En esta nota, el Ing. Agr. Pablo Grehan, gerente del Área Forrajeras de Picasso describe los principales aspectos a considerar para lograr una siembra exitosa de especies forrajeras para praderas.
Sembrar bien una pastura es una de las tareas rurales más difíciles. Pese a ser clave para lograr una buena pradera, generalmente los productores no le dan la misma importancia que a la de un cultivo de cosecha. Sus principales dificultades son tres: el manejo de semillas muy pequeñas con escasas reservas, que exige una muy buena cama de siembra para asegurar su implantación; su lento crecimiento por lo que compiten muy mal con las malezas en las primeras etapas de su vida, el uso de sembradoras no específicas (diseñadas para trigo), que no están preparadas para colocar estas semillas diminutas en el lugar óptimo para su germinación y la siembra simultánea de varias especies con diferentes requerimientos.
Estas limitantes hacen que el promedio de implantación de pasturas en la Argentina arroje un magro 30% de plántulas logradas sobre semillas viables sembradas. No obstante, no es recomendable la habitual práctica de aumentar las densidades de siembra, en la errónea creencia de que así se mejorará la implantación. Así solo se aumenta el costo en semilla y disminuye aún más el logro de la pradera.
Pese a estas complicaciones, el productor puede mejorar varios aspectos para implantar correctamente una pastura, logrando una buena distribución de semillas en el suelo y disminuyendo los riesgos en esta etapa del cultivo. Ellos son los siguientes.
Planificación.
Antes de sembrar una pastura debe considerarse el cultivo antecesor en el lote y el control de malezas que haya tenido para evitar sorpresas en el año de implantación, como la resiembra de malezas que luego son difíciles de controlar en la pradera.
El sistema actualmente más difundido es la siembra directa, razón por la cual las condiciones del suelo, el tipo y cantidad de su cobertura vegetal y la fecha de desocupación del lote son factores muy importantes al elegir el cultivo antecesor.
En esta etapa también debe considerarse qué tipo de pastura se sembrará para las condiciones existentes, decidiendo –sobre esa base– su duración, el tipo de producción a realizar, y la influencia que tendrán en ella el suelo y clima. Según las diferentes condiciones de la Región Pampeana, las pasturas pueden agruparse en dos grupos, según sean de corta o larga rotación.
Se consideran de rotación corta aquellas implantadas para durar unos tres años en suelos agrícolas del norte de Buenos Aires, sur de Santa Fe y Entre Ríos, donde se prioriza una alta producción de pasto en poco tiempo, con destino a hacienda de engorde y/o tambo.
En ellas se usan gramíneas como festulolium, raigrás itálico o perenne, en el este de esta zona, y cebadilla hacia el oeste, en campos con suelos más arenosos y menor régimen de lluvias. Y leguminosas como tréboles rojo y blanco y/o lotus corniculatus o tenuis.
Para establecer la densidad de siembra hay que calcular que la cantidad de plantas logradas tiene que rondar las 300 pl/m2; de las cuales 60% deberían ser gramíneas y 40% leguminosas. En buenas condiciones de implantación, las plantas logradas alcanzan al 50% de las semillas sembradas.
En tanto, las de rotación larga son aquellas pasturas que se implantan para durar de 4 a 5 años, para ganado de recría, engorde o tambo. Según los destinos y zonas de producción, estas pasturas pueden ser de base alfalfa para lotes con buen drenaje, destinados a tambo o engorde. En tanto, las implantadas en suelos mal drenados pueden tener como base la festuca –si son suelos de pH neutros o levemente salinos– o el agropiro –en suelos alcalinos–.
En las pasturas de base alfalfa, en el este de la Región Pampeana, se recomiendan variedades de grupos con algo de latencia (6 o 7), que tienen mejor sanidad de hoja y mayor persistencia. Para acompañar a la alfalfa en esta zona se sugiere el uso de gramíneas como cebadilla, pasto ovillo o festuca.
En esta especie hay considerar las nuevas variedades disponibles en el mercado, seleccionadas por palatabilidad que –además de ser mejores como forraje– son menos agresivas y permiten una buena convivencia con las leguminosas.
En cuanto su densidad de siembra es igual a las de rotación corta, de manera de lograr 300 pl/m2, pudiendo obtenerse logros un 30 a 40% menores en campos con más limitantes de suelo.
Cultivo antecesor.
Pensar en el cultivo antecesor tiene directa relación con las condiciones en que trabajará la sembradora. Debe hacerlo sobre una superficie firme, con pocos rastrojos, para que no afecte sus sistemas de control de profundidad. Si son muy abundantes y están mal distribuidos provocarán una profundidad de siembra despareja, dejando algunas semillas entre el rastrojo, sin contacto con la tierra, y otras en sectores sin cobertura vegetal, a mayor profundidad que la deseada.
Para evitar esto, al cosechar el cultivo antecesor debe verificarse que la cosechadora tenga distribuidores-picadores bien regulados, tanto para distribuir uniformemente los residuos que despide el equipo, cuanto que su tamaño sea el menor posible.
Son buenos antecesores de una pastura el maíz para silo, el trigo y la moha, ya que los tres desocupan tempranamente los lotes. El primero –al retirarse toda la planta para ensilar– deja un rastrojo uniforme y está especialmente recomendado para praderas con especies leguminosas. No obstante, en los tres es muy importante evitar que la cobertura tenga un alto enmalezado de gramíneas de verano. Si el antecesor es maíz o sorgo para grano con mucho rastrojo, lo ideal es cortarlo lo más bajo posible con una desmalezadora y sacar el exceso de material haciendo rollos.
El girasol y la soja de grupos cortos son buenos antecesores porque dejan poco rastrojo y desocupan el campo temprano. Pero la soja no es la más conveniente si precede a praderas de base alfalfa, ya que ambas especies tienen enfermedades comunes y el desarrollo inicial de las plántulas de alfalfa es menor en los rastrojos de soja respecto de los de maíz, moha o trigo.
No es conveniente elegir a las praderas viejas como antecesor. No solo se pueden presentar efectos alelopáticos para algunas especies, sino que el suelo estará generalmente compactado, al menos superficialmente, presentando una abundante masa radicular, difícil de degradar en el corto plazo.
Control de malezas.
Al tener las forrajeras poca capacidad de competencia frente a las malezas, cuya presencia puede causar daños irreversibles, su control debe hacerse en el lote asignado a una pastura desde el cultivo antecesor.
En este sentido, los cultivos transgénicos resistentes al glifosato brindan una posibilidad excelente de evitar especies como gramón o alepo. Además, las malezas latifoliadas son de fácil control en un cereal de invierno en el año anterior, mientras que los herbicidas para praderas, además de tener limitaciones, son de las opciones más caras. Por eso es más barato y eficiente controlarlas en el ciclo agrícola anterior.
Estado del suelo.
La clave para conseguir un suelo con condiciones aptas para una implantación exitosa reside fundamentalmente en el tiempo de barbecho, más allá de que las condiciones intrínsecas del lote lo hagan apto para el desarrollo de las plantas.
Los tiempos de barbecho limpio deberían superar los 40 días, de manera de conseguir una descomposición de raíces que favorezca la formación de macroporos y disminuya la fijación de nitrógeno disponible por parte de los microorganismos.
Además, durante este tiempo se permitirá la recarga de agua en el perfil y –dependiendo del suelo– se producirán procesos de expansión y contracción que ayudaran a eliminar situaciones de compactación superficial producidas por el paso de maquinaria agrícola o por eventuales pastoreos.
Es importante conocer los valores de fertilidad disponibles, particularmente para el caso del fósforo, nutriente decisivo para la supervivencia e implantación de las leguminosas.