidad.

En este sentido, convocó a todos los claustros académicos, a esposa, hijos y principales familiares, amigos personales de vida, ex colegas que compartieron el proceso de reforma constitucional en el año 2008, a empresarios de las más encumbradas entidades como el Consejo Empresario, la Unión Industrial, la Bolsa de Comercio y también entidades del campo y funcionarios, decanos de varias facultades, intendentes de ciudades donde Motta desarrolla actividades productivas (Nogoyá, Crespo, Conscripto Bernardi, Federal, Racedo), y miembros de sus equipos de trabajo que suman más de 800 trabajadores, sobre los que hizo especial mención.

El acto se desovilló en el Auditorio “Prof. Walter Heinze”, Escuela de Música, Danza y Teatro “Prof. Constancio Carminio”, en calle Italia de Paraná, con capacidad para 300 asistentes y que se vio desbordado por la expectativa que generó el encuentro.

Motta recibió un saludo especial en video del presidente de la Unión Industrial Argentina (UIA), Daniel Funes de Rioja, y una realización audiovisual con sus más queridos amigos, que siguieron de cerca su derrotero en Crespo. La universidad demostró que bien sabe organizar estos eventos, a pesar de la larguirucha demora en el inicio.

De origen humilde, autodidacta e intuitivo, hombre de trabajo incansable –plataforma donde su ubicó en más de una oportunidad durante el acto- debió completar sus estudios superiores con esfuerzo, impulso que lo lleva hasta estos días y que lo llevó, nada menos, hasta la Universidad de Salamanca, en España, donde concluyó un programa de maestría de Desarrollo Emprendedor e Innovación.

A la hora de las valoraciones, desde la Uader reconocieron especialmente su enjundia para constituir el Instituto Tecnológico Universitario (ITU).

En su alocución hizo referencia a la “escalera de la autorrealización”, una metáfora que bien puede servir como columna vertebral de su autopercepción.

Pero quien crea que este hombre tozudo, prudente, que pinta las canas que dibujan los sinsabores de liderar un complejo productivo modelo, muy elogiado y con alguna resistencia en el mundo empresario, ha llegado sólo a un peldaño más de su existencia. Quizá esté cometiendo un error de apreciación quien entienda que el Honoris Causa es una clausura, un hasta aquí llegó todo. La propia dinámica de los días lo pondrá en contradicción.

Héctor Motta no muestra eso, y el carretel sigue girando.  

Palabras.

Fue una noche cargada de gestos y gestualidades, que no es común ver articulados en torno a la figura de un empresario, y quizá esto fue una muestra que algo está cambiando en la representación social en torno a esta figura tantas veces vilipendiada y excluida de los contornos de los escenarios presentes y sus conjugaciones en el futuro, especialmente por la intelligenza y el progresimo.

Y en Motta, nobleza obliga, pareció un traje preparado a medida.

Y hablando de gestualidad, el peso de la emoción contenía su comunicación no verbal. Le costaba moverse. Como no pudiendo, en definitiva, aceptar que los diplomas, los cuadros, los regalos formaban un rosario de reconocimientos que la comunidad le preparó, en algún punto, merituando esfuerzo, compromiso y, como remarcaron muchos amigos y conocidos, sensibilidad con el otro que lo van a trascender.

Por eso está bien que haya sido en vida, cuando todavía las lágrimas hablan por si solas.

Desde Crespo logró constituirse en socio y miembro activo de la Unión Industrial Argentina, y eso fue destacado puntualmente en la enumeración de aciertos y trashumancias de casi ocho décadas. Pero también dio el puntapié inicial a la Unión Industrial de Entre Ríos y fue especial cultor del Consejo Empresario de Entre Ríos.

Actor clave en la Centro de Empresas Procesadoras Avícolas y presidente durante un par de décadas de Capia (Cámara Argentina de Productores Avícolas), llegó a ser presidente de la Asociación Latinoamericana de Avicultura y activo defensor del Centro Comercial de Crespo, entre otras.

En el acto de este miércoles, las autoridades académicas no hicieron mención, y casi nadie lo hace, por cierto, de lo que para muchos es uno de sus logros más resonantes y visibles: su impulso emprendedor y transformador lo llevó a recuperar y proyectar un pueblo como Racedo, que se expresaba sin vida y olvidado al costado de una abandona vía del ferrocarril y lo convirtió –en apenas 20 años- en un centro urbano con gran vida productiva y social donde impera la armonía y paz social.

Hasta la comunidad italiana lo acompañó en Paraná, en su noche especial, ya que él se considera instituido por ese soplo tano inconfundible –su hija lo declamó de viva voz- que hace de la familia y el trabajo un faro donde se apoya, ilumina y proyecta.

Su discurso duró, con los cortes y silencios que le imponía el contexto, apenas 32 minutos. Concentró en ellos un largo y extenso derrotero donde evitó golpes bajos y sensiblerías, pero fue profundo en el recuerdo de quienes le dibujaron los mojones para advertir el sentido del recorrido.

Sus profesores, sus estudios, sus esfuerzos, sus logros y todos a los que asoció al éxito personal. “La Escalera de la autorrealización: cuán larga es y cuántos escalones tiene, los que la vida te permita transitar y las estaciones la van dibujando los deseos, las oportunidades y el tesón que le

pongas a cada uno de esos escalones”, sintetizó en una metáfora.

Por eso, quien crea que llegó al cenit, quizá no esté leyendo bien el firulete de sus pasos cansados.

Él sigue apostando a la sorpresa, y a que no lo sorprenda la vida con las manos vacías y distraído. Está siempre atento, sibilante, como esperando que el arquero dé rebotes. Allí está Héctor Motta, dispuesto a dar, y la comunidad se lo reconoció aplaudiéndolo a rabiar.

El cree, como decía Peter Drucker, que uno no puede manejar el cambio, apenas puede uno adelantarse.

Y en eso está. Anoche, cerca del pináculo, pero no en la cima, miró a los más de 300 asistentes y pareció agradecerles con el alma. Pero también, con ese leve movimiento que sugiere la comisura de sus labios que caracteriza su aplomo, y con cierta picardía, los miró de soslayo como describiendo que él se sigue adelantando al cambio, y que su legado humano y profesional ya está erguido. Aquí estoy, pareció decir. Apenas soy hoy un ciudadano honorífico…  y mañana será otro día de trabajo.